- ¿Tienes que leer eso? –preguntó Gunnar a su hermana.
- Claro, para eso me lo he traído.
Estaban sentados en la sala de espera desde hacía varias horas. Lo primero que habían hecho al llegar a Islandia esa mañana era volver al piso que compartían desde que empezaron la universidad y marcharon de casa de sus padres, dejar sus cosas e ir a buscar el cadáver de su padre. Lo habían mirado, habían leído los informes oficiales, se habían comportado como se esperaba de ellos. Ya tendrían tiempo después para examinarlo con sus ojos más expertos en el velatorio. La necesidad de atrapar al vampiro y vengar a su padre les impedía sentir el dolor de su pérdida. En su fuero interno, casi parecía que si mataban a su asesino, su padre volvería a la vida. Era un totalmente irracional, pero así funcionan a veces las personas: prefieren engañarse a sí mismos a aceptar la pérdida y enfrentarse al dolor.
Ahora se encontraban en la funeraria, donde habían contratado una estancia durante tres días para el velatorio. Era poco tiempo, pero al parecer Hákan llevaba muerto más de los diez días de rigor para el velatorio, así que esos tres días ya eran demasiado. Pero tenía que ser así. Ellos querían que fuera así, se lo debían.
Mientras esperaban a que el cadáver de su padre estuviera visible, Gunnar tomaba café casi constantemente y Gudrún estaba plácidamente sentada leyendo su inmenso volumen de novelas de Jane Austen. Su madre se lo había regalado cuando tenía dieciséis años, en verano. Acababa de terminar el curso en el instituto y había decidido estudiar Filología Inglesa. Más o menos al mismo tiempo, Gunnar había decidido que estudiaría Matemáticas.
Fue la primera vez en que los mellizos no estaban de acuerdo en algo, y aquel algo separaba su futuro. A Gudrún la idea de vivir separada de su hermano le ponía triste, y sus padres decidieron que les vendría bien acostumbrarse, así que los separaron durante el verano: mandaron a Gunnar a Akureyri con sus abuelos paternos y a Gudrún a los Westfjords a la granja de unos amigos. Cuando subió al autobús, Gudrún recibió el regalo de su madre y desde entonces no se había separado de él. Lo devoró durante el verano y lo leería mil y una veces más en los tres años siguientes, durante la enfermedad de su madre.
Para ella era un vínculo con sus años felices, cuando aún tenía una familia unida a la que aferrarse, y lo releía cada vez que algo malo ocurría, como una forma de refugiarse en su época de niña. Además, aquel verano en los Westfjords había cambiado su vida.
Una vez quedaron solos con su padre, nada fue lo mismo. Hákan les quería y les daba cariño a su manera, pero no servía de pegamento. Poco a poco se fueron distanciando unos de otros hasta que al final marcharon a Estados Unidos.
Por supuesto, había habido más motivos detrás de aquella decisión. En su último año de carrera, Gunnar se enamoró de una chica que hacía trabajos sociales. La muchacha se había propuesto ayudar a un chico solitario que siempre veía por las calles de Reykjavík. Ella estaba segura de que era un chico con problemas, quería acercarse y hablar con él. Gunnar ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.
Reykjavík es una ciudad tranquila. A nadie se le hubiera ocurrido advertir a su novia de no andar sola por la calle. No iba a pasar nada, nunca pasaba. Y entonces ella empezó a perder la cabeza.
Decía que era un niño al que habían matado, que había seguido creciendo después de muerto. Incluso dijo que no era el único, que pasaba a menudo, que esos seres se llamaban Útburdar. Decía que sólo buscaban compañía, una madre que sustituyera a la que les había abandonado.
Gunnar, como hombre racional que era, le había aconsejado consultar con un especialista. Tuvieron una gran discusión al respecto. Gudrún aún recordaba la noche en la que su hermano entró en la casa que compartían dando golpes. No era violento, de modo que le resultó muy chocante. Después de un largo tiempo sentado a solas en la cocina, se había acercado a ella y le había contado lo ocurrido. Gudrún intentó ayudarle, decirle que hablase con ella, que no fuese tan directo en lo de consultar a un profesional. Le hizo ver que aquello podía haberla ofendido. Su hermano se calmó y admitió su impulsividad. Quedaron en que hablaría con ella al día siguiente.
Pero al día siguiente no contestó sus llamadas. Pensó que estaba enfadada y le dejó un par de mensajes. Sabía que a veces era necesario tiempo para pensar con claridad. Había sido desconsiderado y comprendía perfectamente que estuviera enfadada con él. Incluso comprendía que pudiera dejar la relación. A fin de cuentas, casi la había llamado loca. Pero estaba dispuesto a luchar por corregir el error.
Los días pasaron y no la localizaba. No contestaba sus llamadas, no respondía sus mensajes. La madre de ella le dijo que hacía días que no pasaba por casa. Ella pensaba que estaba en casa de Gunnar.
Fue entonces cuando Gunnar inició lo que se convertiría en su profesión. Entró en contacto con una especie de organización, la Orden de Hallstatt. Decía que se sentía interesado. Le dieron información suficiente como para darse cuenta de que su novia no estaba loca y que no apoyarla fue el peor error de su vida. Finalmente encontraron su cuerpo en la cascada Skorgafoss, en el sur del país. El útburdur la había arrastrado con él hasta el sitio en que le ahogaron y ahora se había convertido en su madre espectral.
Gunnar nunca se perdonaría no haberla creído, sentía que era culpa suya. Más tarde descubrió que los medios de comunicación no se dieron eco de lo que le había sucedido a su novia. Le pareció tremendamente injusto que se mantuviese oculto porque había sucedido en un centro de atracción turística. Indignado, escribió él mismo toda la historia a modo de reportaje. Nadie le prestó atención en Islandia. Lo tradujo al inglés y lo mandó a las comunidades de origen escandinavo de los Estados Unidos.
El éxito que tuvo, especialmente entre los círculos conspiranóicos, le granjeó el trabajo con el que pudo emigrar al continente americano. Utilizó su mal pagado trabajo de reportero de lo paranormal para viajar por el país e intentar evitar que nadie más pasara por lo que su novia y él habían pasado.
Fue fácil para su hermana conseguir un trabajo en el mismo país en que él estaba. A fin de cuentas, era brillante en su campo. Ella mantenía contacto con los miembros de Hallstatt, que habían renegado de él por involucrarse demasiado en lo que hacía. Y con su ayuda, Gunnar había pasado de ir contando la verdad a aprender cómo matar aquellos seres. Había pasado de ser Mulder a convertirse en Van Helsing.
Todos aquellos recuerdos venían a la mente de Gudrún tan solo con abrir la antología de Jane Austen. A Gunnar le parecía vacío de contenido, una tontería empalagosa. Pero ella veía algo más que novela romántica victoriana en cada línea que leía.
Un empleado de la funeraria salió de la sala del velatorio. Tenía la expresión medio grave medio sonriente que suele mostrar la gente acostumbrada a trabajar en esa clase de sitios. Uno nunca sabe hasta qué punto habían perdido la capacidad de empatía con los familiares.
- Ya podéis pasar, chicos.-anunció.
Dio la llave de la sala a Gunnar, que agradeció quedamente, y les dejó solos. Gudrún aún guardaba el libro en la mochila mientras entraban al encuentro de su padre.
Desde luego habían hecho un gran trabajo. La estancia era grande, como correspondía a una persona de la talla de Hákan. Cuando a la tarde siguiente empezase a llegar gente para despedirse de él, llegarían en gran número. Las paredes estaban decoradas con flores y farolillos en tonos claros. Habían suprimido cualquier símbolo religioso en honor a la memoria de su padre, como los mellizos habían pedido. Había una mesa pequeña y vacía, donde pondrían una cafetera y algún otro refrigerio. Unos bancos de madera blanca completaban el mobiliario. En el centro de la estancia, sobre una mesa alargada, estaba el ataúd de Hákan. Cuadrado, de madera sin barnizar. Contacto con la tierra, como él había pedido. Igual que enterraron a su esposa, junto a la que ahora yacería para siempre.
También con el estado del cadáver habían hecho un buen trabajo. Hákan parecía dormir plácidamente a pesar del tiempo transcurrido. Y a pesar también del aspecto transcurrido, había que acercarse mucho al cuerpo para percibir el olor a putrefacción.
Los gemelos dieron un último beso a su padre y guardaron silencio unos minutos. Hacía años que no le veían, pero ambos le querían tiernamente. Se sumieron en sus recuerdos, le hablaron. Con lo que sabían del mundo, tenían esperanza de que pudiera oír lo que pensaban, las palabras que le dirigían.
Fue Gudrún quien rompió el silencio.
- ¿Estás seguro de esto?
- Es completamente necesario.
- No es seguro que funcione. Sería maltratar su cuerpo para nada.
- Nunca he visto que falle y lo he usado muchas veces.
- ¿Y si no viene?
- Vendrá. Siempre lo hacen. Dame la mochila, anda.
Gudrún suspiró resignada. Había leído al respecto muchas veces, pero nunca lo había visto. Ella sólo trataba con cosas teóricas.
- Ten –dijo extendiéndole la mochila.- Pero que sepas que no estoy de acuerdo.
- Muy bien, ya me lo has dicho. Verás cómo cambias de opinión en unos días.
Gudrún bufó ante la impertinencia de su hermano, pero no protestó más. Observó cómo abría la mochila y sacaba una aguja. Era fina, más aún que las de coser, aunque tan larga como una aguja pequeña de hacer punto.
Gunnar la sopesó un momento, miró el cuerpo de su padre de forma analítica, como si estuviera haciendo cálculos. Luego miró a su hermana de nuevo. Pareció dudar un momento de su propia convicción.
- Sabes que necesito tu ayuda para que salga bien ¿verdad?
- Sí, lo sé. La familia más cercana.
- Si no quieres hacerlo, podemos buscar otra forma de…
Gudrún sacudió la cabeza.
- No, no, tranquilo. Vamos al tema.
- Como quieras. Luego no me digas que te obligué.
- Dame la aguja de una puta vez, Gunnar.
Gunnar alargó la aguja hacia ella. Su hermana la tomó con un gesto de dentera. Estaba segura de que iba a doler, pero no se echaría atrás. Tomó aire y colocó la punta de la aguja sobre la palma de su mano izquierda. Luego rasgó la piel, tan rápido como pudo. Mientras lo hacía, sintió simplemente como si estuvieran pellizcándola. Cuando empezó a sangrar, sintió dolor en la mano y escozor en la herida. No pudo evitar una exclamación de dolor.
Sin embargo pudo pensar lo suficientemente rápido para empapar la aguja con la primera sangre que brotó de su mano. Creía que aún no había acabado el proceso, cuando su hermano le quitó la aguja de las manos y con decisión, se cortó en la palma derecha y mezcló su sangre con la de ella.
- Gudrún, tiene que ser antes de que la sangre se seque.
La mujer asintió. Tomó la mano que su hermano le ofrecía y una de las manos de su padre muerto con la otra. Gunnar murmuró algo para sí, algo que ella no sabía si interpretar como una oración o como un hechizo.
Cerró los ojos. Sabía lo que venía a continuación, pero no quería verlo.
- Gudrún, tienes que verlo.
Suspiró. Abrió los ojos de nuevo, para presenciar cómo su hermano introducía la aguja en el cuerpo de su padre por el límite inferior del cuello, hacia el pecho. Daba dentera, casi podía sentir que era su propio cuerpo en que estaba siendo atravesado por una aguja. Se estremeció un tanto al observar la frialdad con la que Gunnar operaba. Sabía a qué se dedicaba, pero nunca le había visto trabajando.
Una vez la aguja estuvo dentro del todo, no dejó rastro aparente. Al acercarse podían ver un pequeño punto negro allí donde habían clavado la aguja, pero nada más. Aún así para Gunnar era demasiado evidente.
Rebuscó un momento en los bolsillos de su cazadora hasta que finalmente sacó una barra de maquillaje. Era del tipo de maquillaje que algunas mujeres usan para ocultar las ojeras. Gudrún tuvo oportunidad de sorprenderse una vez más. En apenas un momento, no quedaban huellas de su profanación. Se reprendió a sí misma por pensar en lo que estaban haciendo como una profanación. Era lo que su padre hubiera esperado de ellos y sin embargo no podía quitarse de encima el sentimiento de culpa, la vergüenza y el dolor.
Contuvo un sollozo.
- Es tarde –hizo notar Gunnar. Cerraba la mochila con parsimonia, como un escolar lo haría después de haber guardado meticulosamente los libros que necesitaría aquel día en el aula.- Vámonos a casa.
Ella no decía nada, pero sabía por lo que estaba pasando. Él mismo había experimentado esa sensación al principio. Era más duro cuando estabas sólo. Terminaba dejando una huella en el carácter, pero el dolor desaparecía. Y dejaba paso a la satisfacción de haber vengado a la persona. Gunnar nunca había llevado a cabo ese ritual con tanta convicción como en el cuerpo de su padre. Sentía que se lo debía, y apagaba el dolor de su pérdida.
Se acercó a su hermana y le pasó el brazo por el hombro, empujándola con delicadeza fuera de la sala. Gudrún se dejó llevar, olvidada de mostrar entereza. Si no podía mostrar debilidad con su hermano, ¿con quién entonces?
Sólo se detuvieron para cerrar la puerta con llave. Cuando salieron a la calle y un viento frío les recibió trayendo hasta ellos la lluvia, parecía que el ritual en el velatorio había pasado años atrás. Sólo quedaba la añoranza por su padre, oculta bajo la armadura del ansia de venganza. Gunnar sabía que si no despejaba la mente de su hermana hacia otros asuntos más mundanos, se desequilibraría.
- Voy a torturarte un poco más.-el tono de Gunnar era suave, conciliador.
- ¿Qué vas a hacer ahora? –sabía que aquella nueva “tortura” era un intento de pedir disculpas.
- Voy a preparar chili tex-mex y fiskibollar para cenar.
Sin dar tiempo a que contestara, Gunnar sacó el móvil para llamar a un taxi. Gudrún reconoció la buena intención de su hermano al hablar de dos de sus platos favoritos, pero también la tortura implícita: Gunnar no sabía cocinar. A pesar del mal momento y de lo que aún quedaba por venir, Gudrún rompió a reír.