lunes, 23 de septiembre de 2013

Primera Parte: Draugar (XXVI)



- ¿Tienes que leer eso? –preguntó Gunnar a su hermana.

- Claro, para eso me lo he traído.

Estaban sentados en la sala de espera desde hacía varias horas. Lo primero que habían hecho al llegar a Islandia esa mañana era volver al piso que compartían desde que empezaron la universidad y marcharon de casa de sus padres, dejar sus cosas e ir a buscar el cadáver de su padre. Lo habían mirado, habían leído los informes oficiales, se habían comportado como se esperaba de ellos. Ya tendrían tiempo después para examinarlo con sus ojos más expertos en el velatorio. La necesidad de atrapar al vampiro y vengar a su padre les impedía sentir el dolor de su pérdida. En su fuero interno, casi parecía que si mataban a su asesino, su padre volvería a la vida. Era un totalmente irracional, pero así funcionan a veces las personas: prefieren engañarse a sí mismos a aceptar la pérdida y enfrentarse al dolor.

Ahora se encontraban en la funeraria, donde habían contratado una estancia durante tres días para el velatorio. Era poco tiempo, pero al parecer Hákan llevaba muerto más de los diez días de rigor para el velatorio, así que esos tres días ya eran demasiado. Pero tenía que ser así. Ellos querían que fuera así, se lo debían. 

Mientras esperaban a que el cadáver de su padre estuviera visible, Gunnar tomaba café casi constantemente y Gudrún estaba plácidamente sentada leyendo su inmenso volumen de novelas de Jane Austen. Su madre se lo había regalado cuando tenía dieciséis años, en verano. Acababa de terminar el curso en el instituto y había decidido estudiar Filología Inglesa. Más o menos al mismo tiempo, Gunnar había decidido que estudiaría Matemáticas. 

Fue la primera vez en que los mellizos no estaban de acuerdo en algo, y aquel algo separaba su futuro. A Gudrún la idea de vivir separada de su hermano le ponía triste, y sus padres decidieron que les vendría bien acostumbrarse, así que los separaron durante el verano: mandaron a Gunnar a Akureyri con sus abuelos paternos y a Gudrún a los Westfjords a la granja de unos amigos. Cuando subió al autobús, Gudrún recibió el regalo de su madre y desde entonces no se había separado de él. Lo devoró durante el verano y lo leería mil y una veces más en los tres años siguientes, durante la enfermedad de su madre. 

Para ella era un vínculo con sus años felices, cuando aún tenía una familia unida a la que aferrarse, y lo releía cada vez que algo malo ocurría, como una forma de refugiarse en su época de niña. Además, aquel verano en los Westfjords había cambiado su vida.

Una vez quedaron solos con su padre, nada fue lo mismo. Hákan les quería y les daba cariño a su manera, pero no servía de pegamento. Poco a poco se fueron distanciando unos de otros hasta que al final marcharon a Estados Unidos. 

Por supuesto, había habido más motivos detrás de aquella decisión. En su último año de carrera, Gunnar se enamoró de una chica que hacía trabajos sociales. La muchacha se había propuesto ayudar a un chico solitario que siempre veía por las calles de Reykjavík. Ella estaba segura de que era un chico con problemas, quería acercarse y hablar con él. Gunnar ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.

Reykjavík es una ciudad tranquila. A nadie se le hubiera ocurrido advertir a su novia de no andar sola por la calle. No iba a pasar nada, nunca pasaba. Y entonces ella empezó a perder la cabeza. 

Decía que era un niño al que habían matado, que había seguido creciendo después de muerto. Incluso dijo que no era el único, que pasaba a menudo, que esos seres se llamaban Útburdar. Decía que sólo buscaban compañía, una madre que sustituyera a la que les había abandonado.

Gunnar, como hombre racional que era, le había aconsejado consultar con un especialista. Tuvieron una gran discusión al respecto. Gudrún aún recordaba la noche en la que su hermano entró en la casa que compartían dando golpes. No era violento, de modo que le resultó muy chocante. Después de un largo tiempo sentado a solas en la cocina, se había acercado a ella y le había contado lo ocurrido. Gudrún intentó ayudarle, decirle que hablase con ella, que no fuese tan directo en lo de consultar a un profesional. Le hizo ver que aquello podía haberla ofendido. Su hermano se calmó y admitió su impulsividad. Quedaron en que hablaría con ella al día siguiente.

Pero al día siguiente no contestó sus llamadas. Pensó que estaba enfadada y le dejó un par de mensajes. Sabía que a veces era necesario tiempo para pensar con claridad. Había sido desconsiderado y comprendía perfectamente que estuviera enfadada con él. Incluso comprendía que pudiera dejar la relación. A fin de cuentas, casi la había llamado loca. Pero estaba dispuesto a luchar por corregir el error.

Los días pasaron y no la localizaba. No contestaba sus llamadas, no respondía sus mensajes. La madre de ella le dijo que hacía días que no pasaba por casa. Ella pensaba que estaba en casa de Gunnar. 

Fue entonces cuando Gunnar inició lo que se convertiría en su profesión. Entró en contacto con una especie de organización, la Orden de Hallstatt. Decía que se sentía interesado. Le dieron información suficiente como para darse cuenta de que su novia no estaba loca y que no apoyarla fue el peor error de su vida. Finalmente encontraron su cuerpo en la cascada Skorgafoss, en el sur del país. El útburdur la había arrastrado con él hasta el sitio en que le ahogaron y ahora se había convertido en su madre espectral. 

Gunnar nunca se perdonaría no haberla creído, sentía que era culpa suya. Más tarde descubrió que los medios de comunicación no se dieron eco de lo que le había sucedido a su novia. Le pareció tremendamente injusto que se mantuviese oculto porque había sucedido en un centro de atracción turística. Indignado, escribió él mismo toda la historia a modo de reportaje. Nadie le prestó atención en Islandia. Lo tradujo al inglés y lo mandó a las comunidades de origen escandinavo de los Estados Unidos. 

El éxito que tuvo, especialmente entre los círculos conspiranóicos, le granjeó el trabajo con el que pudo emigrar al continente americano. Utilizó su mal pagado trabajo de reportero de lo paranormal para viajar por el país e intentar evitar que nadie más pasara por lo que su novia y él habían pasado. 

Fue fácil para su hermana conseguir un trabajo en el mismo país en que él estaba. A fin de cuentas, era brillante en su campo. Ella mantenía contacto con los miembros de Hallstatt, que habían renegado de él por involucrarse demasiado en lo que hacía. Y con su ayuda, Gunnar había pasado de ir contando la verdad a aprender cómo matar aquellos seres. Había pasado de ser Mulder a convertirse en Van Helsing.

Todos aquellos recuerdos venían a la mente de Gudrún tan solo con abrir la antología de Jane Austen. A Gunnar le parecía vacío de contenido, una tontería empalagosa. Pero ella veía algo más que novela romántica victoriana en cada línea que leía.

Un empleado de la funeraria salió de la sala del velatorio. Tenía la expresión medio grave medio sonriente que suele mostrar la gente acostumbrada a trabajar en esa clase de sitios. Uno nunca sabe hasta qué punto habían perdido la capacidad de empatía con los familiares.

- Ya podéis pasar, chicos.-anunció. 

Dio la llave de la sala a Gunnar, que agradeció quedamente, y les dejó solos. Gudrún aún guardaba el libro en la mochila mientras entraban al encuentro de su padre.

Desde luego habían hecho un gran trabajo. La estancia era grande, como correspondía a una persona de la talla de Hákan. Cuando a la tarde siguiente empezase a llegar gente para despedirse de él, llegarían en gran número. Las paredes estaban decoradas con flores y farolillos en tonos claros. Habían suprimido cualquier símbolo religioso en honor a la memoria de su padre, como los mellizos habían pedido. Había una mesa pequeña y vacía, donde pondrían una cafetera y algún otro refrigerio. Unos bancos de madera blanca completaban el mobiliario. En el centro de la estancia, sobre una mesa alargada, estaba el ataúd de Hákan. Cuadrado, de madera sin barnizar. Contacto con la tierra, como él había pedido. Igual que enterraron a su esposa, junto a la que ahora yacería para siempre.

También con el estado del cadáver habían hecho un buen trabajo. Hákan parecía dormir plácidamente a pesar del tiempo transcurrido. Y a pesar también del aspecto transcurrido, había que acercarse mucho al cuerpo para percibir el olor a putrefacción.

Los gemelos dieron un último beso a su padre y guardaron silencio unos minutos. Hacía años que no le veían, pero ambos le querían tiernamente. Se sumieron en sus recuerdos, le hablaron. Con lo que sabían del mundo, tenían esperanza de que pudiera oír lo que pensaban, las palabras que le dirigían. 

Fue Gudrún quien rompió el silencio.

- ¿Estás seguro de esto?

- Es completamente necesario.

- No es seguro que funcione. Sería maltratar su cuerpo para nada.

- Nunca he visto que falle y lo he usado muchas veces.

- ¿Y si no viene?

- Vendrá. Siempre lo hacen. Dame la mochila, anda.

Gudrún suspiró resignada. Había leído al respecto muchas veces, pero nunca lo había visto. Ella sólo trataba con cosas teóricas.

- Ten –dijo extendiéndole la mochila.- Pero que sepas que no estoy de acuerdo.

- Muy bien, ya me lo has dicho. Verás cómo cambias de opinión en unos días.

Gudrún bufó ante la impertinencia de su hermano, pero no protestó más. Observó cómo abría la mochila y sacaba una aguja. Era fina, más aún que las de coser, aunque tan larga como una aguja pequeña de hacer punto. 

Gunnar la sopesó un momento, miró el cuerpo de su padre de forma analítica, como si estuviera haciendo cálculos. Luego miró a su hermana de nuevo. Pareció dudar un momento de su propia convicción.

- Sabes que necesito tu ayuda para que salga bien ¿verdad?

- Sí, lo sé. La familia más cercana.

- Si no quieres hacerlo, podemos buscar otra forma de…

Gudrún sacudió la cabeza.

- No, no, tranquilo. Vamos al tema.

- Como quieras. Luego no me digas que te obligué.

- Dame la aguja de una puta vez, Gunnar.

Gunnar alargó la aguja hacia ella. Su hermana la tomó con un gesto de dentera. Estaba segura de que iba a doler, pero no se echaría atrás. Tomó aire y colocó la punta de la aguja sobre la palma de su mano izquierda. Luego rasgó la piel, tan rápido como pudo. Mientras lo hacía, sintió simplemente como si estuvieran pellizcándola. Cuando empezó a sangrar, sintió dolor en la mano y escozor en la herida. No pudo evitar una exclamación de dolor. 

Sin embargo pudo pensar lo suficientemente rápido para empapar la aguja con la primera sangre que brotó de su mano. Creía que aún no había acabado el proceso, cuando su hermano le quitó la aguja de las manos y con decisión, se cortó en la palma derecha y mezcló su sangre con la de ella.

- Gudrún, tiene que ser antes de que la sangre se seque. 

La mujer asintió. Tomó la mano que su hermano le ofrecía y una de las manos de su padre muerto con la otra. Gunnar murmuró algo para sí, algo que ella no sabía si interpretar como una oración o como un hechizo. 

Cerró los ojos. Sabía lo que venía a continuación, pero no quería verlo.

- Gudrún, tienes que verlo.

Suspiró. Abrió los ojos de nuevo, para presenciar cómo su hermano introducía la aguja en el cuerpo de su padre por el límite inferior del cuello, hacia el pecho. Daba dentera, casi podía sentir que era su propio cuerpo en que estaba siendo atravesado por una aguja. Se estremeció un tanto al observar la frialdad con la que Gunnar operaba. Sabía a qué se dedicaba, pero nunca le había visto trabajando.

Una vez la aguja estuvo dentro del todo, no dejó rastro aparente. Al acercarse podían ver un pequeño punto negro allí donde habían clavado la aguja, pero nada más. Aún así para Gunnar era demasiado evidente. 

Rebuscó un momento en los bolsillos de su cazadora hasta que finalmente sacó una barra de maquillaje. Era del tipo de maquillaje que algunas mujeres usan para ocultar las ojeras. Gudrún tuvo oportunidad de sorprenderse una vez más. En apenas un momento, no quedaban huellas de su profanación. Se reprendió a sí misma por pensar en lo que estaban haciendo como una profanación. Era lo que su padre hubiera esperado de ellos y sin embargo no podía quitarse de encima el sentimiento de culpa, la vergüenza y el dolor.

Contuvo un sollozo.

- Es tarde –hizo notar Gunnar. Cerraba la mochila con parsimonia, como un escolar lo haría después de haber guardado meticulosamente los libros que necesitaría aquel día en el aula.- Vámonos a casa.

Ella no decía nada, pero sabía por lo que estaba pasando. Él mismo había experimentado esa sensación al principio. Era más duro cuando estabas sólo. Terminaba dejando una huella en el carácter, pero el dolor desaparecía. Y dejaba paso a la satisfacción de haber vengado a la persona. Gunnar nunca había llevado a cabo ese ritual con tanta convicción como en el cuerpo de su padre. Sentía que se lo debía, y apagaba el dolor de su pérdida.

Se acercó a su hermana y le pasó el brazo por el hombro, empujándola con delicadeza fuera de la sala. Gudrún se dejó llevar, olvidada de mostrar entereza. Si no podía mostrar debilidad con su hermano, ¿con quién entonces?

Sólo se detuvieron para cerrar la puerta con llave. Cuando salieron a la calle y un viento frío les recibió trayendo hasta ellos la lluvia, parecía que el ritual en el velatorio había pasado años atrás. Sólo quedaba la añoranza por su padre, oculta bajo la armadura del ansia de venganza. Gunnar sabía que si no despejaba la mente de su hermana hacia otros asuntos más mundanos, se desequilibraría.

- Voy a torturarte un poco más.-el tono de Gunnar era suave, conciliador.

- ¿Qué vas a hacer ahora? –sabía que aquella nueva “tortura” era un intento de pedir disculpas.

- Voy a preparar chili tex-mex y fiskibollar para cenar.

Sin dar tiempo a que contestara, Gunnar sacó el móvil para llamar a un taxi. Gudrún reconoció la buena intención de su hermano al hablar de dos de sus platos favoritos, pero también la tortura implícita: Gunnar no sabía cocinar. A pesar del mal momento y de lo que aún quedaba por venir, Gudrún rompió a reír.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Primera Parte:Draugar (XV)



Aislin estaba sentada en su escritorio. Jugueteaba con el brazalete de bronce que Hákan le había dado para analizar. Casi se había olvidado de él. Sabía que aquello guardaba alguna relación con lo que estaba pasando, lo supo desde que Kjell le contó sobre los Hijos de la Tumba y su ligazón a algunos objetos. Sintió deseos de estampar el brazalete contra la pared y olvidarse de él para siempre. O volver a enterrarlo. Escuchó que la puerta del cuarto se abría.

- ¿Cuándo te he invitado a entrar?

- Me invitaste a entrar hará un par de semanas. Al salir del hospital.

Aislin sacudió la cabeza y apartó el brazalete de sí.

- No sabía que eras tú. –dijo simplemente a modo de saludo.

- ¿Preferirías haberte enterado por otra fuente?

- Preferiría que no hubiera pasado.

Kjell asintió. Dio un par de pasos hacia el interior, observando la habitación. Era grande, espaciosa. Sólo había una cama, un armario, un escritorio y una estantería. El resto era un espacio vacío para reflexionar caminando. Dado que casi todo el espacio libre estaba cubierto con una alfombra suave, Kjell pensó que posiblemente Aislin caminaba descalza por la habitación. No era una mala costumbre. Terminada su inspección, se sentó con suavidad en el borde de la cama. Cerró la sudadera con las manos y cruzó los brazos sobre el pecho.

- Me mentiste- no era una acusación, sólo la constatación de un hecho.

- ¿En qué?

Aislin se volvió para mirarle. No se había molestado siquiera en cambiar de postura mientras él daba vueltas por el dormitorio. Le daba un poco igual todo en ese momento.

- En que me dijiste que no tenías nada de esos vampiros.

- No tengo nada.

- ¿No?

Señaló con un movimiento de cabeza el brazalete. Aislin puso los ojos en blanco.

- ¿Cómo iba a saberlo?

Kjell bufó. Sabía que mentía, pero tampoco la culpaba por ello. No era la clase de persona que daba explicaciones y precisamente por eso, tampoco se sentía inclinado a pedirlas.

- ¿Cómo no ibas a saberlo?

- ¿Qué?

- Conoces todos los hechizos rúnicos de la historia de Islandia. En la historia de la hechicería de Islandia no aparece ese símbolo. Ese símbolo es el de los retornados.

- ¿El de los retornados?- Aislin parecía de pronto interesada.- ¡He estado casi un mes pensando en qué podía ser!

Cogió el brazalete en la mano con precipitación y dejó caer en la cama junto a Kjell. Sin soltar la reliquia, la acercó a la luz de forma que ambos pudieran verla y fijó la mirada en la runa.

- ¿Qué significa?

- Significa que hay dos muertos atados a este brazalete.

- ¿Nada más?

- Nada más. ¿Qué más puede ser?

- Pues… no sé. Me dijiste que esta gente ataba a los muertos para cumplir una misión ¿no? ¿Dice ahí qué clase de misión?

- La clase de misión no aparece.- Kjell sonreía de forma misteriosa. Como si se estuviera conteniendo para no reír, o como si ocultase información.

- ¿Y dónde aparece?

- No aparece.

- ¿No? –sonaba decepcionada.

- No. Las misiones se recitaban en una nídstöng.

Conocía el ritual. Consistía en clavar la cabeza de algún animal, normalmente un caballo, sobre un poste de madera y recitar la maldición poniendo a los espíritus y los dioses como testigos. Siempre pensó que no era más que un asunto simbólico, una forma de intimidación al enemigo. Normalmente el caballo solía ser el de la persona a la que se quería intimidar, así que el razonamiento era bastante lógico. Aún en tiempos recientes se había llevado a cabo de modo simbólico. Hasta donde sabía, la última vez que se había hecho algo así fue en la protesta contra la presencia de una base militar estadounidense en Islandia, aunque en aquella ocasión se había usado la cabeza de un bacalao en vez de la de un caballo. Nunca se le hubiera ocurrido relacionarlo con el levantamiento de muertos.

- Una nídstöng.-comentó incrédula- ¿con la cabeza de un caballo?

- Con la cabeza de un muerto reciente.

Aquello tenía más sentido. Vida a cambio de vida, era una forma bastante común de aplacar las posibles consecuencias de atentar contra el orden natural. Sustituían un muerto por otro. Cualquiera que fuera el estado de las cosas, el equilibrio tenía que continuar.

- Vale. A ver, oye… me dijiste que con algo de ellos se les podía detener.

- Lo dije, sí.

- ¿Me vas a contar cómo?

Kjell la miró divertido por un momento.

- Contar cómo…Preferiría hacerlo yo. Si lo hiciera yo acabaríamos antes.

- Me da igual. Quiero saber cómo. Quiero hacerlo yo. Soy yo la que quiere venganza.

- ¿Eres tú la que quiere venganza? ¿Qué te hace pensar que no la quiero yo también?

Aislin le miró suspicaz.

- ¿Qué te han hecho a ti?

- ¿Qué me han hecho a mí? Me han hecho… mucho.

- Bueno, guárdate el secreto, si lo prefieres. Mientras lo guardes, me han atacado y han matado a Hákan y a Helga, que no tenía nada que ver en el asunto, así que yo gano. Quiero vengarme. Enséñame cómo.

- Muy bien. Mañana por la noche, después de cenar.

Kjell se levantó y se dirigió a la puerta.

- ¿Por qué no ahora?

Se volvió y sonrió con expresión paciente.

- Permítete a ti misma un día de duelo. El duelo ayuda a aceptar la pérdida. Aceptar la pérdida enfría la tristeza. Enfriar la tristeza te hace más capaz para la venganza.

Bien, le pareció bastante justo. Asintió, y Kjell dejó la habitación. No le dio tiempo a cambiar de posición, cuando vio que entraba de nuevo.

- Aislin –dijo desde el marco de la puerta.

- ¿Sí?

- Descubrirás ciertas verdades que no te gustará oír. Ciertas verdades que duelen.

- ¿Intentas disuadirme?

Kjell sacudió la cabeza.

- Intento decirte que las cosas no son siempre lo que parecen.

Entonces marchó. Aislin se sintió tentada de retenerle, pero fue sólo un impulso. No iba a pedir explicaciones a ese comentario.

Si hubiera sabido a qué se refería, su reacción hubiera sido muy distinta.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Primera parte: Draugar (XXV)



Esperó hasta que empezaron a cenar. Era el momento en que hablaban de intranscendencias, o simplemente se quedaban en silencio. Sara carraspeó con suavidad, intentando llamar la atención de Aislin. Había estado pensando en la mejor forma posible para decírselo, la más sensible, pero no era capaz de encontrar algo que fuera menos doloroso que lo demás. Al final optó por intentar ponerse en el lugar de Aislin ¿cómo le gustaría a ella que le comunicasen una noticia así? Decidió que la forma más directa era la que menos angustia causaba.

- Aislin…- comenzó- He oído algo en la universidad.

- ¿Algo de qué?- parecía que la irlandesa esperaba algún cotilleo sin importancia. O tal vez alguna voz que la criticara. Sonaba divertida.

- Es sobre Hákan.

- ¿Qué? –ahora sí sonaba interesada. Tal vez no preocupada como Sara había supuesto, pero sí interesada. 

Sara tomó aire para darse fuerza.

- Ha muerto.

Se hizo un silencio tenso. Sara intentaba mantener una expresión amigable que quería transmitir “no hay de qué preocuparse, todo irá bien”, al par que se mantenía en respetuoso silencio ante una Aislin que parecía en estado de shock. Había dejado los cubiertos en el plato y mantenía la mirada fija en el vaso, como si pudiera darle la respuesta a una pregunta sin formular. 

El intento de Sara por ser un apoyo silencioso para su compañera resultó más difícil de lo que creyó en un principio. En especial, porque le resultaba complicado contenerse ante la expresión grave y circunspecta de Kjell. La española estaba completamente convencida de que aquel hombre sabía tanto como podía saber Gabriel. Aún no había decidido qué debía creer y qué no, pero tenía muy claro que había gente que creía en ello. Por la expresión de su invitado, Sara dedujo que era una de esas personas. Le costó muchísimo contener un bufido. Muy bien, creía saber qué había matado al amigo de Aislin. También creía saber que era un asunto serio y peligroso. Pero en ese preciso momento era mucho más importante apoyar a la irlandesa. Al menos así se lo parecía a ella. En su fuero interno estaba deseando levantarse y zarandearle, hacerle ver las cosas del modo correcto, aunque sabía que no merecería la pena. 

- ¿Cómo te has enterado?-preguntó Aislin sin apartar la mirada del vaso.

- Me… me lo contó Gabriel.

Entonces sí que levantó la cabeza y la miró directamente.

- ¿Y cómo es que se entera antes él que los que somos más cercanos?

- Yo…- ¿qué iba a decir? La verdad era surrealista.- No lo sé. Supongo que por las circunstancias en las que le encontraron. Es psiquiatra, habrá tenido que tratar con quien le encontró – era mentira. Pero una mentira más lógica que la verdad.

- Le encontraron…- la irlandesa parpadeó un par de veces. Parecía confusa.

- Le encontraron… ¿no ha muerto de muerte natural?-la pregunta de Kjell parecía un tanto fuera de lugar. El tono era grave, como si se forzara a hablar. Además, sus palabras sugerían más de lo que decían.

- No. No ha muerto de muerte natural. 

- ¿Y de qué ha muerto? ¿Le han matado? 

- Eso parece.

- ¿Cómo?

- ¿Cómo? –Sara se veía de pronto abrumada por las preguntas de su amiga.-¿Cómo coño quieres que lo sepa? 

- Pareces muy informada. – amargura. Aislin se sentía dolida, traicionada de algún modo. 

- Yo no estoy informada. Sólo sé que encontraron su cuerpo en la capilla del cementerio. 

- Es más de lo que yo sé, no…-se interrumpió. No estaba segura de haber escuchado bien- ¿en la capilla del cementerio?

Sara asintió.

- Sí. En la capilla del cementerio. ¿por qué?

Aislin se levantó de la mesa.

- Oye, mirad, lo siento, yo… creo que quiero estar sola.

Salió de la cocina sin mirar atrás. Sara comprendía que quisiera estar sola, aunque le sorprendía que se marchase al mencionar el cementerio. Por primera vez se preguntó si ella era la única que no sabía qué estaba pasando. La sensación de que le ocultaban información fue de pronto certera. Observó a Kjell, que había seguido con la mirada a Aislin mientras marchaba y ahora parecía ocupado desmigando el pescado de su plato con un tenedor.

Sara se volvió a mirarle. Por un momento pensó que sentía su mirada como algo físico y que por eso levantó la cabeza para mirarla directamente a los ojos. Se sintió incómoda, intentó apartar la vista de los iris azules que la atrapaban. Sentía que no podía moverse. En un impulso que luego no sabría explicar, apartó de su mente los pensamientos sobre Gabriel y los vampiros. Tomó aire con dificultad, imaginó una pantalla oscura y una cuenta atrás desde 10, con los números apareciendo en blanco sobre el fondo negro de su mente. Kjell rompió a reír cuando estaba en el número 3.

- No está enfadada contigo.- dijo. Y entonces Sara parpadeó, como liberada del hechizo.

- Ya, yo…- ¿era posible que lo estuviera imaginando todo? Sentía que le embargaba la paranoia. Por un momento había pensado que Kjell era capaz de leerle la mente. Pero no, parecía que simplemente pensaba que estaba preocupada por Aislin. Suspiró. Estaba metiéndose en un mundo que no le interesaba en absoluto y empezaba a perder el contacto con la realidad. – No tenía que haberle dicho nada –dijo a pesar de sí misma. Y tan pronto como las palabras salieron de su boca, supo que eran completamente sinceras. Realmente, no tenía que haber dicho nada. No era quién para hacerlo.

- ¿No tenías que haberle dicho nada? – El hombre parecía realmente sorprendido.

- No, no tenía que habérselo dicho. Debería haberse enterado por si misma.

Kjell se encogió de hombros y sonrió de nuevo. Luego se levantó de golpe.

- Hablaré con ella.- dijo simplemente.

En menos de un minuto, Sara estaba sola en la cocina. No estaba segura de qué había pasado realmente y se sentía un tanto desconcertada. Terminó de cenar sola, mientras dejaba que su mente analizara lo ocurrido. No llegó a nada concluyente, pero una cosa sí que tenía clara: Gabriel tenía razón. Tal vez no literalmente. Quizás los vampiros existieran o quizás no, pero la creencia en ellos estaba tan enraizada en aquellas personas, que influía en su vida diaria. También, que estaba al margen, que había muchas cosas que no sabía. 



Cuando terminó de fregar los platos y regresó a su habitación, tenía algo decidido: iba a llegar hasta el final. De algún modo, iba a enterarse de todo lo que estaba sucediendo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Primera Parte: Draugar (XXIV)



El teléfono sonó varias veces antes de que se dieran cuenta. Estaban en una cafetería, intentando comer algo antes de seguir. Hubo un tiempo en que se hubieran sentado a la mesa delante de una comida casera y hubieran compartido chismorreos. Pero ya nunca más. Desde que marcharon a los Estados Unidos, los hermanos apenas se veían una vez al año. Y cuando lo hacían era un encuentro breve, en zona neutral, para intercambiar información. Habían aprendido a vivir solos, a dedicarse cada uno a una faceta del mismo trabajo: Gudrún trabajaba en la biblioteca nacional, Gunnar trabajaba oficialmente de corresponsal en una revista, aunque sólo era la excusa para viajar a menudo y hacer su verdadero trabajo.

- Coge tú, es tu teléfono- dijo Gunnar cuando sonó por tercera vez.

- No quiero que me molesten. 

Su hermano suspiró irritado. Él tampoco quería que le molestasen. Por eso quería que cogiese el teléfono, el sonido constante del politono de moda le ponía nervioso. Alargó la mano hacia el teléfono de su hermana y miró la pantalla.

- ¿Estás bien?-preguntó Gudrún. Gunnar había palidecido, parecía mareado.

- Es de Islandia.

- ¿Qué? ¿Cómo va a ser de Islandia? Sólo papá tiene este número y sabe que me encuentra mejor cuando es de noche aquí…

- No es el número de papá.

- Pero...

Gudrún prácticamente arrancó el teléfono de las manos de su hermano. Había dejado de sonar.

-¡Ops! Mi contrato no cubre llamadas internacionales…

-Tenías que haber cogido antes.

- No seas así. ¿Puedo llamar del tuyo?

- ¿Cómo sabes que el mío cubre llamadas internacionales?

- Porque eres periodista. Y porque si no lo hiciera estarías destrozando el local a patadas por no saber qué está pasando en Islandia.

- Qué astuta. Creo que deberíamos intercambiar roles, Gudrún.

Resopló.

- ¿Me dejas llamar o no?

Gunnar le alargó el teléfono. Marcó rápidamente, sin titubear, y cuando respondieron al otro lado de la línea, habló con voz firme y en islandés.

- Soy Gudrún Hákanssdóttir. Creo que me ha llamado hace unos minutos.

Gunnar escuchó la parte de la conversación que correspondía a su hermana intentando adivinar qué estaba pasando.

- Sí, es mi padre. Comprendo. Sí. Claro, sí. Yo se lo diré. Desde luego. Sí, sí. Sería lo propio. Veré qué puedo hacer. Muchas gracias.

La mujer palidecía con cada palabra y su hermano sólo pudo concluir que pasaba algo con su padre. Había dormido mal las dos últimas semanas. Tal vez le había pasado algo. 

- Papá ha muerto- informó Gudrún sin preámbulos.

- Vaya…-Gunnar no sabía qué decir. Le cogía de sorpresa, le costaba procesar sus emociones. Posiblemente tardaría unos días en asimilar la noticia y sentir el dolor. Su hermana lo sabía, por eso no se tomó a mal sus palabras- Era mayor. Nunca fue el mismo desde que mamá murió y…

- Gunnar, escúchame.- Gudrún habló entonces en islandés, y su hermano sintió un escalofrío. No hablaban islandés en Estados Unidos. Menos aún Gudrún, a la que le parecía una falta de respeto excluir a la gente de la conversación, por muy íntima que esta fuese y desconocidos los parroquianos. 

- Lo siento. Dime.

- Ha sido un vampiro. A papá le ha matado un vampiro.

Gunnar asintió. Aquello era diferente, por supuesto. Aquello lo cambiaba todo. Tendrían que volver a Islandia, hacerse cargo. No le gustaba la idea. En su país natal, la gente era tan respetuosa con lo sobrenatural que le culparían a él de los males que pudieran ocurrir. Tan diferente de los Estados Unidos, donde si alguien supiera a qué se dedicaba quienes le creyeran pensarían que era un héroe. 

Chasqueó los labios. A pesar de todo, irían a arreglar cuentas con ese vampiro. Otra de las filosofías de vida islandesas era no dejar nunca una afrenta sin ser vengada. Aquella sí que le gustaba especialmente.

- Tenemos que volver a Islandia, hermano.- se adelantó a sus pensamientos Gudrún.

Gunnar asintió. Llamó a la camarera con un gesto de la mano y de inmediato les llevó la cuenta. A sus ojos, eran una pareja normal: mellizos, muy parecidos, unos treinta y pocos años, aunque él parecía algo más castigado. Ambos de pelo rojizo, corto. El cabello de él se rizaba un tanto alrededor de su rostro, el de ella era completamente liso. La camarera supuso que se lo planchaba. Los ojos oscuros, las facciones finas. Altos. Ella vestía como una secretaria y él más como un periodista deportivo, pero tenían el mismo estilo confiado. Le parecieron atractivos. 

Al darles la cuenta, sonrió al muchacho interesada. Él le devolvió la sonrisa y dejó una buena propina, pero no volvería a verles.



Compraron billetes sólo de ida para Islandia. No sabían cuánto tiempo les iba a llevar. Eso hizo que fuera más caro y que tuvieran que viajar de noche. Dejaban mucho atrás, pero nada de eso importaba ya. Iban a saldar una deuda.