miércoles, 11 de septiembre de 2013

Primera Parte: Draugar (XXIV)



El teléfono sonó varias veces antes de que se dieran cuenta. Estaban en una cafetería, intentando comer algo antes de seguir. Hubo un tiempo en que se hubieran sentado a la mesa delante de una comida casera y hubieran compartido chismorreos. Pero ya nunca más. Desde que marcharon a los Estados Unidos, los hermanos apenas se veían una vez al año. Y cuando lo hacían era un encuentro breve, en zona neutral, para intercambiar información. Habían aprendido a vivir solos, a dedicarse cada uno a una faceta del mismo trabajo: Gudrún trabajaba en la biblioteca nacional, Gunnar trabajaba oficialmente de corresponsal en una revista, aunque sólo era la excusa para viajar a menudo y hacer su verdadero trabajo.

- Coge tú, es tu teléfono- dijo Gunnar cuando sonó por tercera vez.

- No quiero que me molesten. 

Su hermano suspiró irritado. Él tampoco quería que le molestasen. Por eso quería que cogiese el teléfono, el sonido constante del politono de moda le ponía nervioso. Alargó la mano hacia el teléfono de su hermana y miró la pantalla.

- ¿Estás bien?-preguntó Gudrún. Gunnar había palidecido, parecía mareado.

- Es de Islandia.

- ¿Qué? ¿Cómo va a ser de Islandia? Sólo papá tiene este número y sabe que me encuentra mejor cuando es de noche aquí…

- No es el número de papá.

- Pero...

Gudrún prácticamente arrancó el teléfono de las manos de su hermano. Había dejado de sonar.

-¡Ops! Mi contrato no cubre llamadas internacionales…

-Tenías que haber cogido antes.

- No seas así. ¿Puedo llamar del tuyo?

- ¿Cómo sabes que el mío cubre llamadas internacionales?

- Porque eres periodista. Y porque si no lo hiciera estarías destrozando el local a patadas por no saber qué está pasando en Islandia.

- Qué astuta. Creo que deberíamos intercambiar roles, Gudrún.

Resopló.

- ¿Me dejas llamar o no?

Gunnar le alargó el teléfono. Marcó rápidamente, sin titubear, y cuando respondieron al otro lado de la línea, habló con voz firme y en islandés.

- Soy Gudrún Hákanssdóttir. Creo que me ha llamado hace unos minutos.

Gunnar escuchó la parte de la conversación que correspondía a su hermana intentando adivinar qué estaba pasando.

- Sí, es mi padre. Comprendo. Sí. Claro, sí. Yo se lo diré. Desde luego. Sí, sí. Sería lo propio. Veré qué puedo hacer. Muchas gracias.

La mujer palidecía con cada palabra y su hermano sólo pudo concluir que pasaba algo con su padre. Había dormido mal las dos últimas semanas. Tal vez le había pasado algo. 

- Papá ha muerto- informó Gudrún sin preámbulos.

- Vaya…-Gunnar no sabía qué decir. Le cogía de sorpresa, le costaba procesar sus emociones. Posiblemente tardaría unos días en asimilar la noticia y sentir el dolor. Su hermana lo sabía, por eso no se tomó a mal sus palabras- Era mayor. Nunca fue el mismo desde que mamá murió y…

- Gunnar, escúchame.- Gudrún habló entonces en islandés, y su hermano sintió un escalofrío. No hablaban islandés en Estados Unidos. Menos aún Gudrún, a la que le parecía una falta de respeto excluir a la gente de la conversación, por muy íntima que esta fuese y desconocidos los parroquianos. 

- Lo siento. Dime.

- Ha sido un vampiro. A papá le ha matado un vampiro.

Gunnar asintió. Aquello era diferente, por supuesto. Aquello lo cambiaba todo. Tendrían que volver a Islandia, hacerse cargo. No le gustaba la idea. En su país natal, la gente era tan respetuosa con lo sobrenatural que le culparían a él de los males que pudieran ocurrir. Tan diferente de los Estados Unidos, donde si alguien supiera a qué se dedicaba quienes le creyeran pensarían que era un héroe. 

Chasqueó los labios. A pesar de todo, irían a arreglar cuentas con ese vampiro. Otra de las filosofías de vida islandesas era no dejar nunca una afrenta sin ser vengada. Aquella sí que le gustaba especialmente.

- Tenemos que volver a Islandia, hermano.- se adelantó a sus pensamientos Gudrún.

Gunnar asintió. Llamó a la camarera con un gesto de la mano y de inmediato les llevó la cuenta. A sus ojos, eran una pareja normal: mellizos, muy parecidos, unos treinta y pocos años, aunque él parecía algo más castigado. Ambos de pelo rojizo, corto. El cabello de él se rizaba un tanto alrededor de su rostro, el de ella era completamente liso. La camarera supuso que se lo planchaba. Los ojos oscuros, las facciones finas. Altos. Ella vestía como una secretaria y él más como un periodista deportivo, pero tenían el mismo estilo confiado. Le parecieron atractivos. 

Al darles la cuenta, sonrió al muchacho interesada. Él le devolvió la sonrisa y dejó una buena propina, pero no volvería a verles.



Compraron billetes sólo de ida para Islandia. No sabían cuánto tiempo les iba a llevar. Eso hizo que fuera más caro y que tuvieran que viajar de noche. Dejaban mucho atrás, pero nada de eso importaba ya. Iban a saldar una deuda.

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