lunes, 23 de septiembre de 2013

Primera Parte: Draugar (XXVI)



- ¿Tienes que leer eso? –preguntó Gunnar a su hermana.

- Claro, para eso me lo he traído.

Estaban sentados en la sala de espera desde hacía varias horas. Lo primero que habían hecho al llegar a Islandia esa mañana era volver al piso que compartían desde que empezaron la universidad y marcharon de casa de sus padres, dejar sus cosas e ir a buscar el cadáver de su padre. Lo habían mirado, habían leído los informes oficiales, se habían comportado como se esperaba de ellos. Ya tendrían tiempo después para examinarlo con sus ojos más expertos en el velatorio. La necesidad de atrapar al vampiro y vengar a su padre les impedía sentir el dolor de su pérdida. En su fuero interno, casi parecía que si mataban a su asesino, su padre volvería a la vida. Era un totalmente irracional, pero así funcionan a veces las personas: prefieren engañarse a sí mismos a aceptar la pérdida y enfrentarse al dolor.

Ahora se encontraban en la funeraria, donde habían contratado una estancia durante tres días para el velatorio. Era poco tiempo, pero al parecer Hákan llevaba muerto más de los diez días de rigor para el velatorio, así que esos tres días ya eran demasiado. Pero tenía que ser así. Ellos querían que fuera así, se lo debían. 

Mientras esperaban a que el cadáver de su padre estuviera visible, Gunnar tomaba café casi constantemente y Gudrún estaba plácidamente sentada leyendo su inmenso volumen de novelas de Jane Austen. Su madre se lo había regalado cuando tenía dieciséis años, en verano. Acababa de terminar el curso en el instituto y había decidido estudiar Filología Inglesa. Más o menos al mismo tiempo, Gunnar había decidido que estudiaría Matemáticas. 

Fue la primera vez en que los mellizos no estaban de acuerdo en algo, y aquel algo separaba su futuro. A Gudrún la idea de vivir separada de su hermano le ponía triste, y sus padres decidieron que les vendría bien acostumbrarse, así que los separaron durante el verano: mandaron a Gunnar a Akureyri con sus abuelos paternos y a Gudrún a los Westfjords a la granja de unos amigos. Cuando subió al autobús, Gudrún recibió el regalo de su madre y desde entonces no se había separado de él. Lo devoró durante el verano y lo leería mil y una veces más en los tres años siguientes, durante la enfermedad de su madre. 

Para ella era un vínculo con sus años felices, cuando aún tenía una familia unida a la que aferrarse, y lo releía cada vez que algo malo ocurría, como una forma de refugiarse en su época de niña. Además, aquel verano en los Westfjords había cambiado su vida.

Una vez quedaron solos con su padre, nada fue lo mismo. Hákan les quería y les daba cariño a su manera, pero no servía de pegamento. Poco a poco se fueron distanciando unos de otros hasta que al final marcharon a Estados Unidos. 

Por supuesto, había habido más motivos detrás de aquella decisión. En su último año de carrera, Gunnar se enamoró de una chica que hacía trabajos sociales. La muchacha se había propuesto ayudar a un chico solitario que siempre veía por las calles de Reykjavík. Ella estaba segura de que era un chico con problemas, quería acercarse y hablar con él. Gunnar ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.

Reykjavík es una ciudad tranquila. A nadie se le hubiera ocurrido advertir a su novia de no andar sola por la calle. No iba a pasar nada, nunca pasaba. Y entonces ella empezó a perder la cabeza. 

Decía que era un niño al que habían matado, que había seguido creciendo después de muerto. Incluso dijo que no era el único, que pasaba a menudo, que esos seres se llamaban Útburdar. Decía que sólo buscaban compañía, una madre que sustituyera a la que les había abandonado.

Gunnar, como hombre racional que era, le había aconsejado consultar con un especialista. Tuvieron una gran discusión al respecto. Gudrún aún recordaba la noche en la que su hermano entró en la casa que compartían dando golpes. No era violento, de modo que le resultó muy chocante. Después de un largo tiempo sentado a solas en la cocina, se había acercado a ella y le había contado lo ocurrido. Gudrún intentó ayudarle, decirle que hablase con ella, que no fuese tan directo en lo de consultar a un profesional. Le hizo ver que aquello podía haberla ofendido. Su hermano se calmó y admitió su impulsividad. Quedaron en que hablaría con ella al día siguiente.

Pero al día siguiente no contestó sus llamadas. Pensó que estaba enfadada y le dejó un par de mensajes. Sabía que a veces era necesario tiempo para pensar con claridad. Había sido desconsiderado y comprendía perfectamente que estuviera enfadada con él. Incluso comprendía que pudiera dejar la relación. A fin de cuentas, casi la había llamado loca. Pero estaba dispuesto a luchar por corregir el error.

Los días pasaron y no la localizaba. No contestaba sus llamadas, no respondía sus mensajes. La madre de ella le dijo que hacía días que no pasaba por casa. Ella pensaba que estaba en casa de Gunnar. 

Fue entonces cuando Gunnar inició lo que se convertiría en su profesión. Entró en contacto con una especie de organización, la Orden de Hallstatt. Decía que se sentía interesado. Le dieron información suficiente como para darse cuenta de que su novia no estaba loca y que no apoyarla fue el peor error de su vida. Finalmente encontraron su cuerpo en la cascada Skorgafoss, en el sur del país. El útburdur la había arrastrado con él hasta el sitio en que le ahogaron y ahora se había convertido en su madre espectral. 

Gunnar nunca se perdonaría no haberla creído, sentía que era culpa suya. Más tarde descubrió que los medios de comunicación no se dieron eco de lo que le había sucedido a su novia. Le pareció tremendamente injusto que se mantuviese oculto porque había sucedido en un centro de atracción turística. Indignado, escribió él mismo toda la historia a modo de reportaje. Nadie le prestó atención en Islandia. Lo tradujo al inglés y lo mandó a las comunidades de origen escandinavo de los Estados Unidos. 

El éxito que tuvo, especialmente entre los círculos conspiranóicos, le granjeó el trabajo con el que pudo emigrar al continente americano. Utilizó su mal pagado trabajo de reportero de lo paranormal para viajar por el país e intentar evitar que nadie más pasara por lo que su novia y él habían pasado. 

Fue fácil para su hermana conseguir un trabajo en el mismo país en que él estaba. A fin de cuentas, era brillante en su campo. Ella mantenía contacto con los miembros de Hallstatt, que habían renegado de él por involucrarse demasiado en lo que hacía. Y con su ayuda, Gunnar había pasado de ir contando la verdad a aprender cómo matar aquellos seres. Había pasado de ser Mulder a convertirse en Van Helsing.

Todos aquellos recuerdos venían a la mente de Gudrún tan solo con abrir la antología de Jane Austen. A Gunnar le parecía vacío de contenido, una tontería empalagosa. Pero ella veía algo más que novela romántica victoriana en cada línea que leía.

Un empleado de la funeraria salió de la sala del velatorio. Tenía la expresión medio grave medio sonriente que suele mostrar la gente acostumbrada a trabajar en esa clase de sitios. Uno nunca sabe hasta qué punto habían perdido la capacidad de empatía con los familiares.

- Ya podéis pasar, chicos.-anunció. 

Dio la llave de la sala a Gunnar, que agradeció quedamente, y les dejó solos. Gudrún aún guardaba el libro en la mochila mientras entraban al encuentro de su padre.

Desde luego habían hecho un gran trabajo. La estancia era grande, como correspondía a una persona de la talla de Hákan. Cuando a la tarde siguiente empezase a llegar gente para despedirse de él, llegarían en gran número. Las paredes estaban decoradas con flores y farolillos en tonos claros. Habían suprimido cualquier símbolo religioso en honor a la memoria de su padre, como los mellizos habían pedido. Había una mesa pequeña y vacía, donde pondrían una cafetera y algún otro refrigerio. Unos bancos de madera blanca completaban el mobiliario. En el centro de la estancia, sobre una mesa alargada, estaba el ataúd de Hákan. Cuadrado, de madera sin barnizar. Contacto con la tierra, como él había pedido. Igual que enterraron a su esposa, junto a la que ahora yacería para siempre.

También con el estado del cadáver habían hecho un buen trabajo. Hákan parecía dormir plácidamente a pesar del tiempo transcurrido. Y a pesar también del aspecto transcurrido, había que acercarse mucho al cuerpo para percibir el olor a putrefacción.

Los gemelos dieron un último beso a su padre y guardaron silencio unos minutos. Hacía años que no le veían, pero ambos le querían tiernamente. Se sumieron en sus recuerdos, le hablaron. Con lo que sabían del mundo, tenían esperanza de que pudiera oír lo que pensaban, las palabras que le dirigían. 

Fue Gudrún quien rompió el silencio.

- ¿Estás seguro de esto?

- Es completamente necesario.

- No es seguro que funcione. Sería maltratar su cuerpo para nada.

- Nunca he visto que falle y lo he usado muchas veces.

- ¿Y si no viene?

- Vendrá. Siempre lo hacen. Dame la mochila, anda.

Gudrún suspiró resignada. Había leído al respecto muchas veces, pero nunca lo había visto. Ella sólo trataba con cosas teóricas.

- Ten –dijo extendiéndole la mochila.- Pero que sepas que no estoy de acuerdo.

- Muy bien, ya me lo has dicho. Verás cómo cambias de opinión en unos días.

Gudrún bufó ante la impertinencia de su hermano, pero no protestó más. Observó cómo abría la mochila y sacaba una aguja. Era fina, más aún que las de coser, aunque tan larga como una aguja pequeña de hacer punto. 

Gunnar la sopesó un momento, miró el cuerpo de su padre de forma analítica, como si estuviera haciendo cálculos. Luego miró a su hermana de nuevo. Pareció dudar un momento de su propia convicción.

- Sabes que necesito tu ayuda para que salga bien ¿verdad?

- Sí, lo sé. La familia más cercana.

- Si no quieres hacerlo, podemos buscar otra forma de…

Gudrún sacudió la cabeza.

- No, no, tranquilo. Vamos al tema.

- Como quieras. Luego no me digas que te obligué.

- Dame la aguja de una puta vez, Gunnar.

Gunnar alargó la aguja hacia ella. Su hermana la tomó con un gesto de dentera. Estaba segura de que iba a doler, pero no se echaría atrás. Tomó aire y colocó la punta de la aguja sobre la palma de su mano izquierda. Luego rasgó la piel, tan rápido como pudo. Mientras lo hacía, sintió simplemente como si estuvieran pellizcándola. Cuando empezó a sangrar, sintió dolor en la mano y escozor en la herida. No pudo evitar una exclamación de dolor. 

Sin embargo pudo pensar lo suficientemente rápido para empapar la aguja con la primera sangre que brotó de su mano. Creía que aún no había acabado el proceso, cuando su hermano le quitó la aguja de las manos y con decisión, se cortó en la palma derecha y mezcló su sangre con la de ella.

- Gudrún, tiene que ser antes de que la sangre se seque. 

La mujer asintió. Tomó la mano que su hermano le ofrecía y una de las manos de su padre muerto con la otra. Gunnar murmuró algo para sí, algo que ella no sabía si interpretar como una oración o como un hechizo. 

Cerró los ojos. Sabía lo que venía a continuación, pero no quería verlo.

- Gudrún, tienes que verlo.

Suspiró. Abrió los ojos de nuevo, para presenciar cómo su hermano introducía la aguja en el cuerpo de su padre por el límite inferior del cuello, hacia el pecho. Daba dentera, casi podía sentir que era su propio cuerpo en que estaba siendo atravesado por una aguja. Se estremeció un tanto al observar la frialdad con la que Gunnar operaba. Sabía a qué se dedicaba, pero nunca le había visto trabajando.

Una vez la aguja estuvo dentro del todo, no dejó rastro aparente. Al acercarse podían ver un pequeño punto negro allí donde habían clavado la aguja, pero nada más. Aún así para Gunnar era demasiado evidente. 

Rebuscó un momento en los bolsillos de su cazadora hasta que finalmente sacó una barra de maquillaje. Era del tipo de maquillaje que algunas mujeres usan para ocultar las ojeras. Gudrún tuvo oportunidad de sorprenderse una vez más. En apenas un momento, no quedaban huellas de su profanación. Se reprendió a sí misma por pensar en lo que estaban haciendo como una profanación. Era lo que su padre hubiera esperado de ellos y sin embargo no podía quitarse de encima el sentimiento de culpa, la vergüenza y el dolor.

Contuvo un sollozo.

- Es tarde –hizo notar Gunnar. Cerraba la mochila con parsimonia, como un escolar lo haría después de haber guardado meticulosamente los libros que necesitaría aquel día en el aula.- Vámonos a casa.

Ella no decía nada, pero sabía por lo que estaba pasando. Él mismo había experimentado esa sensación al principio. Era más duro cuando estabas sólo. Terminaba dejando una huella en el carácter, pero el dolor desaparecía. Y dejaba paso a la satisfacción de haber vengado a la persona. Gunnar nunca había llevado a cabo ese ritual con tanta convicción como en el cuerpo de su padre. Sentía que se lo debía, y apagaba el dolor de su pérdida.

Se acercó a su hermana y le pasó el brazo por el hombro, empujándola con delicadeza fuera de la sala. Gudrún se dejó llevar, olvidada de mostrar entereza. Si no podía mostrar debilidad con su hermano, ¿con quién entonces?

Sólo se detuvieron para cerrar la puerta con llave. Cuando salieron a la calle y un viento frío les recibió trayendo hasta ellos la lluvia, parecía que el ritual en el velatorio había pasado años atrás. Sólo quedaba la añoranza por su padre, oculta bajo la armadura del ansia de venganza. Gunnar sabía que si no despejaba la mente de su hermana hacia otros asuntos más mundanos, se desequilibraría.

- Voy a torturarte un poco más.-el tono de Gunnar era suave, conciliador.

- ¿Qué vas a hacer ahora? –sabía que aquella nueva “tortura” era un intento de pedir disculpas.

- Voy a preparar chili tex-mex y fiskibollar para cenar.

Sin dar tiempo a que contestara, Gunnar sacó el móvil para llamar a un taxi. Gudrún reconoció la buena intención de su hermano al hablar de dos de sus platos favoritos, pero también la tortura implícita: Gunnar no sabía cocinar. A pesar del mal momento y de lo que aún quedaba por venir, Gudrún rompió a reír.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Primera Parte:Draugar (XV)



Aislin estaba sentada en su escritorio. Jugueteaba con el brazalete de bronce que Hákan le había dado para analizar. Casi se había olvidado de él. Sabía que aquello guardaba alguna relación con lo que estaba pasando, lo supo desde que Kjell le contó sobre los Hijos de la Tumba y su ligazón a algunos objetos. Sintió deseos de estampar el brazalete contra la pared y olvidarse de él para siempre. O volver a enterrarlo. Escuchó que la puerta del cuarto se abría.

- ¿Cuándo te he invitado a entrar?

- Me invitaste a entrar hará un par de semanas. Al salir del hospital.

Aislin sacudió la cabeza y apartó el brazalete de sí.

- No sabía que eras tú. –dijo simplemente a modo de saludo.

- ¿Preferirías haberte enterado por otra fuente?

- Preferiría que no hubiera pasado.

Kjell asintió. Dio un par de pasos hacia el interior, observando la habitación. Era grande, espaciosa. Sólo había una cama, un armario, un escritorio y una estantería. El resto era un espacio vacío para reflexionar caminando. Dado que casi todo el espacio libre estaba cubierto con una alfombra suave, Kjell pensó que posiblemente Aislin caminaba descalza por la habitación. No era una mala costumbre. Terminada su inspección, se sentó con suavidad en el borde de la cama. Cerró la sudadera con las manos y cruzó los brazos sobre el pecho.

- Me mentiste- no era una acusación, sólo la constatación de un hecho.

- ¿En qué?

Aislin se volvió para mirarle. No se había molestado siquiera en cambiar de postura mientras él daba vueltas por el dormitorio. Le daba un poco igual todo en ese momento.

- En que me dijiste que no tenías nada de esos vampiros.

- No tengo nada.

- ¿No?

Señaló con un movimiento de cabeza el brazalete. Aislin puso los ojos en blanco.

- ¿Cómo iba a saberlo?

Kjell bufó. Sabía que mentía, pero tampoco la culpaba por ello. No era la clase de persona que daba explicaciones y precisamente por eso, tampoco se sentía inclinado a pedirlas.

- ¿Cómo no ibas a saberlo?

- ¿Qué?

- Conoces todos los hechizos rúnicos de la historia de Islandia. En la historia de la hechicería de Islandia no aparece ese símbolo. Ese símbolo es el de los retornados.

- ¿El de los retornados?- Aislin parecía de pronto interesada.- ¡He estado casi un mes pensando en qué podía ser!

Cogió el brazalete en la mano con precipitación y dejó caer en la cama junto a Kjell. Sin soltar la reliquia, la acercó a la luz de forma que ambos pudieran verla y fijó la mirada en la runa.

- ¿Qué significa?

- Significa que hay dos muertos atados a este brazalete.

- ¿Nada más?

- Nada más. ¿Qué más puede ser?

- Pues… no sé. Me dijiste que esta gente ataba a los muertos para cumplir una misión ¿no? ¿Dice ahí qué clase de misión?

- La clase de misión no aparece.- Kjell sonreía de forma misteriosa. Como si se estuviera conteniendo para no reír, o como si ocultase información.

- ¿Y dónde aparece?

- No aparece.

- ¿No? –sonaba decepcionada.

- No. Las misiones se recitaban en una nídstöng.

Conocía el ritual. Consistía en clavar la cabeza de algún animal, normalmente un caballo, sobre un poste de madera y recitar la maldición poniendo a los espíritus y los dioses como testigos. Siempre pensó que no era más que un asunto simbólico, una forma de intimidación al enemigo. Normalmente el caballo solía ser el de la persona a la que se quería intimidar, así que el razonamiento era bastante lógico. Aún en tiempos recientes se había llevado a cabo de modo simbólico. Hasta donde sabía, la última vez que se había hecho algo así fue en la protesta contra la presencia de una base militar estadounidense en Islandia, aunque en aquella ocasión se había usado la cabeza de un bacalao en vez de la de un caballo. Nunca se le hubiera ocurrido relacionarlo con el levantamiento de muertos.

- Una nídstöng.-comentó incrédula- ¿con la cabeza de un caballo?

- Con la cabeza de un muerto reciente.

Aquello tenía más sentido. Vida a cambio de vida, era una forma bastante común de aplacar las posibles consecuencias de atentar contra el orden natural. Sustituían un muerto por otro. Cualquiera que fuera el estado de las cosas, el equilibrio tenía que continuar.

- Vale. A ver, oye… me dijiste que con algo de ellos se les podía detener.

- Lo dije, sí.

- ¿Me vas a contar cómo?

Kjell la miró divertido por un momento.

- Contar cómo…Preferiría hacerlo yo. Si lo hiciera yo acabaríamos antes.

- Me da igual. Quiero saber cómo. Quiero hacerlo yo. Soy yo la que quiere venganza.

- ¿Eres tú la que quiere venganza? ¿Qué te hace pensar que no la quiero yo también?

Aislin le miró suspicaz.

- ¿Qué te han hecho a ti?

- ¿Qué me han hecho a mí? Me han hecho… mucho.

- Bueno, guárdate el secreto, si lo prefieres. Mientras lo guardes, me han atacado y han matado a Hákan y a Helga, que no tenía nada que ver en el asunto, así que yo gano. Quiero vengarme. Enséñame cómo.

- Muy bien. Mañana por la noche, después de cenar.

Kjell se levantó y se dirigió a la puerta.

- ¿Por qué no ahora?

Se volvió y sonrió con expresión paciente.

- Permítete a ti misma un día de duelo. El duelo ayuda a aceptar la pérdida. Aceptar la pérdida enfría la tristeza. Enfriar la tristeza te hace más capaz para la venganza.

Bien, le pareció bastante justo. Asintió, y Kjell dejó la habitación. No le dio tiempo a cambiar de posición, cuando vio que entraba de nuevo.

- Aislin –dijo desde el marco de la puerta.

- ¿Sí?

- Descubrirás ciertas verdades que no te gustará oír. Ciertas verdades que duelen.

- ¿Intentas disuadirme?

Kjell sacudió la cabeza.

- Intento decirte que las cosas no son siempre lo que parecen.

Entonces marchó. Aislin se sintió tentada de retenerle, pero fue sólo un impulso. No iba a pedir explicaciones a ese comentario.

Si hubiera sabido a qué se refería, su reacción hubiera sido muy distinta.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Primera parte: Draugar (XXV)



Esperó hasta que empezaron a cenar. Era el momento en que hablaban de intranscendencias, o simplemente se quedaban en silencio. Sara carraspeó con suavidad, intentando llamar la atención de Aislin. Había estado pensando en la mejor forma posible para decírselo, la más sensible, pero no era capaz de encontrar algo que fuera menos doloroso que lo demás. Al final optó por intentar ponerse en el lugar de Aislin ¿cómo le gustaría a ella que le comunicasen una noticia así? Decidió que la forma más directa era la que menos angustia causaba.

- Aislin…- comenzó- He oído algo en la universidad.

- ¿Algo de qué?- parecía que la irlandesa esperaba algún cotilleo sin importancia. O tal vez alguna voz que la criticara. Sonaba divertida.

- Es sobre Hákan.

- ¿Qué? –ahora sí sonaba interesada. Tal vez no preocupada como Sara había supuesto, pero sí interesada. 

Sara tomó aire para darse fuerza.

- Ha muerto.

Se hizo un silencio tenso. Sara intentaba mantener una expresión amigable que quería transmitir “no hay de qué preocuparse, todo irá bien”, al par que se mantenía en respetuoso silencio ante una Aislin que parecía en estado de shock. Había dejado los cubiertos en el plato y mantenía la mirada fija en el vaso, como si pudiera darle la respuesta a una pregunta sin formular. 

El intento de Sara por ser un apoyo silencioso para su compañera resultó más difícil de lo que creyó en un principio. En especial, porque le resultaba complicado contenerse ante la expresión grave y circunspecta de Kjell. La española estaba completamente convencida de que aquel hombre sabía tanto como podía saber Gabriel. Aún no había decidido qué debía creer y qué no, pero tenía muy claro que había gente que creía en ello. Por la expresión de su invitado, Sara dedujo que era una de esas personas. Le costó muchísimo contener un bufido. Muy bien, creía saber qué había matado al amigo de Aislin. También creía saber que era un asunto serio y peligroso. Pero en ese preciso momento era mucho más importante apoyar a la irlandesa. Al menos así se lo parecía a ella. En su fuero interno estaba deseando levantarse y zarandearle, hacerle ver las cosas del modo correcto, aunque sabía que no merecería la pena. 

- ¿Cómo te has enterado?-preguntó Aislin sin apartar la mirada del vaso.

- Me… me lo contó Gabriel.

Entonces sí que levantó la cabeza y la miró directamente.

- ¿Y cómo es que se entera antes él que los que somos más cercanos?

- Yo…- ¿qué iba a decir? La verdad era surrealista.- No lo sé. Supongo que por las circunstancias en las que le encontraron. Es psiquiatra, habrá tenido que tratar con quien le encontró – era mentira. Pero una mentira más lógica que la verdad.

- Le encontraron…- la irlandesa parpadeó un par de veces. Parecía confusa.

- Le encontraron… ¿no ha muerto de muerte natural?-la pregunta de Kjell parecía un tanto fuera de lugar. El tono era grave, como si se forzara a hablar. Además, sus palabras sugerían más de lo que decían.

- No. No ha muerto de muerte natural. 

- ¿Y de qué ha muerto? ¿Le han matado? 

- Eso parece.

- ¿Cómo?

- ¿Cómo? –Sara se veía de pronto abrumada por las preguntas de su amiga.-¿Cómo coño quieres que lo sepa? 

- Pareces muy informada. – amargura. Aislin se sentía dolida, traicionada de algún modo. 

- Yo no estoy informada. Sólo sé que encontraron su cuerpo en la capilla del cementerio. 

- Es más de lo que yo sé, no…-se interrumpió. No estaba segura de haber escuchado bien- ¿en la capilla del cementerio?

Sara asintió.

- Sí. En la capilla del cementerio. ¿por qué?

Aislin se levantó de la mesa.

- Oye, mirad, lo siento, yo… creo que quiero estar sola.

Salió de la cocina sin mirar atrás. Sara comprendía que quisiera estar sola, aunque le sorprendía que se marchase al mencionar el cementerio. Por primera vez se preguntó si ella era la única que no sabía qué estaba pasando. La sensación de que le ocultaban información fue de pronto certera. Observó a Kjell, que había seguido con la mirada a Aislin mientras marchaba y ahora parecía ocupado desmigando el pescado de su plato con un tenedor.

Sara se volvió a mirarle. Por un momento pensó que sentía su mirada como algo físico y que por eso levantó la cabeza para mirarla directamente a los ojos. Se sintió incómoda, intentó apartar la vista de los iris azules que la atrapaban. Sentía que no podía moverse. En un impulso que luego no sabría explicar, apartó de su mente los pensamientos sobre Gabriel y los vampiros. Tomó aire con dificultad, imaginó una pantalla oscura y una cuenta atrás desde 10, con los números apareciendo en blanco sobre el fondo negro de su mente. Kjell rompió a reír cuando estaba en el número 3.

- No está enfadada contigo.- dijo. Y entonces Sara parpadeó, como liberada del hechizo.

- Ya, yo…- ¿era posible que lo estuviera imaginando todo? Sentía que le embargaba la paranoia. Por un momento había pensado que Kjell era capaz de leerle la mente. Pero no, parecía que simplemente pensaba que estaba preocupada por Aislin. Suspiró. Estaba metiéndose en un mundo que no le interesaba en absoluto y empezaba a perder el contacto con la realidad. – No tenía que haberle dicho nada –dijo a pesar de sí misma. Y tan pronto como las palabras salieron de su boca, supo que eran completamente sinceras. Realmente, no tenía que haber dicho nada. No era quién para hacerlo.

- ¿No tenías que haberle dicho nada? – El hombre parecía realmente sorprendido.

- No, no tenía que habérselo dicho. Debería haberse enterado por si misma.

Kjell se encogió de hombros y sonrió de nuevo. Luego se levantó de golpe.

- Hablaré con ella.- dijo simplemente.

En menos de un minuto, Sara estaba sola en la cocina. No estaba segura de qué había pasado realmente y se sentía un tanto desconcertada. Terminó de cenar sola, mientras dejaba que su mente analizara lo ocurrido. No llegó a nada concluyente, pero una cosa sí que tenía clara: Gabriel tenía razón. Tal vez no literalmente. Quizás los vampiros existieran o quizás no, pero la creencia en ellos estaba tan enraizada en aquellas personas, que influía en su vida diaria. También, que estaba al margen, que había muchas cosas que no sabía. 



Cuando terminó de fregar los platos y regresó a su habitación, tenía algo decidido: iba a llegar hasta el final. De algún modo, iba a enterarse de todo lo que estaba sucediendo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Primera Parte: Draugar (XXIV)



El teléfono sonó varias veces antes de que se dieran cuenta. Estaban en una cafetería, intentando comer algo antes de seguir. Hubo un tiempo en que se hubieran sentado a la mesa delante de una comida casera y hubieran compartido chismorreos. Pero ya nunca más. Desde que marcharon a los Estados Unidos, los hermanos apenas se veían una vez al año. Y cuando lo hacían era un encuentro breve, en zona neutral, para intercambiar información. Habían aprendido a vivir solos, a dedicarse cada uno a una faceta del mismo trabajo: Gudrún trabajaba en la biblioteca nacional, Gunnar trabajaba oficialmente de corresponsal en una revista, aunque sólo era la excusa para viajar a menudo y hacer su verdadero trabajo.

- Coge tú, es tu teléfono- dijo Gunnar cuando sonó por tercera vez.

- No quiero que me molesten. 

Su hermano suspiró irritado. Él tampoco quería que le molestasen. Por eso quería que cogiese el teléfono, el sonido constante del politono de moda le ponía nervioso. Alargó la mano hacia el teléfono de su hermana y miró la pantalla.

- ¿Estás bien?-preguntó Gudrún. Gunnar había palidecido, parecía mareado.

- Es de Islandia.

- ¿Qué? ¿Cómo va a ser de Islandia? Sólo papá tiene este número y sabe que me encuentra mejor cuando es de noche aquí…

- No es el número de papá.

- Pero...

Gudrún prácticamente arrancó el teléfono de las manos de su hermano. Había dejado de sonar.

-¡Ops! Mi contrato no cubre llamadas internacionales…

-Tenías que haber cogido antes.

- No seas así. ¿Puedo llamar del tuyo?

- ¿Cómo sabes que el mío cubre llamadas internacionales?

- Porque eres periodista. Y porque si no lo hiciera estarías destrozando el local a patadas por no saber qué está pasando en Islandia.

- Qué astuta. Creo que deberíamos intercambiar roles, Gudrún.

Resopló.

- ¿Me dejas llamar o no?

Gunnar le alargó el teléfono. Marcó rápidamente, sin titubear, y cuando respondieron al otro lado de la línea, habló con voz firme y en islandés.

- Soy Gudrún Hákanssdóttir. Creo que me ha llamado hace unos minutos.

Gunnar escuchó la parte de la conversación que correspondía a su hermana intentando adivinar qué estaba pasando.

- Sí, es mi padre. Comprendo. Sí. Claro, sí. Yo se lo diré. Desde luego. Sí, sí. Sería lo propio. Veré qué puedo hacer. Muchas gracias.

La mujer palidecía con cada palabra y su hermano sólo pudo concluir que pasaba algo con su padre. Había dormido mal las dos últimas semanas. Tal vez le había pasado algo. 

- Papá ha muerto- informó Gudrún sin preámbulos.

- Vaya…-Gunnar no sabía qué decir. Le cogía de sorpresa, le costaba procesar sus emociones. Posiblemente tardaría unos días en asimilar la noticia y sentir el dolor. Su hermana lo sabía, por eso no se tomó a mal sus palabras- Era mayor. Nunca fue el mismo desde que mamá murió y…

- Gunnar, escúchame.- Gudrún habló entonces en islandés, y su hermano sintió un escalofrío. No hablaban islandés en Estados Unidos. Menos aún Gudrún, a la que le parecía una falta de respeto excluir a la gente de la conversación, por muy íntima que esta fuese y desconocidos los parroquianos. 

- Lo siento. Dime.

- Ha sido un vampiro. A papá le ha matado un vampiro.

Gunnar asintió. Aquello era diferente, por supuesto. Aquello lo cambiaba todo. Tendrían que volver a Islandia, hacerse cargo. No le gustaba la idea. En su país natal, la gente era tan respetuosa con lo sobrenatural que le culparían a él de los males que pudieran ocurrir. Tan diferente de los Estados Unidos, donde si alguien supiera a qué se dedicaba quienes le creyeran pensarían que era un héroe. 

Chasqueó los labios. A pesar de todo, irían a arreglar cuentas con ese vampiro. Otra de las filosofías de vida islandesas era no dejar nunca una afrenta sin ser vengada. Aquella sí que le gustaba especialmente.

- Tenemos que volver a Islandia, hermano.- se adelantó a sus pensamientos Gudrún.

Gunnar asintió. Llamó a la camarera con un gesto de la mano y de inmediato les llevó la cuenta. A sus ojos, eran una pareja normal: mellizos, muy parecidos, unos treinta y pocos años, aunque él parecía algo más castigado. Ambos de pelo rojizo, corto. El cabello de él se rizaba un tanto alrededor de su rostro, el de ella era completamente liso. La camarera supuso que se lo planchaba. Los ojos oscuros, las facciones finas. Altos. Ella vestía como una secretaria y él más como un periodista deportivo, pero tenían el mismo estilo confiado. Le parecieron atractivos. 

Al darles la cuenta, sonrió al muchacho interesada. Él le devolvió la sonrisa y dejó una buena propina, pero no volvería a verles.



Compraron billetes sólo de ida para Islandia. No sabían cuánto tiempo les iba a llevar. Eso hizo que fuera más caro y que tuvieran que viajar de noche. Dejaban mucho atrás, pero nada de eso importaba ya. Iban a saldar una deuda.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXIII)



Gabriel colgó el teléfono despacio. Había dado el primer paso. No se sentía orgulloso de ello, pero tampoco se arrepentía de nada de lo que estaba haciendo. Cualquier hombre al que le dieran a elegir entre la lealtad a una orden de eruditos y la posibilidad de ver envejecer a su familia tendría claras sus prioridades. Y por mucho que se plantease la posibilidad de actuar de otro modo, al final se opta por la alternativa más humana. 

¡Qué fácil es ser un traidor! Tan sencillo como tener las ideas claras. Tan sencillo como tomar una decisión en un momento dado. No importa lo bueno que hayas sido. No importan los años de trabajo y esfuerzo, las horas invertidas, la buena voluntad. En el momento en que se toma la decisión, te conviertes en un proscrito. Las horas invertidas, la buena voluntad, pasan a ser vistas como parte de un plan macabro, como un intento de manipular a los demás, de cubrir la culpa. 

Confiaba en que todo terminase suficientemente rápido como para que nadie lo descubriese. Y si no era posible, esperaba que al menos su familia pudiera perdonarle. Todo lo que estaba haciendo, lo hacía por ellos.

No estaba en absoluto conforme con los términos del acuerdo. Pero era la única solución que le quedaba. Cumpliría su parte del trato y dejaría que las cosas siguiesen su curso. Tendría que hacer muchos papeles, dejar muchas cosas en orden. No tendría mucho tiempo antes de que alguien se diese cuenta, y prefería dejarlo todo cubierto a que fueran los de la Orden los que le descubriesen. Sabía que serían los primeros en darse cuenta. Cada vez que respiraba se arrepentía de lo que estaba haciendo. Tal vez fuera mejor una muerte rápida. Tal vez incluso daría a su familia la oportunidad de avanzar en formas que con él vivo no serían posibles. Quizás, llegado el momento, podría dar marcha atrás, aunque no las tenía todas consigo. 

Aquellos seres eran muy pegados a juramentos y pactos, y era muy difícil salir de ellos. Aún así, lo peor que podía pasarle era morir en el intento. 

Una llamada suave a la puerta le sacó de sus pensamientos.

- Adelante-invitó. 

Era la chica española, con aspecto maliciento. Parecía no haber dormido en toda la noche y un escalofrío recorrió a Gabriel. Le había dado los informes sobre vampirismo. Se hubiera golpeado a sí mismo contra la pared. Claro que tampoco sabía entonces que iba a pactar por su vida con uno de aquellos seres. 

Intentó mantener la calma. No tenía por qué saber nada. Posiblemente, ni siquiera lo creyera. Si lo hacía, podía ser útil a sus planes, podía hacer que las cosas fueran aún más deprisa. Pensó rápidamente que lo mejor que podía hacer era hacerla partícipe de los hechos, conseguir que creyese lo que le dijera. Bien, era una opción. Suspiró.

- ¿Qué quieres, Sara?

- ¿Qué quiero?- se dejó caer en una silla del despacho sin dar tiempo a que la invitasen.

- Lo has leído ¿verdad? El informe que te di…

Ella se limitó a asentir. Gabriel guardó silencio unos instantes, dando tiempo a que fuera Sara la que comenzase a hablar. Era una táctica muy común entre los psiquiatras, dejar que el paciente llevase el peso de la conversación. Sara no era su paciente, pero aquello le permitiría ganar tiempo.

- ¿Por qué yo? ¿Por qué… por qué me contaste esto?

- ¿Es que no es evidente? –un nuevo intento de ganar tiempo. 

- No, claro que no es evidente.

- Mira lo que está pasando a tu alrededor- dijo él. No iba a contarle de la orden, no iba a preguntarle si estaba interesada en eso. 

- ¿Qué está pasando?

- ¿No lo ves? Las muertes, los desaparecidos… gente con extraños sueños, ataques raros. ¡Esto es Reykjavík, por Dios! Aquí no hay esa criminalidad. La gente no va matándose por las calles. Tenemos que defendernos. –en el momento mismo en que lo pronunció, sintió que su parte cristiana se rompía en mil pedazos. Tal vez ese fuera el peso que sentía. No estaba traicionando a la orden, estaba traicionando los mandatos mismos de Dios. “No mentirás”. Los muertos tenían que pasar al otro mundo, no permanecer en este. Era la voluntad de Dios. “No matarás”. Aquellos seres eran la misma muerte, la llevaban allá donde iban. 

Un pasaje de la carta de San Pablo a los Romanos le vino a la mente: “Como quiera que ninguno de nosotros vive para sí, ninguno de nosotros muere para sí. Que como somos de Dios, si vivimos para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos. Ora, pues, vivamos, ora muramos, del Señor somos. Porque a este fin murió Cristo y resucitó: para redimirnos y adquirir un soberano dominio sobre vivos y muertos” ¿Qué estaba haciendo? Abandonaba todo en lo que creía. ¿Y por qué? Miedo, miedo, eres un cobarde, Gabriel. Ahogó un sollozo.

- ¿Estás bien?-oyó preguntar a la española. Su voz sonaba muy lejana.

- Sí, sí. Decía… decía que tenemos que defendernos.

- ¿Pero por qué nos atacan a nosotros? ¿Por qué ahora?

- Eso es algo a lo que no puedo contestar. No tengo respuesta.- “No mentirás”

- ¿No puede ser sólo una casualidad? ¿No hay una forma de que sepamos qué es lo que pasa en realidad? ¿Me estás diciendo que todo existe?

- Has visto los archivos.

- Sí, pero… confiaba en una explicación por tu parte. ¡No puedes simplemente decir, “eh, oye, los vampiros existen” y no explicarme nada más!

- ¿Quieres una explicación?- el momento había llegado.

- ¡Sí!

- Esta es la explicación: hay un vampiro que está atacando a nuestra comunidad. Y con nuestra comunidad me refiero a nosotros, a la universidad. Dos de las personas atacadas eran parte de esta universidad, las chicas belgas la habían estado visitando, incluso habían comprado algo de la tienda de recuerdos. 

- Pero… ¿por qué?

- Eso es lo que no sé. Pero te diré algo: no va a parar.

- ¿Cómo sabes eso?

- Porque así es como se comportan. Mira, se supone que no debería decírselo a nadie, pero un miembro del departamento de arqueología había desaparecido y…

- Hákan. – la palabra salió de labios de Sara sin poder contenerla. Hákan. Lo sabía, había sentido que algo estaba ocurriendo con aquel hombre desde el momento en que Aislin dijo que no podía comunicarse con él. No barajó las opciones por las que podía haberlo sabido sin más información. Y tal vez fuera mejor así, porque descubrirlo sólo hubiera contribuido a que tuviese aún más miedo.

- ¿Le conoces?- por un instante, Gabriel contuvo la respiración. ¿por qué le conocía? ¿Qué sabía? ¿Por qué vía?

- Yo… mi compañera de piso, ella es, era, no sé. Creo que su alumna.

- ¿La chica que fue atacada hace un par de semanas?- Sara asintió- Bueno, entonces supongo que es justo que lo sepas. O al menos que alguien la informe.

- ¿De qué? ¿qué ha pasado?

- Sara… Hákan ha sido encontrado muerto en la capilla del cementerio. Desangrado.

- ¿Qué? Yo…tengo que irme.- la noticia no era buena. Pero estaba decidida a ser ella quien se lo contase a Aislin. Pensó deprisa. Durante la cena, sí, ese era el mejor momento. Cuando contaba con Kjell como apoyo moral.

- Por supuesto, lo comprendo.

La española salió precipitadamente del despacho. Antes de cerrar la puerta, volvió.

- Pero tenemos una conversación pendiente.

Gabriel asintió. Había conseguido ganar tiempo al menos. 



Cuando la puerta se cerró finalmente, Gabriel se levantó y cerró con llave. A salvo al fin de miradas indiscretas, se abandonó a su propia miseria y rompió a llorar.

martes, 27 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXII)



Sara, por su parte, se encerró en el cuarto. Estaba cansada de todo aquello. ¿Quién le mandaría meterse en una cosa así? Cuando por fin sentía que las cosas empezaban a ir más o menos bien, de repente alguien desaparecía. Y la historia volvería a empezar.

Además, estaba Kjell. Despertaba en ella sentimientos contradictorios. Por un lado, esperaba con impaciencia la hora de la cena para poder enfrascarse en una de sus conversaciones interminables. Pero a la vez se sentía incómoda en su presencia. No podía dejar de mirarle, pero cuando se paraba a pensar sobre ello, se sentía asqueada. Le daba cierto repelús, casi asco, mirarle. Al principio había pensado que era algún tipo de atracción física y que esa sensación de asco que le daba después era una forma de autocastigarse por mirar de ese modo a alguien que no fuera su novio. Poco a poco se fue dando cuenta de que no era así, de que la atracción física no existía. O al menos no en una forma normal.

El caso es que prefería que se marchara de la casa cuanto antes. Aunque tampoco le veía mucho: cuando ella se levantaba ya se había ido y regresaba a la hora de la cena sólo para dormir, de forma que no compartían espacio más de dos horas al día. Daba igual, le quería fuera de la casa. Se sentía incómoda. Incluso tenía sueños raros. Cierto que los tenía desde que llegó a Islandia, pero estos eran diferentes. Había nieve, y se oía el ruido del mar. Y gritos en una lengua que no conocía. Y a veces pájaros que volaban en círculos y barcos, y madera flotando en el mar. No eran realmente pesadillas, era más bien como ir al cine y ver una película que no se es capaz de interpretar. Inquietantes, sí. Pero nada que le evitará descansar.

Lo demás iba bastante bien. El trabajo avanzaba despacio pero encaminado en la dirección correcta. La gente con la que se entrevistaba en el hospital era menos inquietante que Angie o que los chavales de la cafetería. Gabriel la trataba con más consideración desde que había leído el planteamiento del trabajo que le había enviado. Además, su conexión a Internet y sus horarios más o menos libre, le permitían mantener una comunicación regular con su familia, su novio y sus amigos. No tenía nada de qué preocuparse en aquel respecto.

Suspiró cansada. Se recostó sobre la cama mirando al techo. A lo mejor la solución era cambiar de casa. Tampoco le apetecía, Aislin le caía bien. Se dio la vuelta y entonces se fijó en la carpeta azul que Gabriel le había dado un par de semanas atrás. Se había olvidado por completo de ella. 

Se levantó y la cogió del escritorio. Aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para leer lo que fuera que había dentro. Volvió a sentarse sobre la cama y la abrió. Parecían artículos de revistas y periódicos, facsímile de archivos viejos. Desde luego, no tenía nada que ver con la psicología, eso estaba claro por las fotos de huesos y enterramientos que acompañaban los folios. 

Eligió un artículo al azar y comenzó a leer. Hablaba sobre unos antropólogos que habían desenterrado unos ataúdes extraños en Hungría. No había sido su intención, sólo buscaban el enterramiento de un líder militar de alguna guerra que ella desconocía. Pero habían encontrado una docena de tumbas en las que los cadáveres estaban estacados. O con la cabeza cortada y puesta entre los pies. 

Era muy extraño. Parecía que no eran tumbas antiguas, sino tan solo de mediados del siglo XIX. Los investigadores habían nombrado el lugar como “Cementerio de Vampiros” y habían trasladado los huesos a un laboratorio. El informe seguía diciendo que sólo uno de los investigadores había sobrevivido. Terminó en un psiquiátrico, donde acabó suicidándose. Durante todo el tiempo en que estuvo ingresado, mantuvo que había sido un error desestacar los cadáveres, que tenían que haber dejado la estaca entre las costillas. Habían vuelto y habían acabado con ellos. 

El informe seguía diciendo que algunos huesos habían desaparecido del laboratorio. También daban copias del informe médico que decía que el primer investigador apareció desangrado en su puesto de trabajo. Estaba repleto de fechas, nombres, teléfonos, direcciones, informes médicos y policiales, fotos, analíticas… no podía ser un fraude.

Sara se estremeció. Debería haber parado en aquel momento si quería estar alejada de todo aquello, pero pudo su mente curiosa. Aquello eran pruebas de la existencia de vampiros. Daba miedo. Pero también podía ser que hubieran pasado algo por alto. Siguiendo un impulso, continuó leyendo todo el contenido de la carpeta.

Para cuando terminó, estaba llorando. Podía haber sido perfectamente un ataque de histeria. No sabía qué pensar, qué significaba aquello. Pero explicaba tantas cosas, tanto de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Ni podía ignorarlo ni podía terminar de creerlo. 

No era en absoluto un ataque de histeria, era algo mucho más común. Es la forma en la que actúa el cerebro humano cuando ha de manejar saberes para los que no está preparado.


lunes, 26 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXI)



- No había nadie. No estaba.

Con esas palabras saludó Aislin a Sara al día siguiente, cuando regresó del despacho de Hákan. La española estaba cocinando y el comentario la cogió por sorpresa.

- ¿No había nadie dónde?

Entonces pareció que su compañera se daba cuenta de que no le había contado a Sara su preocupación por Hákan. Se lo había contado a Kjell, pero no a ella. A decir verdad, desde que Kjell se quedaba allí, no habían hablado mucho. Tan solo durante la cena y normalmente era él el que llevaba el peso de la conversación. Se sintió avergonzada por un momento.

- Perdona, debí habértelo contado.

- ¿Contarme qué? ¿qué pasa?

- Es que… llevo un tiempo preocupada por Hákan. No he tenido noticias de él desde que salí del hospital y es raro, porque lo he intentado por todos los medios. Hoy me he pasado por su despacho, pero no había nadie. Uno de sus alumnos me ha dicho que lleva como semana y media sin aparecer por la universidad.

Sara miró a su compañera con sorpresa. ¿Un hombre falta al trabajo casi dos semanas y no hay nadie que intente localizarle? ¿Nadie denuncia su desaparición? No pudo guardar el comentario para sí.

- ¿Ha desaparecido?

- No creo…-Aislin parecía más inquieta de lo que decía.- Igual ha hecho un viaje o qué sé yo. ¿Por qué iba a desaparecer?- Pero sus gestos decían algo diferente. Decían que no se le había ocurrido. Y que era perfectamente posible. Sara contraatacó:

- ¿No tiene familia o algo así?

- Bueno…Tiene dos hijos pero viven en los Estados Unidos.

- ¿Y no tiene nadie que pueda denunciar su desaparición? Son casi dos semanas…

- Pues… Supongo que la universidad se encargará.

- Supongo. ¿quieres unos spaguettis? A mí se me ha quitado el hambre…

Aislin quedó desconcertada por un momento. Luego pensó en lo que Kjell le dijo la noche anterior, lo de las visitas de los vampiros y la forma en la que se metían en la mente de Sara. Sintió una punzada de sospecha. Tal vez, Hákan sí había desaparecido. Tal vez Sara, de alguna manera inconsciente, lo sabía. Y tal vez por eso se sintió mal de repente. 



Maldijo en voz baja. Ella no podía denunciar la desaparición de Hákan. No era nadie cercano a él, y si ni la universidad, ni su familia, ni los más cercanos lo hacían ¿quién era ella para hacerlo? Resopló. Claro que comería. Estaba hambrienta. Y después, intentaría saber más sobre el brazalete de bronce. Casi se había olvidado de él con los últimos acontecimientos.

domingo, 25 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XX)



Aislin daba vueltas inquieta en la cama. Había revisado el correo una y otra vez. Había llamado varias veces por teléfono. Hacía algo más de una semana que había salido del hospital y no había recibido noticias. No era propio de Hákan algo así, cuando era profesor suyo y tenía una gripe, solía llamar para ver cómo evolucionaba. Además, había enviado varios mensajes, tanto de correo como al teléfono. Pero nada.

Pensó que lo mejor sería pasarse al día siguiente por su despacho e intentó dormirse. No era capaz de hacerlo, se sentía inquieta. Tenía el presentimiento de que algo iba mal, no era capaz de calmarlo. Rendida a la evidencia de que pasaría la noche en vela, se levantó a por una taza de algo caliente.

- ¿No duermes? –preguntó Kjell al verla pasar por el salón. 

Estaba sentado en el sofá, con un portátil sobre las rodillas y unos auriculares. La imagen resultaba divertida, en especial tomando en consideración la pregunta que había hecho y que eran las tres de la madrugada.

- Tú tampoco. 

- Yo no duermo. Sabes que no duermo por la noche.

- ¿Y qué haces? – Aislin se acercó lo suficiente como para ver la pantalla.

- Veo una película.

- Ya. ¿cuál?

- Una película. A ver… Noche de Miedo.

- ¿En serio?

- Noche de miedo. La versión del año pasado. Me gustaba más la de los ochenta. Los ochenta. Tenías que haberla visto en el cine. El cine era un buen sitio para ir en los ochenta.

- O sea, que te pasas las noches tirado en el sofá viendo pelis de terror malas como un adolescente.

- No son malas. Sí, son malas. Pero puedes aprender mucho de la cultura popular de esta época viendo esta clase de películas. Esta clase de películas es… interesante.

- ¿Qué será lo próximo? ¿Vas a ver el Diario de Bridget Jones para conocer a las mujeres?

- El Diario de Bridget Jones… ¡Oh! No, no. El diario de Bridget Jones dejó de ser útil para conocer a las mujeres en los noventa. Ya no vale. Sí vale. Pero vale sólo para ver el tipo de concepto de cortejo que tienen en Inglaterra. El tipo de concepto de cortejo que tienen en Inglaterra no ha cambiado en los últimos trescientos años.

- Qué bien. ¿no tienes nada mejor que hacer?

- La verdad es que no. La verdad es que no. Pero no pierdo el tiempo. Tu amiga duerme mucho mejor desde que estoy aquí. Desde que estoy aquí no tiene visitas. Puede que hasta se olvide.

- ¿Visitas?

- Visitas. ¿No lo sabías?

- No ¿Qué visitas?

- Ellos han venido por aquí. Los vampiros. Los vampiros han entrado en sus sueños. 

- ¿Cómo sabes eso?

- Lo noté al conocerla. Al conocerla pareció alterada por mi presencia. Como si mi presencia le desconcertase. O le aterrase. O le resultase atractiva. Sólo alguien bajo su influencia siente todo eso a la vez en una situación así.

- ¿Lo sabe? ¿Me estás diciendo que tengo a una amiga de esos vampiros en mi propia casa?

- No he dicho que sea su amiga. ¿Su amiga? Está manipulada. Pueden hacerte creer que simplemente sueñas. Se meten en tu mente. Te utilizan. No creo ni que sepa que está bajo su influencia.

Aislin hizo un movimiento con la mano. Kjell interpretó la señal correctamente y se hizo a un lado para que ella se dejase caer en los cojines. Estaban fríos a pesar de que él hubiera estado allí sentado.

- Kjell…-preguntó ella.- ¿Me pasa lo mismo a mí?

- No.

Demasiado rotundo. No le gustaba tanta rotundidad en la respuesta.

- ¿Me lo dirías si me pasase?

- Si te pasase ni siquiera te lo hubiera contado. No seas ridícula.

Tenía sentido, sí. No le convenía que lo supiese si estaba bajo su influencia. Quién sabe cómo podría reaccionar. O cómo reaccionaría el vampiro a la noticia de su nuevo conocimiento. 

- ¿Te quedas a ver la película o te vuelves a la cama?

Aislin dudó un momento. Prefería intentar dormir. Al día siguiente se levantaría temprano para ir a la universidad a hablar con Hákan. Además, estaba molesta porque Kjell no le hubiera contado desde el principio lo que le pasaba a Sara. Aunque bien pensado, debería haberlos supuesto: se portaba siempre de forma muy rara, alterada, durmiendo mal. Ella misma decía que no podía dormir. Agitó la cabeza, reprobatoria consigo misma. 



- Me voy a la cama.

sábado, 24 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XIX)



Le había dicho a su esposa que estaría trabajando. Era una clásica mentira, más propia del adúltero que de alguien como él, que jamás la había engañado. Pero era absolutamente necesario, no quería exponerla a ningún riesgo a ella. Así que había reservado una habitación en el Central Hotel de Reykjavík y pasaba las últimas noches en él. Sabía que no iría a su casa, que le encontraría allí. 

Llevaba dos noches esperando y aún no había tenido noticias. Era un hombre paciente, pero la espera le hacía reflexionar. Arrepentirse y volver a cambiar de opinión. Estaba constantemente en una lucha interna de la que no era capaz de salir. Aquella noche, mientras esperaba, sentía angustia moral. Sentía que estaba traicionando a la comunidad a la que pertenecía, la que tanto le había dado. Era gracias a la comunidad que había conocido a su esposa. Le habían echado una mano cuando su hijo pequeño se puso enfermo y tuvieron que operarle fuera del país. Había alcanzado grandes logros profesionales, encontrado amigos, compartido un objetivo. 

Solía reírse de la forma solemne en la que sus compañeros se referían a la organización como la Orden. Tal vez lo fuera al principio, pero darle ese nombre a una organización laica y académica le parecía un absurdo, una forma de confundir a la gente. 

La historia de la Orden de Hallstatt se remontaba al siglo XVIII, durante la guerra austro-turca. En los campamentos austriacos al mando de Eugenio de Saboya se contaban historias en voz baja. Fue en el camino a Belgrado, ciudad que se disponían a asediar y donde el 16 de agosto de 1717 obtendrían una gran victoria. En los libros de historia se puede leer que el ejército austriaco perdió 5 300 hombres. En las crónicas que muy pocos pueden leer, se habla de al menos 200 bajas más. Hombres que desaparecían, hombres que no podían continuar el camino porque estaban demasiado cansados, hombres que se acostaban sanos y amanecían muertos. Los motivos no eran nunca pronunciados en voz alta, pero los oficiales llevaban su propio diario de sucesos. Incluso se dice que algunos de ellos asistieron a la población civil de la zona a deshacerse de retornados siguiendo las tradiciones locales.

La guerra concluyó con el Tratado de Passarowirtz y estos informes fueron enviados directamente al emperador Carlos VI a través del emisario que firmó en su nombre. El emperador quedó tan profundamente consternado que convocó un concilio secreto en la ciudad de Hallstatt. Fue elegida por la dificultad de llegar hasta ella. En aquel tiempo, sólo podía llegarse por mar o por un estrecho paso de montaña que desanimaría a diversos curiosos. Diferentes potencias europeas enviaron especialistas. Muchos de ellos eran eclesiásticos y filósofos, pero también militares que en las recientes guerras se habían enfrentado a esa clase de misterios. 

El concilio duró varias semanas. La primera propuesta del emperador fue crear una liga para acabar con esos seres y proteger a las gentes. Fue secundada por militares y los más fanáticos de los sacerdotes. Pero estos eran minoría. Los más de los asistentes, miembros de hermandades más humildes, como franciscanos o benedictinos, dejaron claro que no podía hacerse aquello. Había en todas partes en aquel tiempo un conocimiento sobre todo esto entre las gentes más humildes. Por supuesto, muchos de ellos no lo creían, pero al menos servía para defenderse llegado el momento. Era necesario recopilar casos, adquirir conocimientos. El trabajo en la sombra, en el secreto, evitaría el pánico entre la población. Aunque tampoco descartaban ayudar a aquellos que no sabían a lo que se enfrentaban. 

Observar, conocer, recopilar y ayudar con sabiduría. Aquella se convirtió en la máxima de la Orden. Cada vez que alguien entraba en ella tenía que hacer un juramento sobre el manuscrito que comenzaba con aquella frase y seguía con un listado de normas a seguir. Incluso en épocas modernas, aunque era más bien algo simbólico, al modo en que los médicos realizan su juramento hipocrático. 

Incumplir el juramento tenía consecuencias dependiendo de cuál de las reglas se incumpliera. Normalmente eran indulgentes con aquellos que se veían superados por el sentimiento de culpa y se involucraban en los acontecimientos. Se limitaban a negarles el acceso a los archivos, aunque siempre había gente que les facilitaba la información que necesitaran. Normalmente se les conocía como “cazadores” y eran admirados por muchos.

Otra de las reglas que más a menudo se rompían era la de mantener el secreto. Uno de los más ilustres rompejuramentos en ese sentido era el conocidísimo Agustín Calmet. Tampoco se les castigaba demasiado. Se limitaban a expulsarle de la orden y borrar el nombre de sus archivos. Si la orden era mencionada, se desmentía. Era fácil hacer que él pasase por loco o mentiroso, nadie creía en cosas así.

Se decía que había una regla que nunca se había incumplido. También que era una que se castigaba de la forma que un consejo decidiese. Jamás lo había hecho nadie, nadie era tan insensato: la regla decía que no se podía entrar en contacto directo con los seres que estudiaban, con el mundo de las sombras. Muchos de aquellos seres tenían forma humana, podían fingir sentimientos. Era fácil para ellos engañar a los mortales, hacer que alguien les apreciase, se plantease pactar con ellos, entrar en relación con ellos. Era la peor de las traiciones y si alguna vez se había llevado a cabo, no se había descubierto. En realidad, no se lo habían contado.

- Déjame entrar- escuchó.

Había dejado de mirar por la ventana, de esperar. La llamada le sobresaltó. Miró hacia el cristal y reconoció al ser que estaba allí, flotando frente a su ventana. Tragó saliva con dificultad mientras se dirigía a abrir la ventana.

- Entrar- repitió el ser.



Dudó unos momentos. Nunca debían de entrar en relaciones con aquellos seres. Alargó la mano para abrir. Aquello era justo lo que se disponía a hacer.

martes, 13 de agosto de 2013

Stephen King-Mientras escribo

Hace poco tiempo me mudé a mi nueva casa. Muy, muy poco tiempo, aún no hace un mes de ello. Como suele ocurrir en estos casos, hay que dar de alta un montón de servicios, comprar muebles y cosas similares... entre ellas, instalar internet.

La solicité, y tardó 3 largas semanas en llegar.

Durante ese tiempo leí y escribí de forma compulsiva, centrándome en el personaje, nuevo para mí, de Loki Laufeyson. (NO el de Marvel. Esperad, que lo aclaro: NO el de Marvel). En mis 'ratos libres', y guiada por la escucha, también casi de forma compulsiva, de los programas de Milenio 3 que estaban por ahí guardados en mi ordenador, leí dos libros de Stephen King, dos señores ensayos, "Danse Macabre" y "On writing".



El primero es un ensayo sobre el miedo y los mecanismos del relato de terror. Interesante, aunque considero que demasiado enfocado hacia el público estadounidense de una generación en concreto. El segundo, sin embargo, además de una especie de mini biografía, es una muy buena guía para escritores. Si sabes leer entre líneas, claro, porque no son más que las propias experiencias de King traspasadas al papel, pero de ellas puede aprenderse más de lo que uno podría imaginar en primer momento.

Es por eso, porque es un tochazo de ensayo que ni diox se va a dignar a comprar aunque debieran, os lo dejo por aquí. Tened a bien usarlo sólo como referencia y luego ir a comprar las novelas, por lo menos. ¿ok?

On writing.

Primera parte: Draugar (XVIII)



La casa de Hákan estaba a un tiempo vacía y llena. Era esa clase de casas con olor a muebles viejos, fotos por los estantes y un aspecto general de falso desorden. Estaba iluminada por una luz dorada, la que las cortinas permitían pasar, en ningún momento demasiado intensa para dañarle. Pero sí lo suficientemente hermosa como para que le tentase investigar un poco más por la casa, permitirse el lujo de estar levantado durante el día.

Había matado al anciano, y eso hacía que la casa de este quedase libre de protección. Aunque tampoco importaba demasiado, puesto que le había invitado a entrar antes de que ocurriera. Tenía libre acceso a la casa. Podía utilizarla como refugio, evitar el cementerio. No le desagradaba dormir en la tierra, pero cuando lo hacía prefería que fuera en el mismo lugar en que le habían enterrado. Por supuesto, no quedaba nada del túmulo donde fue enterrado, alguien había decidido construir un jardín botánico encima. Aquello le resultaba agradable. Todos los muertos están de una u otra forma ligados al lugar de su enterramiento, y él prefería estar ligado a un jardín que a una lápida. 

Le gustaba la casa de Hákan. Los cuadros de las paredes del salón eran totalmente desconocidos. Una segunda mirada dejaba claro que había sido uno de los hijos quien lo había pintado con mano virtuosa. El televisor era pequeño, antiguo, igual que los sillones. Sobre la mesa de cristal había un juego de té y una taza de café que no habían tenido tiempo de limpiar. Una puerta daba a la cocina, pero no había necesidad de entrar en ella. Se dirigió al pasillo y abrió la puerta de su izquierda. 

Deba al despacho de Hákan. Una de las paredes estaba cubierta con una estantería donde los libros se habían ido amontonando. Sintió la tentación de leerlos. Cuando uno tiene una larga vida que sabes que no terminará hasta que las Eras del Mundo terminen, los libros acaban siendo buenos compañeros. También la música y la pintura, pero los libros tenían algo especial: eran tan inmortales como él. Las pinturas se destruían, la música cambiaba de estilos, pero los libros, las historias, permanecían eternas. Pasaban de pergamino a papel y de papel a formato electrónico, pero eran los mismos textos, salidos de la misma mente. Los recuerdos y sentimientos que despertaban eran también los mismos. 

Muchos de los suyos eran aficionados al arte. Incluso muchos de ellos habían hecho aportaciones. Por supuesto, los vivos no podían diferenciarlo, consideraban que era simplemente virtuosismo. Pero entre ellos podían reconocerlo fácilmente y solía ser curioso. Sonrió al pensar en los poemas que en el siglo de las luces había repartido en octavillas por las calles de Viena. 

Suspiró y cerró la puerta del despacho del anciano. No llevaba muerto más de veinticuatro horas, no iba a profanar su intimidad intelectual antes de que comenzara a pudrirse su cuerpo. 

Se dio la vuelta y abrió la puerta de enfrente. Era una habitación pequeña, con una cama individual y cortinas cortas azules. Un escritorio blanco y pósters en las paredes dejaban claro que era la habitación de uno de sus hijos. Bien, eso implicaba que era el refugio de alguien que aún estaba vivo. Dio un paso de prueba y entró en la estancia. Bien, pesaba más la propiedad de Hákan que la intimidad del hijo. Volvió a suspirar.



Se acercó a la ventana y agarrando el mecanismo de la persiana a través de la cortina, dejó la habitación completamente a oscuras. Cerró también la puerta y suspiró por tercera vez antes de tumbarse sobre la cama y abandonarse al sueño.

lunes, 12 de agosto de 2013

Crepúsculo (El de Meyer) no es bueno para mujeres...

No lo digo yo, lo dicen varios especialistas en el tema.
Veréis, mientras estaba cotilleando ciertas historias por internet para escribir mi propio artículo al respecto, vi muchas, muchísimas series y leí un montón de libros sobre vampiros.

Entre ellos Crepúsculo, claro.

Me pregunté qué tenía que ver con las grandes literaturas vampíricas. Me pregunté si alguien había escrito sobre ello de forma seria... Y me encontré esto, un artículo bastante sesudo que no tiene desperdicio, en el que se cuenta cómo Meyer se vale de su best seller para adoctrinar a la gente en ideologías largo tiempo combatidas.

No lo digo yo, lo dice la autora, tras una buena investigación por diversos foros de internet y entrevistas varias con fangirls de todo tipo.
Así que las reclamaciones a ella.

Twilight is not good for maidens

Primera parte: Draugar (XVII)


- ¿De verdad vas a beberte eso? Tiene el aspecto de una bomba para el estómago…

- Ya. Pero está rico. Y acabo de salir del hospital, y he perdido sangre, y me apetece algo dulce.

- Ya, algo dulce… algo con vitamina B12, como hígado empanado o sardinas asadas igual te iba mejor. O sí quieres dulce, un skyr o algo así. Los yogures son dulces y tienen vitamina B12.

- Estás de coña ¿no?

- Ahm… pues no, no estoy de…coña. 

Pero se dio por vencido y dejó la conversación. Aislin no era la clase de persona que se deja aconsejar en temas de salud. Tenía una actitud suicida respecto a lo que comía, a lo que bebía y al número de horas que dormía respecto al número de horas que trabajaba. Kjell recordaba cómo en más de una ocasión aquello le había costado días de cama que hubieran sido innecesarios sólo teniendo un poco más de autodisciplina. Pero nunca escuchaba lo que tenía que decir al respecto, así que había aprendido a dejarlo estar y tomarlo en tono de humor, como hacen los adultos con los niños.

Ella se encogió de hombros y dio un trago largo al chocolate con sirope de avellana que acababa de comprar en el 10-11. Luego se volvió hacia él.

- ¿Vamos al puerto? Quiero ver si hay alguna aurora…

- Claro, vamos al puerto. Pero poco tiempo, deberías ir a casa y descansar.

La mujer asintió y abrió el paso hacia el puerto. Era evidente a ojos de Kjell que no iba a haber auroras aquella noche. O al menos no se iban a ver, estaba muy nublado. Pero daba igual. Acompañaría a su amiga e intentaría que le dijese la verdad.

- Dime, Aislin, ahora que estás fuera del alcance de médicos y otros candidatos a llevarte a un psiquiátrico, dime la verdad. ¿Qué pasó ahí fuera?

- ¿Por qué preguntas cosas que ya sabes?

Llevaban caminando cerca de diez minutos por el puerto. Era de noche y la luna creciente iluminaba el cielo detrás de las nubes, dando la impresión de que estas eran una especie de forma luminosa. Las luces de la ciudad se veían como estrellas lejanas en el suelo. Aislin intentaba aparentar que estaba con la mirada fija en el entorno, pero en realidad era sólo una pose. Por supuesto que estaba preocupada por lo que le había ocurrido, sabía que podría ocurrirle de nuevo en cualquier momento en que se quedase sola. Pero no estaba dispuesta a dejar que los demás lo notaran.

- Porque quiero escuchártelo decir.

- Vampiro ¿vale? Fue un puto vampiro el que vino y me atacó. 

- ¿Qué clase de vampiro?

Aislin resopló. Mucho tiempo atrás, en su adolescencia, había pasado por el trauma de descubrir que una parte de los seres que aparecían en los cuentos y novelas de terror eran reales. Haciendo un esfuerzo, podía asumir que los fantasmas fueran reales. Pero el tema de los vampiros le había consternado un tanto. Tardó mucho en hacerse a la idea de que podía seguir con su vida normal a pesar de todo aquello que quedaba oculto a los ojos de la mayoría. Luego decidió considerarlo una tontería. También había serpientes cascabel y tarántulas enormes y no por eso cambiaba su vida.

Conocía a Kjell desde aquella misma época. Había sido él quien había contribuido a que no se volviese completamente loca, y sabía que él conocía todo lo que había que conocer sobre vampiros, espectros y no muertos de toda clase y condición. No le quedaba otra. Pero eso no significaba que tuviera que hacerla partícipe de ese conocimiento. Ya le había costado asumir que existían, lo había conseguido finalmente. Pero prefería estar apartada de todo aquello. No tenía porqué saber qué tipos de vampiros existían.

- ¿Cómo quieres que lo sepa?Kjell se encogió de hombros. Sabía que los reparos de Aislin eran más profundos de lo que hubieran podido ser los de cualquier otra persona. Sabía que se engañaba a sí misma diciendo que no quería saber, que no quería entrar en su mundo. Era un hombre paciente, podía esperar a que cambiase de opinión. Y creía que el momento estaba más cerca de lo que ella pensaba. Después de todo, se estaba especializando en folklore, la rama en la que más gente desaparece.

- Pues no sé. ¿habló contigo?

- Sí. Me dijo que tenía algo que era suyo y cuando le dije que era imposible, me atacó. Y le exploté los ojos. 
- Seguramente – Kjell rió con honestidad. Tampoco le costaba imaginarse la situación- ¿y tienes algo suyo?

- ¡No! ¿qué voy a tener suyo?- pero mientras decía las palabras su mente le dio la respuesta. El brazalete misterioso. Le entró prisa de repente por saber qué se escondía detrás de ese brazalete.

- ¿Estás segura?

- Sí –mintió. Sabía lo que pasaría si decía lo que estaba pensando.

- ¿Estás segura?

- ¡Sí!-repitió- Y no hagas eso, por favor.

- ¿El qué? –se divertía con todo aquello. Sabía que le molestaba, pero no podía evitarlo, era parte de su naturaleza.

- Eso de repetir frases.

- Deberías tener cuidado.-cambió de tema de golpe- Ese tío era un sending. Volverá.

Aquello llamó su atención. 
- Era un vampiro, no un muerto enviado por otro. Los sendings son más como…zombis.

- Volverá. 

- Vale, está bien, dime. ¿Cómo puede ser un vampiro un sending?

- Pues verás-comenzó. Sabía que al final se rendiría a la curiosidad. También sabía que compartir la información ponía en riesgo sus intereses: saber demasiado podía significar tanto que se rindiera a su petición como que le repeliese, cerrando esa puerta definitivamente para siempre. El secreto era elegir las palabras adecuadas. – Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en que los hechiceros y chamanes, para vengarse de sus enemigos, levantaban a los muertos. Les daban la orden de perseguir a una persona o familia determinada hasta acabar con su vida o enloquecerles. Cuando la misión terminaba, el enviado volvía a caer muerto y todo quedaba como parte de la leyenda local. 

- Vale, hasta ahí llegaba. 

- Bien. Me alegro. El caso es que en algún momento de la historia, el ritual salió mal y el enviado se volvió contra su creador. Se cuenta que el hechicero estaba comiendo junto a sus hijos, y el muerto que había levantado se presentó como invitado no deseado. Aquella noche fue la primera vez que un muerto probó la sangre humana, y dejó de ser propiedad de la voluntad del mago que al morir, dejó el hechizo sin terminar, convirtiendo en inmortal a su creación. La historia se expandió como el fuego, y muchos hechiceros vieron en el fallo del primero una nueva oportunidad: los nuevos enviados se alimentarían de sangre, serían inmortales, podrían extender su voluntad a lo largo de la historia. Los mandatos comenzaron a ser más generales, solían estar atados a algo material, o a un lugar. Muchos de ellos fueron también guardianes de tesoros, casi fundidos con las cuevas y las grutas subterráneas en las que vivían, como larvas que…

- Espera.- interrumpió Aislin- ¿Me estás diciendo que los vampiros tienen que ser creados por un mago? ¿Que tienen una función y que no son como siempre nos los hemos imaginado los humanos? ¿Por qué nunca me has contado eso? Tú…

Kjell negó con la cabeza.

- La historia no termina ahí. Estos muertos levantados no sabían que ellos mismos tenían la capacidad de crear nuevas criaturas. No fue hasta mucho tiempo después cuando el proceso comenzó a ser más o menos consciente. La gente luchaba contra los enviados, los cortaban, probaban su sangre sin querer. Nada de lo que hicieran podía matarlos, puesto que los enviados no mueren hasta cumplir su misión, y siendo como son mucho más fuertes que los humanos, estos acababan muertos. 

- Y se levantaban –acabó la explicación Aislin.

- Y se levantaban. Se levantaban inmortales y sin estar encadenados a misiones voluntad de otros. Estos son los vampiros a los que estáis acostumbrados. Hijos de la Sangre es como se les llama. A los primeros, Hijos de la Tumba. Hay una especie de enemistad entre ellos, porque los Hijos de la Tumba envidian la libertad de los Hijos de la Sangre, y los Hijos de la Sangre, la inmortalidad absoluta de los Hijos de la Tumba. 

- ¿No hay ninguna forma de matarlos?

- ¿Tienes algo del vampiro que te atacó?

- No.

- No tienes forma de matarlo.

-Pero ¿y si...?

- No tienes forma de matarlo.

Aislin no quería discutir. Empezaba a sentir el cansancio de la pérdida de sangre, de haber estado tres días sin moverse de una habitación, de contener sus propios miedos. Solo quería volver a casa y acostarse.

- Deberías descansar.

- ¿Sabiendo que hay un puto vampiro persiguiéndome por algo que no sé qué es y que no puedo matarlo de ninguna manera? 

- Deberías descansar. No pasará nada mientras estés en tu casa y no le dejes entrar. Es el más seguro de los lugares. 

- Igual tienes razón-suspiró- Vámonos.

Caminaron con paso lento, puesto que Aislin perdía fuerzas con cada paso que daba. Finalmente, después de tardar más de media hora en recorrer un camino que normalmente no duraba más de diez minutos, estuvieron delante del portal.

- Oye… -comenzó Aislin.- ¿Quieres subir? 

- ¿Me estás invitando a entrar?

- Me quedaría más tranquila si mi Van Helsing particular hiciera guardia en mi sofá alguna que otra noche.

- Me estás invitando a entrar.

- ¿Vas a matarme?

Kjell rompió a reír. Tenía una risa profunda, que invitaba a reflexionar. Aislin abrió la puerta del portal y Kjell subió con ella.