martes, 27 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXII)



Sara, por su parte, se encerró en el cuarto. Estaba cansada de todo aquello. ¿Quién le mandaría meterse en una cosa así? Cuando por fin sentía que las cosas empezaban a ir más o menos bien, de repente alguien desaparecía. Y la historia volvería a empezar.

Además, estaba Kjell. Despertaba en ella sentimientos contradictorios. Por un lado, esperaba con impaciencia la hora de la cena para poder enfrascarse en una de sus conversaciones interminables. Pero a la vez se sentía incómoda en su presencia. No podía dejar de mirarle, pero cuando se paraba a pensar sobre ello, se sentía asqueada. Le daba cierto repelús, casi asco, mirarle. Al principio había pensado que era algún tipo de atracción física y que esa sensación de asco que le daba después era una forma de autocastigarse por mirar de ese modo a alguien que no fuera su novio. Poco a poco se fue dando cuenta de que no era así, de que la atracción física no existía. O al menos no en una forma normal.

El caso es que prefería que se marchara de la casa cuanto antes. Aunque tampoco le veía mucho: cuando ella se levantaba ya se había ido y regresaba a la hora de la cena sólo para dormir, de forma que no compartían espacio más de dos horas al día. Daba igual, le quería fuera de la casa. Se sentía incómoda. Incluso tenía sueños raros. Cierto que los tenía desde que llegó a Islandia, pero estos eran diferentes. Había nieve, y se oía el ruido del mar. Y gritos en una lengua que no conocía. Y a veces pájaros que volaban en círculos y barcos, y madera flotando en el mar. No eran realmente pesadillas, era más bien como ir al cine y ver una película que no se es capaz de interpretar. Inquietantes, sí. Pero nada que le evitará descansar.

Lo demás iba bastante bien. El trabajo avanzaba despacio pero encaminado en la dirección correcta. La gente con la que se entrevistaba en el hospital era menos inquietante que Angie o que los chavales de la cafetería. Gabriel la trataba con más consideración desde que había leído el planteamiento del trabajo que le había enviado. Además, su conexión a Internet y sus horarios más o menos libre, le permitían mantener una comunicación regular con su familia, su novio y sus amigos. No tenía nada de qué preocuparse en aquel respecto.

Suspiró cansada. Se recostó sobre la cama mirando al techo. A lo mejor la solución era cambiar de casa. Tampoco le apetecía, Aislin le caía bien. Se dio la vuelta y entonces se fijó en la carpeta azul que Gabriel le había dado un par de semanas atrás. Se había olvidado por completo de ella. 

Se levantó y la cogió del escritorio. Aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para leer lo que fuera que había dentro. Volvió a sentarse sobre la cama y la abrió. Parecían artículos de revistas y periódicos, facsímile de archivos viejos. Desde luego, no tenía nada que ver con la psicología, eso estaba claro por las fotos de huesos y enterramientos que acompañaban los folios. 

Eligió un artículo al azar y comenzó a leer. Hablaba sobre unos antropólogos que habían desenterrado unos ataúdes extraños en Hungría. No había sido su intención, sólo buscaban el enterramiento de un líder militar de alguna guerra que ella desconocía. Pero habían encontrado una docena de tumbas en las que los cadáveres estaban estacados. O con la cabeza cortada y puesta entre los pies. 

Era muy extraño. Parecía que no eran tumbas antiguas, sino tan solo de mediados del siglo XIX. Los investigadores habían nombrado el lugar como “Cementerio de Vampiros” y habían trasladado los huesos a un laboratorio. El informe seguía diciendo que sólo uno de los investigadores había sobrevivido. Terminó en un psiquiátrico, donde acabó suicidándose. Durante todo el tiempo en que estuvo ingresado, mantuvo que había sido un error desestacar los cadáveres, que tenían que haber dejado la estaca entre las costillas. Habían vuelto y habían acabado con ellos. 

El informe seguía diciendo que algunos huesos habían desaparecido del laboratorio. También daban copias del informe médico que decía que el primer investigador apareció desangrado en su puesto de trabajo. Estaba repleto de fechas, nombres, teléfonos, direcciones, informes médicos y policiales, fotos, analíticas… no podía ser un fraude.

Sara se estremeció. Debería haber parado en aquel momento si quería estar alejada de todo aquello, pero pudo su mente curiosa. Aquello eran pruebas de la existencia de vampiros. Daba miedo. Pero también podía ser que hubieran pasado algo por alto. Siguiendo un impulso, continuó leyendo todo el contenido de la carpeta.

Para cuando terminó, estaba llorando. Podía haber sido perfectamente un ataque de histeria. No sabía qué pensar, qué significaba aquello. Pero explicaba tantas cosas, tanto de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Ni podía ignorarlo ni podía terminar de creerlo. 

No era en absoluto un ataque de histeria, era algo mucho más común. Es la forma en la que actúa el cerebro humano cuando ha de manejar saberes para los que no está preparado.


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