lunes, 12 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XVII)


- ¿De verdad vas a beberte eso? Tiene el aspecto de una bomba para el estómago…

- Ya. Pero está rico. Y acabo de salir del hospital, y he perdido sangre, y me apetece algo dulce.

- Ya, algo dulce… algo con vitamina B12, como hígado empanado o sardinas asadas igual te iba mejor. O sí quieres dulce, un skyr o algo así. Los yogures son dulces y tienen vitamina B12.

- Estás de coña ¿no?

- Ahm… pues no, no estoy de…coña. 

Pero se dio por vencido y dejó la conversación. Aislin no era la clase de persona que se deja aconsejar en temas de salud. Tenía una actitud suicida respecto a lo que comía, a lo que bebía y al número de horas que dormía respecto al número de horas que trabajaba. Kjell recordaba cómo en más de una ocasión aquello le había costado días de cama que hubieran sido innecesarios sólo teniendo un poco más de autodisciplina. Pero nunca escuchaba lo que tenía que decir al respecto, así que había aprendido a dejarlo estar y tomarlo en tono de humor, como hacen los adultos con los niños.

Ella se encogió de hombros y dio un trago largo al chocolate con sirope de avellana que acababa de comprar en el 10-11. Luego se volvió hacia él.

- ¿Vamos al puerto? Quiero ver si hay alguna aurora…

- Claro, vamos al puerto. Pero poco tiempo, deberías ir a casa y descansar.

La mujer asintió y abrió el paso hacia el puerto. Era evidente a ojos de Kjell que no iba a haber auroras aquella noche. O al menos no se iban a ver, estaba muy nublado. Pero daba igual. Acompañaría a su amiga e intentaría que le dijese la verdad.

- Dime, Aislin, ahora que estás fuera del alcance de médicos y otros candidatos a llevarte a un psiquiátrico, dime la verdad. ¿Qué pasó ahí fuera?

- ¿Por qué preguntas cosas que ya sabes?

Llevaban caminando cerca de diez minutos por el puerto. Era de noche y la luna creciente iluminaba el cielo detrás de las nubes, dando la impresión de que estas eran una especie de forma luminosa. Las luces de la ciudad se veían como estrellas lejanas en el suelo. Aislin intentaba aparentar que estaba con la mirada fija en el entorno, pero en realidad era sólo una pose. Por supuesto que estaba preocupada por lo que le había ocurrido, sabía que podría ocurrirle de nuevo en cualquier momento en que se quedase sola. Pero no estaba dispuesta a dejar que los demás lo notaran.

- Porque quiero escuchártelo decir.

- Vampiro ¿vale? Fue un puto vampiro el que vino y me atacó. 

- ¿Qué clase de vampiro?

Aislin resopló. Mucho tiempo atrás, en su adolescencia, había pasado por el trauma de descubrir que una parte de los seres que aparecían en los cuentos y novelas de terror eran reales. Haciendo un esfuerzo, podía asumir que los fantasmas fueran reales. Pero el tema de los vampiros le había consternado un tanto. Tardó mucho en hacerse a la idea de que podía seguir con su vida normal a pesar de todo aquello que quedaba oculto a los ojos de la mayoría. Luego decidió considerarlo una tontería. También había serpientes cascabel y tarántulas enormes y no por eso cambiaba su vida.

Conocía a Kjell desde aquella misma época. Había sido él quien había contribuido a que no se volviese completamente loca, y sabía que él conocía todo lo que había que conocer sobre vampiros, espectros y no muertos de toda clase y condición. No le quedaba otra. Pero eso no significaba que tuviera que hacerla partícipe de ese conocimiento. Ya le había costado asumir que existían, lo había conseguido finalmente. Pero prefería estar apartada de todo aquello. No tenía porqué saber qué tipos de vampiros existían.

- ¿Cómo quieres que lo sepa?Kjell se encogió de hombros. Sabía que los reparos de Aislin eran más profundos de lo que hubieran podido ser los de cualquier otra persona. Sabía que se engañaba a sí misma diciendo que no quería saber, que no quería entrar en su mundo. Era un hombre paciente, podía esperar a que cambiase de opinión. Y creía que el momento estaba más cerca de lo que ella pensaba. Después de todo, se estaba especializando en folklore, la rama en la que más gente desaparece.

- Pues no sé. ¿habló contigo?

- Sí. Me dijo que tenía algo que era suyo y cuando le dije que era imposible, me atacó. Y le exploté los ojos. 
- Seguramente – Kjell rió con honestidad. Tampoco le costaba imaginarse la situación- ¿y tienes algo suyo?

- ¡No! ¿qué voy a tener suyo?- pero mientras decía las palabras su mente le dio la respuesta. El brazalete misterioso. Le entró prisa de repente por saber qué se escondía detrás de ese brazalete.

- ¿Estás segura?

- Sí –mintió. Sabía lo que pasaría si decía lo que estaba pensando.

- ¿Estás segura?

- ¡Sí!-repitió- Y no hagas eso, por favor.

- ¿El qué? –se divertía con todo aquello. Sabía que le molestaba, pero no podía evitarlo, era parte de su naturaleza.

- Eso de repetir frases.

- Deberías tener cuidado.-cambió de tema de golpe- Ese tío era un sending. Volverá.

Aquello llamó su atención. 
- Era un vampiro, no un muerto enviado por otro. Los sendings son más como…zombis.

- Volverá. 

- Vale, está bien, dime. ¿Cómo puede ser un vampiro un sending?

- Pues verás-comenzó. Sabía que al final se rendiría a la curiosidad. También sabía que compartir la información ponía en riesgo sus intereses: saber demasiado podía significar tanto que se rindiera a su petición como que le repeliese, cerrando esa puerta definitivamente para siempre. El secreto era elegir las palabras adecuadas. – Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en que los hechiceros y chamanes, para vengarse de sus enemigos, levantaban a los muertos. Les daban la orden de perseguir a una persona o familia determinada hasta acabar con su vida o enloquecerles. Cuando la misión terminaba, el enviado volvía a caer muerto y todo quedaba como parte de la leyenda local. 

- Vale, hasta ahí llegaba. 

- Bien. Me alegro. El caso es que en algún momento de la historia, el ritual salió mal y el enviado se volvió contra su creador. Se cuenta que el hechicero estaba comiendo junto a sus hijos, y el muerto que había levantado se presentó como invitado no deseado. Aquella noche fue la primera vez que un muerto probó la sangre humana, y dejó de ser propiedad de la voluntad del mago que al morir, dejó el hechizo sin terminar, convirtiendo en inmortal a su creación. La historia se expandió como el fuego, y muchos hechiceros vieron en el fallo del primero una nueva oportunidad: los nuevos enviados se alimentarían de sangre, serían inmortales, podrían extender su voluntad a lo largo de la historia. Los mandatos comenzaron a ser más generales, solían estar atados a algo material, o a un lugar. Muchos de ellos fueron también guardianes de tesoros, casi fundidos con las cuevas y las grutas subterráneas en las que vivían, como larvas que…

- Espera.- interrumpió Aislin- ¿Me estás diciendo que los vampiros tienen que ser creados por un mago? ¿Que tienen una función y que no son como siempre nos los hemos imaginado los humanos? ¿Por qué nunca me has contado eso? Tú…

Kjell negó con la cabeza.

- La historia no termina ahí. Estos muertos levantados no sabían que ellos mismos tenían la capacidad de crear nuevas criaturas. No fue hasta mucho tiempo después cuando el proceso comenzó a ser más o menos consciente. La gente luchaba contra los enviados, los cortaban, probaban su sangre sin querer. Nada de lo que hicieran podía matarlos, puesto que los enviados no mueren hasta cumplir su misión, y siendo como son mucho más fuertes que los humanos, estos acababan muertos. 

- Y se levantaban –acabó la explicación Aislin.

- Y se levantaban. Se levantaban inmortales y sin estar encadenados a misiones voluntad de otros. Estos son los vampiros a los que estáis acostumbrados. Hijos de la Sangre es como se les llama. A los primeros, Hijos de la Tumba. Hay una especie de enemistad entre ellos, porque los Hijos de la Tumba envidian la libertad de los Hijos de la Sangre, y los Hijos de la Sangre, la inmortalidad absoluta de los Hijos de la Tumba. 

- ¿No hay ninguna forma de matarlos?

- ¿Tienes algo del vampiro que te atacó?

- No.

- No tienes forma de matarlo.

-Pero ¿y si...?

- No tienes forma de matarlo.

Aislin no quería discutir. Empezaba a sentir el cansancio de la pérdida de sangre, de haber estado tres días sin moverse de una habitación, de contener sus propios miedos. Solo quería volver a casa y acostarse.

- Deberías descansar.

- ¿Sabiendo que hay un puto vampiro persiguiéndome por algo que no sé qué es y que no puedo matarlo de ninguna manera? 

- Deberías descansar. No pasará nada mientras estés en tu casa y no le dejes entrar. Es el más seguro de los lugares. 

- Igual tienes razón-suspiró- Vámonos.

Caminaron con paso lento, puesto que Aislin perdía fuerzas con cada paso que daba. Finalmente, después de tardar más de media hora en recorrer un camino que normalmente no duraba más de diez minutos, estuvieron delante del portal.

- Oye… -comenzó Aislin.- ¿Quieres subir? 

- ¿Me estás invitando a entrar?

- Me quedaría más tranquila si mi Van Helsing particular hiciera guardia en mi sofá alguna que otra noche.

- Me estás invitando a entrar.

- ¿Vas a matarme?

Kjell rompió a reír. Tenía una risa profunda, que invitaba a reflexionar. Aislin abrió la puerta del portal y Kjell subió con ella.

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