miércoles, 28 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXIII)



Gabriel colgó el teléfono despacio. Había dado el primer paso. No se sentía orgulloso de ello, pero tampoco se arrepentía de nada de lo que estaba haciendo. Cualquier hombre al que le dieran a elegir entre la lealtad a una orden de eruditos y la posibilidad de ver envejecer a su familia tendría claras sus prioridades. Y por mucho que se plantease la posibilidad de actuar de otro modo, al final se opta por la alternativa más humana. 

¡Qué fácil es ser un traidor! Tan sencillo como tener las ideas claras. Tan sencillo como tomar una decisión en un momento dado. No importa lo bueno que hayas sido. No importan los años de trabajo y esfuerzo, las horas invertidas, la buena voluntad. En el momento en que se toma la decisión, te conviertes en un proscrito. Las horas invertidas, la buena voluntad, pasan a ser vistas como parte de un plan macabro, como un intento de manipular a los demás, de cubrir la culpa. 

Confiaba en que todo terminase suficientemente rápido como para que nadie lo descubriese. Y si no era posible, esperaba que al menos su familia pudiera perdonarle. Todo lo que estaba haciendo, lo hacía por ellos.

No estaba en absoluto conforme con los términos del acuerdo. Pero era la única solución que le quedaba. Cumpliría su parte del trato y dejaría que las cosas siguiesen su curso. Tendría que hacer muchos papeles, dejar muchas cosas en orden. No tendría mucho tiempo antes de que alguien se diese cuenta, y prefería dejarlo todo cubierto a que fueran los de la Orden los que le descubriesen. Sabía que serían los primeros en darse cuenta. Cada vez que respiraba se arrepentía de lo que estaba haciendo. Tal vez fuera mejor una muerte rápida. Tal vez incluso daría a su familia la oportunidad de avanzar en formas que con él vivo no serían posibles. Quizás, llegado el momento, podría dar marcha atrás, aunque no las tenía todas consigo. 

Aquellos seres eran muy pegados a juramentos y pactos, y era muy difícil salir de ellos. Aún así, lo peor que podía pasarle era morir en el intento. 

Una llamada suave a la puerta le sacó de sus pensamientos.

- Adelante-invitó. 

Era la chica española, con aspecto maliciento. Parecía no haber dormido en toda la noche y un escalofrío recorrió a Gabriel. Le había dado los informes sobre vampirismo. Se hubiera golpeado a sí mismo contra la pared. Claro que tampoco sabía entonces que iba a pactar por su vida con uno de aquellos seres. 

Intentó mantener la calma. No tenía por qué saber nada. Posiblemente, ni siquiera lo creyera. Si lo hacía, podía ser útil a sus planes, podía hacer que las cosas fueran aún más deprisa. Pensó rápidamente que lo mejor que podía hacer era hacerla partícipe de los hechos, conseguir que creyese lo que le dijera. Bien, era una opción. Suspiró.

- ¿Qué quieres, Sara?

- ¿Qué quiero?- se dejó caer en una silla del despacho sin dar tiempo a que la invitasen.

- Lo has leído ¿verdad? El informe que te di…

Ella se limitó a asentir. Gabriel guardó silencio unos instantes, dando tiempo a que fuera Sara la que comenzase a hablar. Era una táctica muy común entre los psiquiatras, dejar que el paciente llevase el peso de la conversación. Sara no era su paciente, pero aquello le permitiría ganar tiempo.

- ¿Por qué yo? ¿Por qué… por qué me contaste esto?

- ¿Es que no es evidente? –un nuevo intento de ganar tiempo. 

- No, claro que no es evidente.

- Mira lo que está pasando a tu alrededor- dijo él. No iba a contarle de la orden, no iba a preguntarle si estaba interesada en eso. 

- ¿Qué está pasando?

- ¿No lo ves? Las muertes, los desaparecidos… gente con extraños sueños, ataques raros. ¡Esto es Reykjavík, por Dios! Aquí no hay esa criminalidad. La gente no va matándose por las calles. Tenemos que defendernos. –en el momento mismo en que lo pronunció, sintió que su parte cristiana se rompía en mil pedazos. Tal vez ese fuera el peso que sentía. No estaba traicionando a la orden, estaba traicionando los mandatos mismos de Dios. “No mentirás”. Los muertos tenían que pasar al otro mundo, no permanecer en este. Era la voluntad de Dios. “No matarás”. Aquellos seres eran la misma muerte, la llevaban allá donde iban. 

Un pasaje de la carta de San Pablo a los Romanos le vino a la mente: “Como quiera que ninguno de nosotros vive para sí, ninguno de nosotros muere para sí. Que como somos de Dios, si vivimos para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos. Ora, pues, vivamos, ora muramos, del Señor somos. Porque a este fin murió Cristo y resucitó: para redimirnos y adquirir un soberano dominio sobre vivos y muertos” ¿Qué estaba haciendo? Abandonaba todo en lo que creía. ¿Y por qué? Miedo, miedo, eres un cobarde, Gabriel. Ahogó un sollozo.

- ¿Estás bien?-oyó preguntar a la española. Su voz sonaba muy lejana.

- Sí, sí. Decía… decía que tenemos que defendernos.

- ¿Pero por qué nos atacan a nosotros? ¿Por qué ahora?

- Eso es algo a lo que no puedo contestar. No tengo respuesta.- “No mentirás”

- ¿No puede ser sólo una casualidad? ¿No hay una forma de que sepamos qué es lo que pasa en realidad? ¿Me estás diciendo que todo existe?

- Has visto los archivos.

- Sí, pero… confiaba en una explicación por tu parte. ¡No puedes simplemente decir, “eh, oye, los vampiros existen” y no explicarme nada más!

- ¿Quieres una explicación?- el momento había llegado.

- ¡Sí!

- Esta es la explicación: hay un vampiro que está atacando a nuestra comunidad. Y con nuestra comunidad me refiero a nosotros, a la universidad. Dos de las personas atacadas eran parte de esta universidad, las chicas belgas la habían estado visitando, incluso habían comprado algo de la tienda de recuerdos. 

- Pero… ¿por qué?

- Eso es lo que no sé. Pero te diré algo: no va a parar.

- ¿Cómo sabes eso?

- Porque así es como se comportan. Mira, se supone que no debería decírselo a nadie, pero un miembro del departamento de arqueología había desaparecido y…

- Hákan. – la palabra salió de labios de Sara sin poder contenerla. Hákan. Lo sabía, había sentido que algo estaba ocurriendo con aquel hombre desde el momento en que Aislin dijo que no podía comunicarse con él. No barajó las opciones por las que podía haberlo sabido sin más información. Y tal vez fuera mejor así, porque descubrirlo sólo hubiera contribuido a que tuviese aún más miedo.

- ¿Le conoces?- por un instante, Gabriel contuvo la respiración. ¿por qué le conocía? ¿Qué sabía? ¿Por qué vía?

- Yo… mi compañera de piso, ella es, era, no sé. Creo que su alumna.

- ¿La chica que fue atacada hace un par de semanas?- Sara asintió- Bueno, entonces supongo que es justo que lo sepas. O al menos que alguien la informe.

- ¿De qué? ¿qué ha pasado?

- Sara… Hákan ha sido encontrado muerto en la capilla del cementerio. Desangrado.

- ¿Qué? Yo…tengo que irme.- la noticia no era buena. Pero estaba decidida a ser ella quien se lo contase a Aislin. Pensó deprisa. Durante la cena, sí, ese era el mejor momento. Cuando contaba con Kjell como apoyo moral.

- Por supuesto, lo comprendo.

La española salió precipitadamente del despacho. Antes de cerrar la puerta, volvió.

- Pero tenemos una conversación pendiente.

Gabriel asintió. Había conseguido ganar tiempo al menos. 



Cuando la puerta se cerró finalmente, Gabriel se levantó y cerró con llave. A salvo al fin de miradas indiscretas, se abandonó a su propia miseria y rompió a llorar.

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