miércoles, 28 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXIII)



Gabriel colgó el teléfono despacio. Había dado el primer paso. No se sentía orgulloso de ello, pero tampoco se arrepentía de nada de lo que estaba haciendo. Cualquier hombre al que le dieran a elegir entre la lealtad a una orden de eruditos y la posibilidad de ver envejecer a su familia tendría claras sus prioridades. Y por mucho que se plantease la posibilidad de actuar de otro modo, al final se opta por la alternativa más humana. 

¡Qué fácil es ser un traidor! Tan sencillo como tener las ideas claras. Tan sencillo como tomar una decisión en un momento dado. No importa lo bueno que hayas sido. No importan los años de trabajo y esfuerzo, las horas invertidas, la buena voluntad. En el momento en que se toma la decisión, te conviertes en un proscrito. Las horas invertidas, la buena voluntad, pasan a ser vistas como parte de un plan macabro, como un intento de manipular a los demás, de cubrir la culpa. 

Confiaba en que todo terminase suficientemente rápido como para que nadie lo descubriese. Y si no era posible, esperaba que al menos su familia pudiera perdonarle. Todo lo que estaba haciendo, lo hacía por ellos.

No estaba en absoluto conforme con los términos del acuerdo. Pero era la única solución que le quedaba. Cumpliría su parte del trato y dejaría que las cosas siguiesen su curso. Tendría que hacer muchos papeles, dejar muchas cosas en orden. No tendría mucho tiempo antes de que alguien se diese cuenta, y prefería dejarlo todo cubierto a que fueran los de la Orden los que le descubriesen. Sabía que serían los primeros en darse cuenta. Cada vez que respiraba se arrepentía de lo que estaba haciendo. Tal vez fuera mejor una muerte rápida. Tal vez incluso daría a su familia la oportunidad de avanzar en formas que con él vivo no serían posibles. Quizás, llegado el momento, podría dar marcha atrás, aunque no las tenía todas consigo. 

Aquellos seres eran muy pegados a juramentos y pactos, y era muy difícil salir de ellos. Aún así, lo peor que podía pasarle era morir en el intento. 

Una llamada suave a la puerta le sacó de sus pensamientos.

- Adelante-invitó. 

Era la chica española, con aspecto maliciento. Parecía no haber dormido en toda la noche y un escalofrío recorrió a Gabriel. Le había dado los informes sobre vampirismo. Se hubiera golpeado a sí mismo contra la pared. Claro que tampoco sabía entonces que iba a pactar por su vida con uno de aquellos seres. 

Intentó mantener la calma. No tenía por qué saber nada. Posiblemente, ni siquiera lo creyera. Si lo hacía, podía ser útil a sus planes, podía hacer que las cosas fueran aún más deprisa. Pensó rápidamente que lo mejor que podía hacer era hacerla partícipe de los hechos, conseguir que creyese lo que le dijera. Bien, era una opción. Suspiró.

- ¿Qué quieres, Sara?

- ¿Qué quiero?- se dejó caer en una silla del despacho sin dar tiempo a que la invitasen.

- Lo has leído ¿verdad? El informe que te di…

Ella se limitó a asentir. Gabriel guardó silencio unos instantes, dando tiempo a que fuera Sara la que comenzase a hablar. Era una táctica muy común entre los psiquiatras, dejar que el paciente llevase el peso de la conversación. Sara no era su paciente, pero aquello le permitiría ganar tiempo.

- ¿Por qué yo? ¿Por qué… por qué me contaste esto?

- ¿Es que no es evidente? –un nuevo intento de ganar tiempo. 

- No, claro que no es evidente.

- Mira lo que está pasando a tu alrededor- dijo él. No iba a contarle de la orden, no iba a preguntarle si estaba interesada en eso. 

- ¿Qué está pasando?

- ¿No lo ves? Las muertes, los desaparecidos… gente con extraños sueños, ataques raros. ¡Esto es Reykjavík, por Dios! Aquí no hay esa criminalidad. La gente no va matándose por las calles. Tenemos que defendernos. –en el momento mismo en que lo pronunció, sintió que su parte cristiana se rompía en mil pedazos. Tal vez ese fuera el peso que sentía. No estaba traicionando a la orden, estaba traicionando los mandatos mismos de Dios. “No mentirás”. Los muertos tenían que pasar al otro mundo, no permanecer en este. Era la voluntad de Dios. “No matarás”. Aquellos seres eran la misma muerte, la llevaban allá donde iban. 

Un pasaje de la carta de San Pablo a los Romanos le vino a la mente: “Como quiera que ninguno de nosotros vive para sí, ninguno de nosotros muere para sí. Que como somos de Dios, si vivimos para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos. Ora, pues, vivamos, ora muramos, del Señor somos. Porque a este fin murió Cristo y resucitó: para redimirnos y adquirir un soberano dominio sobre vivos y muertos” ¿Qué estaba haciendo? Abandonaba todo en lo que creía. ¿Y por qué? Miedo, miedo, eres un cobarde, Gabriel. Ahogó un sollozo.

- ¿Estás bien?-oyó preguntar a la española. Su voz sonaba muy lejana.

- Sí, sí. Decía… decía que tenemos que defendernos.

- ¿Pero por qué nos atacan a nosotros? ¿Por qué ahora?

- Eso es algo a lo que no puedo contestar. No tengo respuesta.- “No mentirás”

- ¿No puede ser sólo una casualidad? ¿No hay una forma de que sepamos qué es lo que pasa en realidad? ¿Me estás diciendo que todo existe?

- Has visto los archivos.

- Sí, pero… confiaba en una explicación por tu parte. ¡No puedes simplemente decir, “eh, oye, los vampiros existen” y no explicarme nada más!

- ¿Quieres una explicación?- el momento había llegado.

- ¡Sí!

- Esta es la explicación: hay un vampiro que está atacando a nuestra comunidad. Y con nuestra comunidad me refiero a nosotros, a la universidad. Dos de las personas atacadas eran parte de esta universidad, las chicas belgas la habían estado visitando, incluso habían comprado algo de la tienda de recuerdos. 

- Pero… ¿por qué?

- Eso es lo que no sé. Pero te diré algo: no va a parar.

- ¿Cómo sabes eso?

- Porque así es como se comportan. Mira, se supone que no debería decírselo a nadie, pero un miembro del departamento de arqueología había desaparecido y…

- Hákan. – la palabra salió de labios de Sara sin poder contenerla. Hákan. Lo sabía, había sentido que algo estaba ocurriendo con aquel hombre desde el momento en que Aislin dijo que no podía comunicarse con él. No barajó las opciones por las que podía haberlo sabido sin más información. Y tal vez fuera mejor así, porque descubrirlo sólo hubiera contribuido a que tuviese aún más miedo.

- ¿Le conoces?- por un instante, Gabriel contuvo la respiración. ¿por qué le conocía? ¿Qué sabía? ¿Por qué vía?

- Yo… mi compañera de piso, ella es, era, no sé. Creo que su alumna.

- ¿La chica que fue atacada hace un par de semanas?- Sara asintió- Bueno, entonces supongo que es justo que lo sepas. O al menos que alguien la informe.

- ¿De qué? ¿qué ha pasado?

- Sara… Hákan ha sido encontrado muerto en la capilla del cementerio. Desangrado.

- ¿Qué? Yo…tengo que irme.- la noticia no era buena. Pero estaba decidida a ser ella quien se lo contase a Aislin. Pensó deprisa. Durante la cena, sí, ese era el mejor momento. Cuando contaba con Kjell como apoyo moral.

- Por supuesto, lo comprendo.

La española salió precipitadamente del despacho. Antes de cerrar la puerta, volvió.

- Pero tenemos una conversación pendiente.

Gabriel asintió. Había conseguido ganar tiempo al menos. 



Cuando la puerta se cerró finalmente, Gabriel se levantó y cerró con llave. A salvo al fin de miradas indiscretas, se abandonó a su propia miseria y rompió a llorar.

martes, 27 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXII)



Sara, por su parte, se encerró en el cuarto. Estaba cansada de todo aquello. ¿Quién le mandaría meterse en una cosa así? Cuando por fin sentía que las cosas empezaban a ir más o menos bien, de repente alguien desaparecía. Y la historia volvería a empezar.

Además, estaba Kjell. Despertaba en ella sentimientos contradictorios. Por un lado, esperaba con impaciencia la hora de la cena para poder enfrascarse en una de sus conversaciones interminables. Pero a la vez se sentía incómoda en su presencia. No podía dejar de mirarle, pero cuando se paraba a pensar sobre ello, se sentía asqueada. Le daba cierto repelús, casi asco, mirarle. Al principio había pensado que era algún tipo de atracción física y que esa sensación de asco que le daba después era una forma de autocastigarse por mirar de ese modo a alguien que no fuera su novio. Poco a poco se fue dando cuenta de que no era así, de que la atracción física no existía. O al menos no en una forma normal.

El caso es que prefería que se marchara de la casa cuanto antes. Aunque tampoco le veía mucho: cuando ella se levantaba ya se había ido y regresaba a la hora de la cena sólo para dormir, de forma que no compartían espacio más de dos horas al día. Daba igual, le quería fuera de la casa. Se sentía incómoda. Incluso tenía sueños raros. Cierto que los tenía desde que llegó a Islandia, pero estos eran diferentes. Había nieve, y se oía el ruido del mar. Y gritos en una lengua que no conocía. Y a veces pájaros que volaban en círculos y barcos, y madera flotando en el mar. No eran realmente pesadillas, era más bien como ir al cine y ver una película que no se es capaz de interpretar. Inquietantes, sí. Pero nada que le evitará descansar.

Lo demás iba bastante bien. El trabajo avanzaba despacio pero encaminado en la dirección correcta. La gente con la que se entrevistaba en el hospital era menos inquietante que Angie o que los chavales de la cafetería. Gabriel la trataba con más consideración desde que había leído el planteamiento del trabajo que le había enviado. Además, su conexión a Internet y sus horarios más o menos libre, le permitían mantener una comunicación regular con su familia, su novio y sus amigos. No tenía nada de qué preocuparse en aquel respecto.

Suspiró cansada. Se recostó sobre la cama mirando al techo. A lo mejor la solución era cambiar de casa. Tampoco le apetecía, Aislin le caía bien. Se dio la vuelta y entonces se fijó en la carpeta azul que Gabriel le había dado un par de semanas atrás. Se había olvidado por completo de ella. 

Se levantó y la cogió del escritorio. Aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para leer lo que fuera que había dentro. Volvió a sentarse sobre la cama y la abrió. Parecían artículos de revistas y periódicos, facsímile de archivos viejos. Desde luego, no tenía nada que ver con la psicología, eso estaba claro por las fotos de huesos y enterramientos que acompañaban los folios. 

Eligió un artículo al azar y comenzó a leer. Hablaba sobre unos antropólogos que habían desenterrado unos ataúdes extraños en Hungría. No había sido su intención, sólo buscaban el enterramiento de un líder militar de alguna guerra que ella desconocía. Pero habían encontrado una docena de tumbas en las que los cadáveres estaban estacados. O con la cabeza cortada y puesta entre los pies. 

Era muy extraño. Parecía que no eran tumbas antiguas, sino tan solo de mediados del siglo XIX. Los investigadores habían nombrado el lugar como “Cementerio de Vampiros” y habían trasladado los huesos a un laboratorio. El informe seguía diciendo que sólo uno de los investigadores había sobrevivido. Terminó en un psiquiátrico, donde acabó suicidándose. Durante todo el tiempo en que estuvo ingresado, mantuvo que había sido un error desestacar los cadáveres, que tenían que haber dejado la estaca entre las costillas. Habían vuelto y habían acabado con ellos. 

El informe seguía diciendo que algunos huesos habían desaparecido del laboratorio. También daban copias del informe médico que decía que el primer investigador apareció desangrado en su puesto de trabajo. Estaba repleto de fechas, nombres, teléfonos, direcciones, informes médicos y policiales, fotos, analíticas… no podía ser un fraude.

Sara se estremeció. Debería haber parado en aquel momento si quería estar alejada de todo aquello, pero pudo su mente curiosa. Aquello eran pruebas de la existencia de vampiros. Daba miedo. Pero también podía ser que hubieran pasado algo por alto. Siguiendo un impulso, continuó leyendo todo el contenido de la carpeta.

Para cuando terminó, estaba llorando. Podía haber sido perfectamente un ataque de histeria. No sabía qué pensar, qué significaba aquello. Pero explicaba tantas cosas, tanto de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Ni podía ignorarlo ni podía terminar de creerlo. 

No era en absoluto un ataque de histeria, era algo mucho más común. Es la forma en la que actúa el cerebro humano cuando ha de manejar saberes para los que no está preparado.


lunes, 26 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XXI)



- No había nadie. No estaba.

Con esas palabras saludó Aislin a Sara al día siguiente, cuando regresó del despacho de Hákan. La española estaba cocinando y el comentario la cogió por sorpresa.

- ¿No había nadie dónde?

Entonces pareció que su compañera se daba cuenta de que no le había contado a Sara su preocupación por Hákan. Se lo había contado a Kjell, pero no a ella. A decir verdad, desde que Kjell se quedaba allí, no habían hablado mucho. Tan solo durante la cena y normalmente era él el que llevaba el peso de la conversación. Se sintió avergonzada por un momento.

- Perdona, debí habértelo contado.

- ¿Contarme qué? ¿qué pasa?

- Es que… llevo un tiempo preocupada por Hákan. No he tenido noticias de él desde que salí del hospital y es raro, porque lo he intentado por todos los medios. Hoy me he pasado por su despacho, pero no había nadie. Uno de sus alumnos me ha dicho que lleva como semana y media sin aparecer por la universidad.

Sara miró a su compañera con sorpresa. ¿Un hombre falta al trabajo casi dos semanas y no hay nadie que intente localizarle? ¿Nadie denuncia su desaparición? No pudo guardar el comentario para sí.

- ¿Ha desaparecido?

- No creo…-Aislin parecía más inquieta de lo que decía.- Igual ha hecho un viaje o qué sé yo. ¿Por qué iba a desaparecer?- Pero sus gestos decían algo diferente. Decían que no se le había ocurrido. Y que era perfectamente posible. Sara contraatacó:

- ¿No tiene familia o algo así?

- Bueno…Tiene dos hijos pero viven en los Estados Unidos.

- ¿Y no tiene nadie que pueda denunciar su desaparición? Son casi dos semanas…

- Pues… Supongo que la universidad se encargará.

- Supongo. ¿quieres unos spaguettis? A mí se me ha quitado el hambre…

Aislin quedó desconcertada por un momento. Luego pensó en lo que Kjell le dijo la noche anterior, lo de las visitas de los vampiros y la forma en la que se metían en la mente de Sara. Sintió una punzada de sospecha. Tal vez, Hákan sí había desaparecido. Tal vez Sara, de alguna manera inconsciente, lo sabía. Y tal vez por eso se sintió mal de repente. 



Maldijo en voz baja. Ella no podía denunciar la desaparición de Hákan. No era nadie cercano a él, y si ni la universidad, ni su familia, ni los más cercanos lo hacían ¿quién era ella para hacerlo? Resopló. Claro que comería. Estaba hambrienta. Y después, intentaría saber más sobre el brazalete de bronce. Casi se había olvidado de él con los últimos acontecimientos.

domingo, 25 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XX)



Aislin daba vueltas inquieta en la cama. Había revisado el correo una y otra vez. Había llamado varias veces por teléfono. Hacía algo más de una semana que había salido del hospital y no había recibido noticias. No era propio de Hákan algo así, cuando era profesor suyo y tenía una gripe, solía llamar para ver cómo evolucionaba. Además, había enviado varios mensajes, tanto de correo como al teléfono. Pero nada.

Pensó que lo mejor sería pasarse al día siguiente por su despacho e intentó dormirse. No era capaz de hacerlo, se sentía inquieta. Tenía el presentimiento de que algo iba mal, no era capaz de calmarlo. Rendida a la evidencia de que pasaría la noche en vela, se levantó a por una taza de algo caliente.

- ¿No duermes? –preguntó Kjell al verla pasar por el salón. 

Estaba sentado en el sofá, con un portátil sobre las rodillas y unos auriculares. La imagen resultaba divertida, en especial tomando en consideración la pregunta que había hecho y que eran las tres de la madrugada.

- Tú tampoco. 

- Yo no duermo. Sabes que no duermo por la noche.

- ¿Y qué haces? – Aislin se acercó lo suficiente como para ver la pantalla.

- Veo una película.

- Ya. ¿cuál?

- Una película. A ver… Noche de Miedo.

- ¿En serio?

- Noche de miedo. La versión del año pasado. Me gustaba más la de los ochenta. Los ochenta. Tenías que haberla visto en el cine. El cine era un buen sitio para ir en los ochenta.

- O sea, que te pasas las noches tirado en el sofá viendo pelis de terror malas como un adolescente.

- No son malas. Sí, son malas. Pero puedes aprender mucho de la cultura popular de esta época viendo esta clase de películas. Esta clase de películas es… interesante.

- ¿Qué será lo próximo? ¿Vas a ver el Diario de Bridget Jones para conocer a las mujeres?

- El Diario de Bridget Jones… ¡Oh! No, no. El diario de Bridget Jones dejó de ser útil para conocer a las mujeres en los noventa. Ya no vale. Sí vale. Pero vale sólo para ver el tipo de concepto de cortejo que tienen en Inglaterra. El tipo de concepto de cortejo que tienen en Inglaterra no ha cambiado en los últimos trescientos años.

- Qué bien. ¿no tienes nada mejor que hacer?

- La verdad es que no. La verdad es que no. Pero no pierdo el tiempo. Tu amiga duerme mucho mejor desde que estoy aquí. Desde que estoy aquí no tiene visitas. Puede que hasta se olvide.

- ¿Visitas?

- Visitas. ¿No lo sabías?

- No ¿Qué visitas?

- Ellos han venido por aquí. Los vampiros. Los vampiros han entrado en sus sueños. 

- ¿Cómo sabes eso?

- Lo noté al conocerla. Al conocerla pareció alterada por mi presencia. Como si mi presencia le desconcertase. O le aterrase. O le resultase atractiva. Sólo alguien bajo su influencia siente todo eso a la vez en una situación así.

- ¿Lo sabe? ¿Me estás diciendo que tengo a una amiga de esos vampiros en mi propia casa?

- No he dicho que sea su amiga. ¿Su amiga? Está manipulada. Pueden hacerte creer que simplemente sueñas. Se meten en tu mente. Te utilizan. No creo ni que sepa que está bajo su influencia.

Aislin hizo un movimiento con la mano. Kjell interpretó la señal correctamente y se hizo a un lado para que ella se dejase caer en los cojines. Estaban fríos a pesar de que él hubiera estado allí sentado.

- Kjell…-preguntó ella.- ¿Me pasa lo mismo a mí?

- No.

Demasiado rotundo. No le gustaba tanta rotundidad en la respuesta.

- ¿Me lo dirías si me pasase?

- Si te pasase ni siquiera te lo hubiera contado. No seas ridícula.

Tenía sentido, sí. No le convenía que lo supiese si estaba bajo su influencia. Quién sabe cómo podría reaccionar. O cómo reaccionaría el vampiro a la noticia de su nuevo conocimiento. 

- ¿Te quedas a ver la película o te vuelves a la cama?

Aislin dudó un momento. Prefería intentar dormir. Al día siguiente se levantaría temprano para ir a la universidad a hablar con Hákan. Además, estaba molesta porque Kjell no le hubiera contado desde el principio lo que le pasaba a Sara. Aunque bien pensado, debería haberlos supuesto: se portaba siempre de forma muy rara, alterada, durmiendo mal. Ella misma decía que no podía dormir. Agitó la cabeza, reprobatoria consigo misma. 



- Me voy a la cama.

sábado, 24 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XIX)



Le había dicho a su esposa que estaría trabajando. Era una clásica mentira, más propia del adúltero que de alguien como él, que jamás la había engañado. Pero era absolutamente necesario, no quería exponerla a ningún riesgo a ella. Así que había reservado una habitación en el Central Hotel de Reykjavík y pasaba las últimas noches en él. Sabía que no iría a su casa, que le encontraría allí. 

Llevaba dos noches esperando y aún no había tenido noticias. Era un hombre paciente, pero la espera le hacía reflexionar. Arrepentirse y volver a cambiar de opinión. Estaba constantemente en una lucha interna de la que no era capaz de salir. Aquella noche, mientras esperaba, sentía angustia moral. Sentía que estaba traicionando a la comunidad a la que pertenecía, la que tanto le había dado. Era gracias a la comunidad que había conocido a su esposa. Le habían echado una mano cuando su hijo pequeño se puso enfermo y tuvieron que operarle fuera del país. Había alcanzado grandes logros profesionales, encontrado amigos, compartido un objetivo. 

Solía reírse de la forma solemne en la que sus compañeros se referían a la organización como la Orden. Tal vez lo fuera al principio, pero darle ese nombre a una organización laica y académica le parecía un absurdo, una forma de confundir a la gente. 

La historia de la Orden de Hallstatt se remontaba al siglo XVIII, durante la guerra austro-turca. En los campamentos austriacos al mando de Eugenio de Saboya se contaban historias en voz baja. Fue en el camino a Belgrado, ciudad que se disponían a asediar y donde el 16 de agosto de 1717 obtendrían una gran victoria. En los libros de historia se puede leer que el ejército austriaco perdió 5 300 hombres. En las crónicas que muy pocos pueden leer, se habla de al menos 200 bajas más. Hombres que desaparecían, hombres que no podían continuar el camino porque estaban demasiado cansados, hombres que se acostaban sanos y amanecían muertos. Los motivos no eran nunca pronunciados en voz alta, pero los oficiales llevaban su propio diario de sucesos. Incluso se dice que algunos de ellos asistieron a la población civil de la zona a deshacerse de retornados siguiendo las tradiciones locales.

La guerra concluyó con el Tratado de Passarowirtz y estos informes fueron enviados directamente al emperador Carlos VI a través del emisario que firmó en su nombre. El emperador quedó tan profundamente consternado que convocó un concilio secreto en la ciudad de Hallstatt. Fue elegida por la dificultad de llegar hasta ella. En aquel tiempo, sólo podía llegarse por mar o por un estrecho paso de montaña que desanimaría a diversos curiosos. Diferentes potencias europeas enviaron especialistas. Muchos de ellos eran eclesiásticos y filósofos, pero también militares que en las recientes guerras se habían enfrentado a esa clase de misterios. 

El concilio duró varias semanas. La primera propuesta del emperador fue crear una liga para acabar con esos seres y proteger a las gentes. Fue secundada por militares y los más fanáticos de los sacerdotes. Pero estos eran minoría. Los más de los asistentes, miembros de hermandades más humildes, como franciscanos o benedictinos, dejaron claro que no podía hacerse aquello. Había en todas partes en aquel tiempo un conocimiento sobre todo esto entre las gentes más humildes. Por supuesto, muchos de ellos no lo creían, pero al menos servía para defenderse llegado el momento. Era necesario recopilar casos, adquirir conocimientos. El trabajo en la sombra, en el secreto, evitaría el pánico entre la población. Aunque tampoco descartaban ayudar a aquellos que no sabían a lo que se enfrentaban. 

Observar, conocer, recopilar y ayudar con sabiduría. Aquella se convirtió en la máxima de la Orden. Cada vez que alguien entraba en ella tenía que hacer un juramento sobre el manuscrito que comenzaba con aquella frase y seguía con un listado de normas a seguir. Incluso en épocas modernas, aunque era más bien algo simbólico, al modo en que los médicos realizan su juramento hipocrático. 

Incumplir el juramento tenía consecuencias dependiendo de cuál de las reglas se incumpliera. Normalmente eran indulgentes con aquellos que se veían superados por el sentimiento de culpa y se involucraban en los acontecimientos. Se limitaban a negarles el acceso a los archivos, aunque siempre había gente que les facilitaba la información que necesitaran. Normalmente se les conocía como “cazadores” y eran admirados por muchos.

Otra de las reglas que más a menudo se rompían era la de mantener el secreto. Uno de los más ilustres rompejuramentos en ese sentido era el conocidísimo Agustín Calmet. Tampoco se les castigaba demasiado. Se limitaban a expulsarle de la orden y borrar el nombre de sus archivos. Si la orden era mencionada, se desmentía. Era fácil hacer que él pasase por loco o mentiroso, nadie creía en cosas así.

Se decía que había una regla que nunca se había incumplido. También que era una que se castigaba de la forma que un consejo decidiese. Jamás lo había hecho nadie, nadie era tan insensato: la regla decía que no se podía entrar en contacto directo con los seres que estudiaban, con el mundo de las sombras. Muchos de aquellos seres tenían forma humana, podían fingir sentimientos. Era fácil para ellos engañar a los mortales, hacer que alguien les apreciase, se plantease pactar con ellos, entrar en relación con ellos. Era la peor de las traiciones y si alguna vez se había llevado a cabo, no se había descubierto. En realidad, no se lo habían contado.

- Déjame entrar- escuchó.

Había dejado de mirar por la ventana, de esperar. La llamada le sobresaltó. Miró hacia el cristal y reconoció al ser que estaba allí, flotando frente a su ventana. Tragó saliva con dificultad mientras se dirigía a abrir la ventana.

- Entrar- repitió el ser.



Dudó unos momentos. Nunca debían de entrar en relaciones con aquellos seres. Alargó la mano para abrir. Aquello era justo lo que se disponía a hacer.

martes, 13 de agosto de 2013

Stephen King-Mientras escribo

Hace poco tiempo me mudé a mi nueva casa. Muy, muy poco tiempo, aún no hace un mes de ello. Como suele ocurrir en estos casos, hay que dar de alta un montón de servicios, comprar muebles y cosas similares... entre ellas, instalar internet.

La solicité, y tardó 3 largas semanas en llegar.

Durante ese tiempo leí y escribí de forma compulsiva, centrándome en el personaje, nuevo para mí, de Loki Laufeyson. (NO el de Marvel. Esperad, que lo aclaro: NO el de Marvel). En mis 'ratos libres', y guiada por la escucha, también casi de forma compulsiva, de los programas de Milenio 3 que estaban por ahí guardados en mi ordenador, leí dos libros de Stephen King, dos señores ensayos, "Danse Macabre" y "On writing".



El primero es un ensayo sobre el miedo y los mecanismos del relato de terror. Interesante, aunque considero que demasiado enfocado hacia el público estadounidense de una generación en concreto. El segundo, sin embargo, además de una especie de mini biografía, es una muy buena guía para escritores. Si sabes leer entre líneas, claro, porque no son más que las propias experiencias de King traspasadas al papel, pero de ellas puede aprenderse más de lo que uno podría imaginar en primer momento.

Es por eso, porque es un tochazo de ensayo que ni diox se va a dignar a comprar aunque debieran, os lo dejo por aquí. Tened a bien usarlo sólo como referencia y luego ir a comprar las novelas, por lo menos. ¿ok?

On writing.

Primera parte: Draugar (XVIII)



La casa de Hákan estaba a un tiempo vacía y llena. Era esa clase de casas con olor a muebles viejos, fotos por los estantes y un aspecto general de falso desorden. Estaba iluminada por una luz dorada, la que las cortinas permitían pasar, en ningún momento demasiado intensa para dañarle. Pero sí lo suficientemente hermosa como para que le tentase investigar un poco más por la casa, permitirse el lujo de estar levantado durante el día.

Había matado al anciano, y eso hacía que la casa de este quedase libre de protección. Aunque tampoco importaba demasiado, puesto que le había invitado a entrar antes de que ocurriera. Tenía libre acceso a la casa. Podía utilizarla como refugio, evitar el cementerio. No le desagradaba dormir en la tierra, pero cuando lo hacía prefería que fuera en el mismo lugar en que le habían enterrado. Por supuesto, no quedaba nada del túmulo donde fue enterrado, alguien había decidido construir un jardín botánico encima. Aquello le resultaba agradable. Todos los muertos están de una u otra forma ligados al lugar de su enterramiento, y él prefería estar ligado a un jardín que a una lápida. 

Le gustaba la casa de Hákan. Los cuadros de las paredes del salón eran totalmente desconocidos. Una segunda mirada dejaba claro que había sido uno de los hijos quien lo había pintado con mano virtuosa. El televisor era pequeño, antiguo, igual que los sillones. Sobre la mesa de cristal había un juego de té y una taza de café que no habían tenido tiempo de limpiar. Una puerta daba a la cocina, pero no había necesidad de entrar en ella. Se dirigió al pasillo y abrió la puerta de su izquierda. 

Deba al despacho de Hákan. Una de las paredes estaba cubierta con una estantería donde los libros se habían ido amontonando. Sintió la tentación de leerlos. Cuando uno tiene una larga vida que sabes que no terminará hasta que las Eras del Mundo terminen, los libros acaban siendo buenos compañeros. También la música y la pintura, pero los libros tenían algo especial: eran tan inmortales como él. Las pinturas se destruían, la música cambiaba de estilos, pero los libros, las historias, permanecían eternas. Pasaban de pergamino a papel y de papel a formato electrónico, pero eran los mismos textos, salidos de la misma mente. Los recuerdos y sentimientos que despertaban eran también los mismos. 

Muchos de los suyos eran aficionados al arte. Incluso muchos de ellos habían hecho aportaciones. Por supuesto, los vivos no podían diferenciarlo, consideraban que era simplemente virtuosismo. Pero entre ellos podían reconocerlo fácilmente y solía ser curioso. Sonrió al pensar en los poemas que en el siglo de las luces había repartido en octavillas por las calles de Viena. 

Suspiró y cerró la puerta del despacho del anciano. No llevaba muerto más de veinticuatro horas, no iba a profanar su intimidad intelectual antes de que comenzara a pudrirse su cuerpo. 

Se dio la vuelta y abrió la puerta de enfrente. Era una habitación pequeña, con una cama individual y cortinas cortas azules. Un escritorio blanco y pósters en las paredes dejaban claro que era la habitación de uno de sus hijos. Bien, eso implicaba que era el refugio de alguien que aún estaba vivo. Dio un paso de prueba y entró en la estancia. Bien, pesaba más la propiedad de Hákan que la intimidad del hijo. Volvió a suspirar.



Se acercó a la ventana y agarrando el mecanismo de la persiana a través de la cortina, dejó la habitación completamente a oscuras. Cerró también la puerta y suspiró por tercera vez antes de tumbarse sobre la cama y abandonarse al sueño.

lunes, 12 de agosto de 2013

Crepúsculo (El de Meyer) no es bueno para mujeres...

No lo digo yo, lo dicen varios especialistas en el tema.
Veréis, mientras estaba cotilleando ciertas historias por internet para escribir mi propio artículo al respecto, vi muchas, muchísimas series y leí un montón de libros sobre vampiros.

Entre ellos Crepúsculo, claro.

Me pregunté qué tenía que ver con las grandes literaturas vampíricas. Me pregunté si alguien había escrito sobre ello de forma seria... Y me encontré esto, un artículo bastante sesudo que no tiene desperdicio, en el que se cuenta cómo Meyer se vale de su best seller para adoctrinar a la gente en ideologías largo tiempo combatidas.

No lo digo yo, lo dice la autora, tras una buena investigación por diversos foros de internet y entrevistas varias con fangirls de todo tipo.
Así que las reclamaciones a ella.

Twilight is not good for maidens

Primera parte: Draugar (XVII)


- ¿De verdad vas a beberte eso? Tiene el aspecto de una bomba para el estómago…

- Ya. Pero está rico. Y acabo de salir del hospital, y he perdido sangre, y me apetece algo dulce.

- Ya, algo dulce… algo con vitamina B12, como hígado empanado o sardinas asadas igual te iba mejor. O sí quieres dulce, un skyr o algo así. Los yogures son dulces y tienen vitamina B12.

- Estás de coña ¿no?

- Ahm… pues no, no estoy de…coña. 

Pero se dio por vencido y dejó la conversación. Aislin no era la clase de persona que se deja aconsejar en temas de salud. Tenía una actitud suicida respecto a lo que comía, a lo que bebía y al número de horas que dormía respecto al número de horas que trabajaba. Kjell recordaba cómo en más de una ocasión aquello le había costado días de cama que hubieran sido innecesarios sólo teniendo un poco más de autodisciplina. Pero nunca escuchaba lo que tenía que decir al respecto, así que había aprendido a dejarlo estar y tomarlo en tono de humor, como hacen los adultos con los niños.

Ella se encogió de hombros y dio un trago largo al chocolate con sirope de avellana que acababa de comprar en el 10-11. Luego se volvió hacia él.

- ¿Vamos al puerto? Quiero ver si hay alguna aurora…

- Claro, vamos al puerto. Pero poco tiempo, deberías ir a casa y descansar.

La mujer asintió y abrió el paso hacia el puerto. Era evidente a ojos de Kjell que no iba a haber auroras aquella noche. O al menos no se iban a ver, estaba muy nublado. Pero daba igual. Acompañaría a su amiga e intentaría que le dijese la verdad.

- Dime, Aislin, ahora que estás fuera del alcance de médicos y otros candidatos a llevarte a un psiquiátrico, dime la verdad. ¿Qué pasó ahí fuera?

- ¿Por qué preguntas cosas que ya sabes?

Llevaban caminando cerca de diez minutos por el puerto. Era de noche y la luna creciente iluminaba el cielo detrás de las nubes, dando la impresión de que estas eran una especie de forma luminosa. Las luces de la ciudad se veían como estrellas lejanas en el suelo. Aislin intentaba aparentar que estaba con la mirada fija en el entorno, pero en realidad era sólo una pose. Por supuesto que estaba preocupada por lo que le había ocurrido, sabía que podría ocurrirle de nuevo en cualquier momento en que se quedase sola. Pero no estaba dispuesta a dejar que los demás lo notaran.

- Porque quiero escuchártelo decir.

- Vampiro ¿vale? Fue un puto vampiro el que vino y me atacó. 

- ¿Qué clase de vampiro?

Aislin resopló. Mucho tiempo atrás, en su adolescencia, había pasado por el trauma de descubrir que una parte de los seres que aparecían en los cuentos y novelas de terror eran reales. Haciendo un esfuerzo, podía asumir que los fantasmas fueran reales. Pero el tema de los vampiros le había consternado un tanto. Tardó mucho en hacerse a la idea de que podía seguir con su vida normal a pesar de todo aquello que quedaba oculto a los ojos de la mayoría. Luego decidió considerarlo una tontería. También había serpientes cascabel y tarántulas enormes y no por eso cambiaba su vida.

Conocía a Kjell desde aquella misma época. Había sido él quien había contribuido a que no se volviese completamente loca, y sabía que él conocía todo lo que había que conocer sobre vampiros, espectros y no muertos de toda clase y condición. No le quedaba otra. Pero eso no significaba que tuviera que hacerla partícipe de ese conocimiento. Ya le había costado asumir que existían, lo había conseguido finalmente. Pero prefería estar apartada de todo aquello. No tenía porqué saber qué tipos de vampiros existían.

- ¿Cómo quieres que lo sepa?Kjell se encogió de hombros. Sabía que los reparos de Aislin eran más profundos de lo que hubieran podido ser los de cualquier otra persona. Sabía que se engañaba a sí misma diciendo que no quería saber, que no quería entrar en su mundo. Era un hombre paciente, podía esperar a que cambiase de opinión. Y creía que el momento estaba más cerca de lo que ella pensaba. Después de todo, se estaba especializando en folklore, la rama en la que más gente desaparece.

- Pues no sé. ¿habló contigo?

- Sí. Me dijo que tenía algo que era suyo y cuando le dije que era imposible, me atacó. Y le exploté los ojos. 
- Seguramente – Kjell rió con honestidad. Tampoco le costaba imaginarse la situación- ¿y tienes algo suyo?

- ¡No! ¿qué voy a tener suyo?- pero mientras decía las palabras su mente le dio la respuesta. El brazalete misterioso. Le entró prisa de repente por saber qué se escondía detrás de ese brazalete.

- ¿Estás segura?

- Sí –mintió. Sabía lo que pasaría si decía lo que estaba pensando.

- ¿Estás segura?

- ¡Sí!-repitió- Y no hagas eso, por favor.

- ¿El qué? –se divertía con todo aquello. Sabía que le molestaba, pero no podía evitarlo, era parte de su naturaleza.

- Eso de repetir frases.

- Deberías tener cuidado.-cambió de tema de golpe- Ese tío era un sending. Volverá.

Aquello llamó su atención. 
- Era un vampiro, no un muerto enviado por otro. Los sendings son más como…zombis.

- Volverá. 

- Vale, está bien, dime. ¿Cómo puede ser un vampiro un sending?

- Pues verás-comenzó. Sabía que al final se rendiría a la curiosidad. También sabía que compartir la información ponía en riesgo sus intereses: saber demasiado podía significar tanto que se rindiera a su petición como que le repeliese, cerrando esa puerta definitivamente para siempre. El secreto era elegir las palabras adecuadas. – Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en que los hechiceros y chamanes, para vengarse de sus enemigos, levantaban a los muertos. Les daban la orden de perseguir a una persona o familia determinada hasta acabar con su vida o enloquecerles. Cuando la misión terminaba, el enviado volvía a caer muerto y todo quedaba como parte de la leyenda local. 

- Vale, hasta ahí llegaba. 

- Bien. Me alegro. El caso es que en algún momento de la historia, el ritual salió mal y el enviado se volvió contra su creador. Se cuenta que el hechicero estaba comiendo junto a sus hijos, y el muerto que había levantado se presentó como invitado no deseado. Aquella noche fue la primera vez que un muerto probó la sangre humana, y dejó de ser propiedad de la voluntad del mago que al morir, dejó el hechizo sin terminar, convirtiendo en inmortal a su creación. La historia se expandió como el fuego, y muchos hechiceros vieron en el fallo del primero una nueva oportunidad: los nuevos enviados se alimentarían de sangre, serían inmortales, podrían extender su voluntad a lo largo de la historia. Los mandatos comenzaron a ser más generales, solían estar atados a algo material, o a un lugar. Muchos de ellos fueron también guardianes de tesoros, casi fundidos con las cuevas y las grutas subterráneas en las que vivían, como larvas que…

- Espera.- interrumpió Aislin- ¿Me estás diciendo que los vampiros tienen que ser creados por un mago? ¿Que tienen una función y que no son como siempre nos los hemos imaginado los humanos? ¿Por qué nunca me has contado eso? Tú…

Kjell negó con la cabeza.

- La historia no termina ahí. Estos muertos levantados no sabían que ellos mismos tenían la capacidad de crear nuevas criaturas. No fue hasta mucho tiempo después cuando el proceso comenzó a ser más o menos consciente. La gente luchaba contra los enviados, los cortaban, probaban su sangre sin querer. Nada de lo que hicieran podía matarlos, puesto que los enviados no mueren hasta cumplir su misión, y siendo como son mucho más fuertes que los humanos, estos acababan muertos. 

- Y se levantaban –acabó la explicación Aislin.

- Y se levantaban. Se levantaban inmortales y sin estar encadenados a misiones voluntad de otros. Estos son los vampiros a los que estáis acostumbrados. Hijos de la Sangre es como se les llama. A los primeros, Hijos de la Tumba. Hay una especie de enemistad entre ellos, porque los Hijos de la Tumba envidian la libertad de los Hijos de la Sangre, y los Hijos de la Sangre, la inmortalidad absoluta de los Hijos de la Tumba. 

- ¿No hay ninguna forma de matarlos?

- ¿Tienes algo del vampiro que te atacó?

- No.

- No tienes forma de matarlo.

-Pero ¿y si...?

- No tienes forma de matarlo.

Aislin no quería discutir. Empezaba a sentir el cansancio de la pérdida de sangre, de haber estado tres días sin moverse de una habitación, de contener sus propios miedos. Solo quería volver a casa y acostarse.

- Deberías descansar.

- ¿Sabiendo que hay un puto vampiro persiguiéndome por algo que no sé qué es y que no puedo matarlo de ninguna manera? 

- Deberías descansar. No pasará nada mientras estés en tu casa y no le dejes entrar. Es el más seguro de los lugares. 

- Igual tienes razón-suspiró- Vámonos.

Caminaron con paso lento, puesto que Aislin perdía fuerzas con cada paso que daba. Finalmente, después de tardar más de media hora en recorrer un camino que normalmente no duraba más de diez minutos, estuvieron delante del portal.

- Oye… -comenzó Aislin.- ¿Quieres subir? 

- ¿Me estás invitando a entrar?

- Me quedaría más tranquila si mi Van Helsing particular hiciera guardia en mi sofá alguna que otra noche.

- Me estás invitando a entrar.

- ¿Vas a matarme?

Kjell rompió a reír. Tenía una risa profunda, que invitaba a reflexionar. Aislin abrió la puerta del portal y Kjell subió con ella.

domingo, 11 de agosto de 2013

Primera parte: Draugar (XVI)



Hákan no era un hombre religioso. Tampoco creía en cosas como la vida después de la muerte, y no le gustaba visitar los cementerios. Sin embargo era un hombre sensible y en muchas ocasiones le gustaba más vivir entre sus recuerdos que en el presente. Especialmente desde la muerte de su esposa. Pasaba gran parte de su tiempo trabajando, prefería mantenerse ocupado, no pensar. Sus hijos habían dejado la isla en la que nacieron tan pronto como tuvieron la formación suficiente como para poder emigrar a los Estados Unidos. No era nada sorprendente, pero había quedado completamente solo después de aquello.

Con la reciente muerte de Helga, la necesidad de visitar la tumba de su esposa se hizo insostenible. Cada vez que se quedaba solo en casa sus pensamientos volvían a ella, al tiempo que compartieron juntos, a la forma en la que le fue arrebatada. A sus ojos, la enfermedad que se la llevó fue prematura, por mucho que los médicos insistieran en que llevaba mucho tiempo desarrollándola, en que había aguantado mucho más de lo que ellos preveían. La muerte había sido un descanso finalmente. Él lo había visto también, había pasado tres años escuchándola rogar por que alguien le ayudase a descansar. Le decía que era muchísimo peor reunir fuerzas para levantarse cada día y luchar contra lo inevitable, que mirar hacia delante y aceptar su muerte. Pero nunca le había escuchado, y había hecho lo imposible para conseguir mantenerla con vida. 

En el fondo, Hákan sabía que era una actitud egoísta. Sabía que ella lo estaba pasando mal, que quería acabar y descansar, pero no era lo suficientemente valiente para dejarla ir y aprender a vivir sin ella. Y seguía sin serlo. La prueba era que ya habían pasado más de diez años de su muerte y aún no se había acostumbrado a vivir sin ella. Había rechazado rehacer su vida, cambiar de casa, buscar otra mujer. Se refugió en el trabajo. Los últimos diez años había alcanzado grandes logros profesionales, y el estudioso no dejaba de agradecer esos éxitos a su esposa. En los momentos en los que no era capaz de aguantar su ausencia, sentía arrebatos de romanticismo, corría a visitar su tumba y le agradecía y se lamentaba a un tiempo, por haberle permitido dedicar su tiempo y devoción a su trabajo. En más de una ocasión había amanecido en el cementerio, frente a su tumba, como un reflejo macabro de las noches que habían pasado en vela conversando cuando ella estaba viva.

Aquel día acababa de llegar al cementerio. Helga no había sido enterrada todavía, fiel a la costumbre de esperar diez o doce días antes, pero había pasado por el velatorio y saludado su cuerpo antes de ir al cementerio. Se había disculpado con ella, aunque no sabía el motivo realmente. Tenía la impresión de que algo había forzado la muerte de la muchacha, y de forma profunda y dolorosa, que él mismo tenía algo que ver en ello. 

Una vez en el cementerio, caminó entre las tumbas y los árboles, disfrutando del ambiente en el bosque, de los primeros vientos fríos que presagiaban la pronta llegada del invierno, hasta llegar frente a la tumba que buscaba. 

Dejó que sus pensamientos vagaran por derroteros oscuros, por la culpabilidad y los presentimientos. Permaneció en silencio, simplemente pensando durante horas, hasta que olvidó su propia identidad y se convirtió en un todo con el ambiente. Ya no era más un hombre, sino un miembro del cementerio, una mascota de la muerte. No hablaba en voz alta cuando visitaba a su esposa y sin embargo aquel día, como si fuera una premonición, en aquella especie de estado alterado de conciencia, prometió en voz alta que pronto se reuniría con ella.

Entonces pareció despertar de un sueño profundo. Era poco más de mediodía y se sentía cansado. Se frotó los ojos llorosos con la mano y suspiró. Hizo un esfuerzo por alejar el sueño y se dirigió a la capilla. Llevaba una vela en la mochila, y quería encenderla allí. Siempre que visitaba el cementerio lo hacía, como un ritual privado.

Apretó el paso, quería salir de allí cuanto antes, marchar a casa y acostarse un rato, descansar. Tenía mucho trabajo que hacer al día siguiente y no podía perder más tiempo. Llegó a la capilla con las manos en los bolsillos, jugueteando con el mechero.

La capilla era un edificio blanco pequeño, con el tejado y las puertas verdes. Había pequeñas ventanas en el tejado, con cristales que apenas dejaban pasar la luz. Solía estar la puerta abierta, aunque nadie entraba a no ser que hubiera algún funeral. Había una mesa de piedra en el centro, donde en los funerales se colocaban los cadáveres y en la pared izquierda, cinco escalones en los que la gente dejaba velas encendidas por el alma de sus muertos.

Hacía frío dentro. Cuando Hákan entró, se iluminó el interior. El anciano ahogó un grito, luego suspiró e intentó calmarse. En la mesa de piedra había un cadáver. Ciertamente no era nada fuera de lo común que si alguien sin recursos moría, su velatorio se hiciera en su propia casa o en la misma capilla del cementerio. Hákan pensó que debía ser el cadáver de algún vagabundo, para no tener siquiera alguien que le velase. 

Guiado por su curiosidad, se acercó para mirarle. Tendría alrededor de cuarenta años, rubio, facciones cuadradas. Parecía de origen noruego. Hizo una inclinación de cabeza a modo de reconocimiento, de despedida. Siendo como era un hombre sensible, no le parecía justo que alguien muriese sin tener quién le recordara. Deseó saber su nombre para poder al menos recordarle. 

Agitó la cabeza con pesar y se volvió hacia los peldaños de las velas. Sólo había cuatro encendidas y otro par de ellas que se habían apagado con el viento. Quedaban los restos de velas consumidas. Dejó la mochila en el suelo y sacó la vela que llevaba dispuesta para encender. Se tomó un tiempo para meditar, para recordar. Tenía como máxima que nadie moría del todo si seguía siendo recordado. Es un pensamiento bastante extendido entre los islandeses, celosos de su propia herencia. Ya en los versos del Hámavál, en la cacareada Edda poética, se decía que nunca muere la memoria de quien en vida obraba bien. Hákan iba más allá: tampoco aquellos que obraban mal merecían el olvido. Un pensamiento que tal vez pudiera asociarse a que era historiador y arqueólogo. La memoria del pasado era lo que le hacía levantarse por las mañanas.

Dejó la vela encendida y cogiendo la mochila en la mano salió de la capilla. Estaba ya en la calle, cuando una sensación extraña le invadió. Pasó por su cabeza que algo había cambiado en la capilla entre que entró y salió. Dio la vuelta y entró de nuevo, reprendiéndose por sus aprensiones.

Miró a su alrededor. Nada había cambiado. La mesa de piedra, las velas… el cadáver ya no estaba en la mesa de piedra. Pensó que era un juego de luces, que no tenía la vista adaptada a la oscuridad, que no podía reconocerlo en las sombras. Se acercó a la mesa esperando encontrarse de nuevo con el hombre de aspecto noruego. La otra posibilidad era haber imaginado que estaba ahí, y le asustaba más. Significaría que estaba perdiendo el juicio, que desvariaba. Se había acercado, había visto sus facciones, sus ropas oscuras, no era sólo la forma sobre la mesa. Pero no estaba allí. 

Hákan permaneció en silencio unos instantes, consternado, intentando encontrar una explicación a lo que estaba ocurriendo. Se sentía paralizado por el miedo, casi sin atreverse a respirar. 

La puerta se cerró de golpe, dejándolo todo a oscuras salvo por los pequeños haces de luz que entraban por las ventanas del techo. El historiador estaba ya convencido de que había perdido la cabeza, de que los síntomas de la senilidad se estaban manifestando finalmente. La idea se hizo más certera cuando vio un hombre delante de él. No era tan alto como él. Rubio, con aspecto de ser noruego. No estaba muerto.

- Te conozco –dijo el hombre rubio en correcto islandés. Inclinó la cabeza ligeramente, como intentando aclarar sus pensamientos.

- No. –respondió. Le costaba articular palabra, ordenar sus pensamientos.- ¿De qué?

El hombre se encogió de hombros.

- De que he oído hablar de ti. –dijo simplemente. – Hákan. 

El anciano dio un paso atrás. Se sentía amenazado, sin poder escapar. Sin embargo, el hombre rubio no parecía amenazador. Parecía un hombre normal. La idea de que había sido tomado por muerto erróneamente empezó a calar en la mente del Hákan. Había oído hablar de cosas como esas, especialmente en gente que no tenía nadie que velase porque estuviese bien atendida. Suspiró.

- Oye, voy a marchar.-empezó- Siento que estuvieras aquí y que…- el hombre rubio rió, interrumpiéndole. - ¿Qué…?

- No puedo dejarte marchar.

- ¿Por qué? Mira, no sé lo que te ha pasado ni porqué estás aquí, pero no puedo quedarme contigo. Aunque puedes venir a casa conmigo, si quieres- añadió- Tal vez pueda ofrecerte algo de comer y…

- Claro que puedes. Qué amable. Sería un placer.

Hákan suspiró aliviado. Se puso la mochila en el hombro y se dirigió a la puerta.

- Vámonos 

- No puedo dejarte marchar.

- Pero…



Hákan se dio la vuelta e intentó gritar. Pero no pudo, fue todo demasiado deprisa. La última imagen que vio fueron unos ojos claros vacíos de expresión y dientes afilados.

viernes, 9 de agosto de 2013

Reviviendo

Ha pasado mucho tiempo desde que no digo nada por aquí... demasiado, casi dos meses.
Lamento decir que ha sido por errores técnicos y que la historia regresa esta misma tarde con alguna sorpresa.