jueves, 16 de mayo de 2013

Primera Parte: Draugar (II)


Las olas saltaban por encima del rompeolas, salpicando a los caminantes. Había marejada, y los pescadores se arremolinaban en el puerto, refunfuñando por lo difícil que se presentaba la noche.

En realidad, muchos de los patrones preferían salir con mal tiempo a perder una noche. Algunos, incluso, se arriesgaban con tormentas o al principio del invierno. Era peligroso. Muchos barcos habían sucumbido a la tormenta y no solían encontrarse más que trozos del naufragio. Rara vez se recuperaban los cadáveres. Pero aquellos hombres estaban acostumbrados a ese tipo de riesgo, y sabían que, en el peor de los casos, sus mujeres recibirían una buena pensión de viudedad y sus hijos tendrían un fondo de dinero para subsistir hasta ganarse la vida por sí mismos. Se trataba simplemente de un pensamiento práctico.

De manera que cuando uno de los patrones llamó a embarque aunque no era aún más que media tarde, nadie se sorprendió. Muy al contrario, se apresuraron a sacar las cajas que aún quedaban en el barco de la captura del día anterior para que los mozos del puerto los llevaran al mercado.

Los trabajadores que llevaban las cajas de pescado al mercado solían ser adolescentes sacándose unas coronas extras después de las clases. No tenían demasiada fuerza ni experiencia, y muchos no aguantaban demasiado en el puesto. Los pescadores habían aprendido a tener paciencia con ellos, así que nadie gritó demasiado cuando uno de los nuevos resbaló por la rampa y dejó caer una de las cajas, ya vacía, en el agua.

Se acercó a por ella, pero no la cogió.

- Venga, chaval.-reclamó un pescador. –Hay que acabar esto hoy.

- Pero…

- Pero ¿qué? ¿Has visto un fantasma?

El pescador se acercó al muchacho y sacó la caja del agua sin complicarse. Pero el chico no se movió.

-¿Qué coño te pasa?

-Las rocas… hay alguien ahí.

-¿En las rocas? ¿Estás drogado?

Giró la cabeza con un movimiento brusco para mirar brevemente a las rocas, como para desechar la idea. Y entonces, él también lo vio.

-¡Joder! ¡Tíos, dejad eso! ¡Hay una tía entre las rocas!

El patrón se adelantó a los demás. No quería perder un día de pesca, el invierno estaba cerca y tendrían que quedarse en tierra. Pero cuando llegó a la altura de la rampa, se olvidó de todo. Entre las rocas, en un lugar inaccesible andando, había una mujer. No podía distinguir más que el pelo rubio sobre el rostro. Sólo podía haber llegado allí desde el agua. Y para llegar allí desde el agua, tendría que estar muerta, pero la chica se movía, se le veía temblar, incluso hacerles gestos. No hablaba, no gritaba pidiendo ayuda, solo lo hacía con las manos. Parecía estar congelándose.

Sacó el teléfono para llamar a emergencias y suspiró. Ya había renunciado a las capturas de aquella noche.

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