miércoles, 15 de mayo de 2013

Prólogo



Estaba oscuro, incluso para ser de noche. Apenas  podía ver, y los pocos retazos que lograba captar entre las sombras no le eran familiares. Casas bajas de madera, con las fachadas de colores. Calles amplias, pocas farolas. Algunas de las casas tenían un pequeño jardín y farolillos o velas en la hierba. Podía escuchar el viento silbando con fuerza, con ese sonido agudo en el que algunas personas dicen escuchar voces. Podía escuchar su propio jadeo al intentar mantener el ritmo. Soplaba con tanta fuerza que no la dejaba caminar de forma normal, y tenía que hacer grandes esfuerzos para correr. Ni siquiera había luna, o si la había, estaba tapada con las nubes espesas y oscuras que impedían ver el cielo.
Pudo ver un jardín con una pequeña cruz de madera en honor a una mascota muerta. Más jardines, el sonido de sus pisadas quedaba ahogado por el viento. Empezaba a llover, el agua venía de todas las direcciones, especialmente por debajo de las rodillas, como un impedimento más a su avance.
Sólo que no sabía porqué corría, si la esperaban en alguna parte o si huía de algo. Escuchó el viento en los árboles. Ese sonido sí le resultaba familiar, lo conocía. Tal vez estaba llegando a casa después de tanto correr. Miró a su izquierda, pero sólo vio una carretera mojada y vacía. Siguió intentando correr pese al viento, pese a no saber dónde estaba. Miró entonces a su derecha y vio el bosque, pero el bosque estaba rodeado por un muro.
Le pareció raro. Tan raro, que de pronto dejó de andar. Se fijó en el bosque, en los muros bajos, en las verjas negras. Los sonidos de la lluvia parecían golpear algo duro, con el mismo sonido de la lluvia al caer sobre los cristales y las puertas de las casas. Fijó la mirada en el bosque, detrás de los muros, intentando discernir algo entre la oscuridad. A medida que sus ojos se acostumbraban al ambiente, unas sombras empezaron a aparecer ante ella. Siluetas oscuras, túmulos…bajó la mirada, había unas letras en el muro, pero no las diferenciaba. El viento hacía que las hojas de los árboles sonasen de tal forma que parecía que se reían de ella.
No podía moverse, no sabía dónde estaba, aquel no era el bosque  que se veía desde la casa de sus padres. Poco a poco, la idea fue aflorando a su consciencia, y cuando finalmente fue un pensamiento lúcido, gritó. Gritó tan fuerte, que dejó de oír el viento y de sentir la lluvia…
…Tan fuerte, que se despertó.
Abrió los ojos de golpe, asustada, a la oscuridad. Jadeaba y le costaba moverse,  tenía la sensación de que si movía un solo músculo, se encontraría fuera en la calle, paralizada delante de un cementerio en mitad de un bosque. Aún podía escuchar el sonido del viento, golpeando con fuerza contra su ventana. Miró a su alrededor en la oscuridad, desconcertada por un momento. Las paredes eran blancas, la habitación pequeña. Estaba tapada por un edredón también blanco y pesado.
En cuanto los recuerdos de la pesadilla se difuminaron al desperezarse, recordó: Estaba en su nueva casa, en la que viviría el tiempo necesario para terminar su tesis. Se había mudado tres días atrás y aún no estaba acostumbrada al nuevo espacio. Y claro que había viento, frío y lluvia: estaba en Islandia.
Miró el despertador de la mesita de noche: eran las 3.30 de la mañana. Aún quedaban 5 horas para levantarse. Resopló, se dio la vuelta y se tapó por completo con el edredón.

Vivía cerca del puerto, donde aquella misma mañana había atracado un crucero. La mayoría de los pasajeros estaban dormidos desde hacía mucho, pero algunos preferían pasear a lo largo de la línea de costa por la noche, para ver las estrellas y las auroras boreales. En la línea del horizonte se veían las luces de los barcos de pesca, que se confundían en la oscuridad con las estrellas y reflejaban en el agua haciendo parecer la ciudad, el cielo y el mar reflejos de una misma realidad.
En el paseo había una estatua que representa el esqueleto en metal de un drakkar vikingo. Era la parte más alejada de los barrios de la ciudad, pero también una de las zonas donde más gente iba a sacarse fotos. Estaba alejado, y aquella noche hacía viento y llovía.
Ni siquiera los pasajeros del crucero que aún no se habían acostado escucharon los gritos.

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