Estaba oscuro, incluso para ser de noche. Apenas podía ver, y los pocos retazos que lograba
captar entre las sombras no le eran familiares. Casas bajas de madera, con las
fachadas de colores. Calles amplias, pocas farolas. Algunas de las casas tenían
un pequeño jardín y farolillos o velas en la hierba. Podía escuchar el viento
silbando con fuerza, con ese sonido agudo en el que algunas personas dicen
escuchar voces. Podía escuchar su propio jadeo al intentar mantener el ritmo. Soplaba
con tanta fuerza que no la dejaba caminar de forma normal, y tenía que hacer
grandes esfuerzos para correr. Ni siquiera había luna, o si la había, estaba
tapada con las nubes espesas y oscuras que impedían ver el cielo.
Pudo ver un jardín con una pequeña cruz de madera en honor a una mascota
muerta. Más jardines, el sonido de sus pisadas quedaba ahogado por el viento.
Empezaba a llover, el agua venía de todas las direcciones, especialmente por
debajo de las rodillas, como un impedimento más a su avance.
Sólo que no sabía porqué corría, si la esperaban en alguna parte o si huía
de algo. Escuchó el viento en los árboles. Ese sonido sí le resultaba familiar,
lo conocía. Tal vez estaba llegando a casa después de tanto correr. Miró a su
izquierda, pero sólo vio una carretera mojada y vacía. Siguió intentando correr
pese al viento, pese a no saber dónde estaba. Miró entonces a su derecha y vio
el bosque, pero el bosque estaba rodeado por un muro.
Le pareció raro. Tan raro, que de pronto dejó de andar. Se fijó en el
bosque, en los muros bajos, en las verjas negras. Los sonidos de la lluvia
parecían golpear algo duro, con el mismo sonido de la lluvia al caer sobre los
cristales y las puertas de las casas. Fijó la mirada en el bosque, detrás de
los muros, intentando discernir algo entre la oscuridad. A medida que sus ojos
se acostumbraban al ambiente, unas sombras empezaron a aparecer ante ella. Siluetas
oscuras, túmulos…bajó la mirada, había unas letras en el muro, pero no las
diferenciaba. El viento hacía que las hojas de los árboles sonasen de tal forma
que parecía que se reían de ella.
No podía moverse, no sabía dónde estaba, aquel no era el bosque que se veía desde la casa de sus padres. Poco
a poco, la idea fue aflorando a su consciencia, y cuando finalmente fue un
pensamiento lúcido, gritó. Gritó tan fuerte, que dejó de oír el viento y de
sentir la lluvia…
…Tan fuerte, que se despertó.
Abrió los ojos de golpe, asustada, a la oscuridad. Jadeaba y le costaba
moverse, tenía la sensación de que si
movía un solo músculo, se encontraría fuera en la calle, paralizada delante de
un cementerio en mitad de un bosque. Aún podía escuchar el sonido del viento,
golpeando con fuerza contra su ventana. Miró a su alrededor en la oscuridad,
desconcertada por un momento. Las paredes eran blancas, la habitación pequeña.
Estaba tapada por un edredón también blanco y pesado.
En cuanto los recuerdos de la pesadilla se difuminaron al desperezarse,
recordó: Estaba en su nueva casa, en la que viviría el tiempo necesario para
terminar su tesis. Se había mudado tres días atrás y aún no estaba acostumbrada
al nuevo espacio. Y claro que había viento, frío y lluvia: estaba en Islandia.
Miró el despertador de la mesita de noche: eran las 3.30 de la mañana.
Aún quedaban 5 horas para levantarse. Resopló, se dio la vuelta y se tapó por
completo con el edredón.
Vivía cerca del puerto, donde aquella misma mañana había atracado un
crucero. La mayoría de los pasajeros estaban dormidos desde hacía mucho, pero
algunos preferían pasear a lo largo de la línea de costa por la noche, para ver
las estrellas y las auroras boreales. En la línea del horizonte se veían las
luces de los barcos de pesca, que se confundían en la oscuridad con las
estrellas y reflejaban en el agua haciendo parecer la ciudad, el cielo y el mar
reflejos de una misma realidad.
En el paseo había una estatua que representa el esqueleto en metal de un
drakkar vikingo. Era la parte más alejada de los barrios de la ciudad, pero
también una de las zonas donde más gente iba a sacarse fotos. Estaba alejado, y
aquella noche hacía viento y llovía.
Ni siquiera los pasajeros del crucero que aún no se habían acostado
escucharon los gritos.
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