- ¿Sabes que hoy es viernes?-preguntó Aislin en el momento mismo en que la vio entrar por la puerta.
- Algo había notado…
- Vale, pues entonces sabes también que tienes que venirte a tomar algo por ahí.
- Ah, ¿sí?- no entendía a cuento de qué venía eso. No era persona de salir de fiesta. Como si supiese lo que estaba pensando, Aislin contraatacó.
- No hablo de ir a alguna discoteca a beber hasta el amanecer. Digo de ir a algún bar, comer algo, charlar… salir por ahí, ya sabes. Ahora, al mediodía.
- Vale, está bien.-Se rindió.
La semana había sido dura y necesitaba desconectar un poco, así que dejó las carpetas en la habitación, se cepilló el pelo, se cambió de chaqueta y salió al encuentro de Aislin.
- ¿Dónde quieres ir?- preguntó.
- Dónde quieras. Normalmente suelo preferir un asador de pescado, pero lo dejo a tu elección.
- No, tranquila, el asador está bien.
Parecía que Aislin sabía bien a donde iba, porque cuando llegaron al asador, el camarero que les guió hasta una mesa cerca de una ventana la saludó por su nombre. El asador era una especie de planta sótano en una de las casas de dos plantas cerca del puerto, con farolillos colgados sobre la puerta e interior de madera. Las mesas eran también de madera, y había bancos en lugar de sillas. El olor a pescado asado inundaba la estancia. Apenas había gente, y los que estaban parecían turistas un tanto perdidos.
- ¿Qué quieres tomar?-preguntó Aislin cuando el camarero les dejó las cartas sobre la mesa.
- Me da igual. Tomaré lo que tomes tú.
- No te lo aconsejo. Suelo comer ballena asada y tiburón podrido.
Sara no supo que contestar. Lo había dicho como si fuera una broma, pero, por algún extraño motivo, veía a su compañera de piso perfectamente capaz de ello.
- ¡Era broma! Me gusta más el bacalao y peces más normales.-Sara suspiró aliviada.- Pero que conste que los platos se sirven, por si tienes curiosidad.
Al final tomaron una especie de crema de bacalao y un pescado asado cuyo nombre Sara no sería capaz de repetir si le preguntaban, acompañado con ensalada y patatas asadas. Y litros de coca cola para beber. Le llamaba la atención la cantidad ingente de coca cola que se tomaba en Reykjavík. Tomaban casi tanto como café. A su comentario, Aislin respondió que en Islandia los fregaderos tenían tres grifos, agua caliente, agua fría y cocacola.
A medida que pasaba el tiempo, como suele ocurrir, la conversación fue hacia derroteros más personales.
- Cuéntame de ti -preguntó Sara- ¿Y tu familia?
-Ahm…-Aislin no se sentía cómoda hablando del tema, y la incomodidad se reflejaba en su rostro.
- Si me he metido donde no me llaman, no…
- No, no pasa nada. Es sólo que hace mucho que no sé nada de ellos. Yo… mi padre es un reverendo anglicano y mi madre una especie de funcionaria del gobierno. Tengo un hermano mayor, casado, ingeniero. Creo que ya ha tenido hijos. Y una hermana de dieciocho años que la última vez que la vi era insoportable. No hay mucho que contar.
Era mentira. De alguna manera, esa idea se coló en el pensamiento de Sara. No es que pensara que le había mentido en los datos básicos, sino en que no hubiera nada más que contar. Eso de “creo que ya han tenido hijos” parecía la clave. Daba la impresión de no tener ninguna relación con ellos.
Sara provenía de una familia bastante bien avenida. Siempre que había habido un problema, lo habían arreglado entre ellos, por duro que fuera. Recordaba cuando su prima estuvo metida en drogas. Lo habían pasado fatal, y aún así, no la habían abandonado. Nunca hubo una brecha que fuese tan fuerte como para dejar de hablarse. Por supuesto que tenían discusiones, gente que se llevaba mejor o peor entre ellos, peleas y facciones, pero nunca hasta ese punto. Eran sólo asuntos puntuales.
- ¿Qué pasó?-preguntó. Y en el mismo momento se arrepintió. Eso era lo que hacía siempre con sus amigos, y normalmente acababa discutiendo por meter las narices donde nadie le llamaba. No quería ni imaginarse lo que podía pasar con una desconocida como Aislin.
- Joder con la psiquiatra.-no parecía ofendida. No dejaba de sorprenderse con esa mujer: no parecía que nada le sentase mal, que nada la enfadase o le hiciese perder el buen humor. Iba a pedir disculpas y retirar la pregunta, pero Aislin no le dio tiempo- Nada importante, no les gustaba la clase de gente con la que me juntaba.
- ¿Cómo?- Eso si que no se lo esperaba. Aislin le parecía la persona más sensata que había conocido en mucho tiempo. No podía imaginársela juntándose con drogadictos o con la clase de gente que un padre no querría que anduviese cerca de su hija. Claro que no sabía realmente cómo era, ni cómo había sido antes.
- Ahm… Se llamaba…es igual. Yo tenía diecisiete años y él era… un poco mayor que yo.
- ¿Un poco? –aquello sí tenía más sentido, pero nadie se enfada demasiado por un novio “un poco mayor”.
- Mucho mayor…- por algún motivo, la idea le hizo reír.
Sara se sorprendió aún más. No era sólo que lo contase con la naturalidad con la que lo hacía, es que además podía reírse de ello. Era evidente que ese hombre ya no estaba con ella. No podía imaginar lo mal que ella misma lo pasaría si su novio rompiese con ella después de haber perdido la relación de su familia por su causa. Era el peor escenario que podía imaginarse.
Incómoda, miró a su alrededor, en busca de algo con lo que distraerse. Pudo ver que estaba anocheciendo. Cierto que habían llegado al restaurante a las cuatro y media de la tarde, y que después de comer habían empezado con las bebidas, pero no imaginaba que ya fueran las ocho o las nueve. El tiempo había pasado muy deprisa. Había más gente en el restaurante, más islandeses ahora. Le llamó la atención que también vendían bebidas en la barra, y sus ojos se fijaron sin darse cuenta en un hombre joven, rubio, con el pelo enmarañado. Vestía de negro, con una camisa vaquera azul abierta encima. Miraba para todas partes nervioso, mordisqueando un palillo y sin tocar su cerveza. Sus miradas se cruzaron y por un momento se sintió observada, incómoda. Supuso que estaba esperando a alguien y volvió la atención a la conversación.
- ¿Qué hay de ti?- preguntó Aislin.- ¿Alguna historia turbia que contar?
- ¿Qué? ¡No! Yo… crecí en una familia unida y en cuanto vuelva a España me iré a vivir con mi novio de toda la vida.
No podía hablar mucho más. Sentía en la nuca el peso de la mirada del tipo de la barra. Intercambiaron un par de comentarios más, apenas un par de minutos, hasta que Aislin se dio cuenta de que algo le ocurría. Siguió la dirección de las miradas nerviosas que Sara dirigía a la barra, hasta que recayó en el tipo rubio.
Él le devolvió la mirada, dejó de masticar el palillo y sonrió.
- Vámonos –urgió Aislin.- Se ha hecho tarde.
Sara no le dio tiempo a cambiar de idea. El camino a casa lo hicieron casi a la carrera, en silencio. Ambas se sentían inquietas, aunque el origen de su inquietud era completamente diferente. Sara temía que el tipo estuviese borracho y las siguiese. Aislin no sabía qué pensar. O, mejor dicho, no quería permitirse dejar pasar sus pensamientos al plano consciente. Mientras consiguiesen llegar seguras a casa, daba igual lo que quedase fuera. Nada entraba en las casas si no lo dejabas entrar.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellas, el suspiro de alivio fue casi al unísono.
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