miércoles, 22 de mayo de 2013

Primera parte:draugar (VIII)



Sara estaba en la mesa de la cocina, escuchando la grabación una y otra y otra vez. Era una auténtica tomadura de pelo ¿qué iba a hacer con los “datos” que había obtenido? No eran más que tres chavales borrachos diciendo sinsentidos. No por primera vez aquella semana, se arrepintió de haber ido a la otra punta del mundo para eso.

- ¿Qué haces?

Sólo entonces cayó en la cuenta. Aquellos idiotas estaban hablando sobre el cuerpo de la amiga de Aislin. No supo si mentirle y evitarle un cabreo o decirle la verdad. Se dejó llevar por el viejo patrón de tratar a los demás como te gusta ser tratado, y le dijo la verdad.

- Ayer hablé con los tipos que encontraron el cuerpo de tu amiga. Es la grabación.

- ¡Oh! ¿puedo oírla?

- No creo que sea buena idea…

- ¿Por qué no?

- Porque no dicen más que tonterías, creo que se inventan las cosas, o algo.

- ¿Y qué dicen?

- ¡Bah! ¡Nada, nada útil! Parece que me cuenten cuentos de miedo, como los críos en el patio del colegio.

Aquello llamó la atención de Aislin. Sara parecía frustrada, pero ella estaba realmente fascinada por la idea. Le invadió una sensación de remordimiento: era de Helga de quien estaban hablando… pero no, en realidad no, en realidad estaban hablado de unos colgados que contaban cuentos de miedo.

- Bueno… ¿no eras psicóloga? ¿Por qué te metes en rollos así?- la idea se le ocurrió de repente.

Sara levantó la cabeza de la grabadora. Era una pregunta que ella misma se hacía ¿Por qué se metía en rollos así? Resopló. Aislin estaba de demasiado buen humor aquella mañana. En realidad llevaba así desde que volvió de cenar con su antiguo profesor y trajo consigo esa especie de pulsera. Se la había enseñado, pero no le había prestado demasiada atención. Sólo era un trozo de bronce de más de mil años, había muchas cosas en las que pensar en el presente como para preocuparse de ello. Tampoco entendía el sentido de visitar a sus antiguos profesores. En lo que a ella concernía, una vez acabado el curso y puesta la nota, siempre había preferido mantenerlos lejos. Suspiró.

- Soy psiquiatra. Y se supone que estudio la gente que tiene alucinaciones, pero que deriven del estado post-traumático, para ver si hay algún patrón o algo así. Ya sabes.

- Ya. Por los daños cerebrales y eso ¿no? En plan… ver si funciona igual que cuando tienes, qué se yo, esquizofrenia o algo.

La española no supo qué decir. Sí, era exactamente eso. Le había llevado muchísimo tiempo hacer que la gente más cercana a ella lo entendiese, muchísimas explicaciones. Y Aislin, a la que conocía de hacía una semana, lo había entendido sólo con una insinuación vaga. Sabía, había intuido, que la irlandesa era inteligente, pero aquello le sorprendió muchísimo. También sintió de pronto un ramalazo de gratitud, y optó por comenzar a contarle todo lo que había visto en el hospital, hablando con esos chavales.

-No dicen más que chorradas, pero está ese rollo del “bulto oscuro con forma humana que está encima de la chica que desaparece o muere”.

- ¿Bulto oscuro?

- Bueno, la chica del hospital dijo eso. Estos tipos fueron un poco más bestias.

Aislin enarcó las cejas. Dejó la cafetera sobre la mesa y se sentó. Se veía que contenía una sonrisa, o al menos eso le pareció a Sara.

- Sí, dicen chorradas. Uno de ellos dijo que era una especie de “supe”, como los bichos de True Blood. No tengo ni idea de lo que “supe” significa, pero me imagino que será alguna chorrada de…

Le interrumpió la risa de Aislin. Reía con fuerza, en una carcajada que parecía salir de lo más profundo de ella.

- Un “supe” es un ser sobrenatural. Estarían colocados.

- ¿Un ser sobrenatural? ¿Qué coño…?

- Sí, ya sabes. Como en las novelas de Harris, con los vampiros salidos del ataúd y todo eso.

- Pero… ¿de qué me estás hablando?

- De nada. Sólo digo que esos tíos estaban puestos ¿vale? Hablaban de una serie de vampiros en la tele.

No supo qué contestar. No había oído hablar de eso, no le gustaban las cosas de vampiros. Ni de fantasmas. Ni nada que fuera de miedo o lo pretendiera. Ni siquiera había leído “El fantasma de Canterville” o “El pequeño vampiro” en el colegio, a pesar de que eran historias para niños. Lo detestaba. En lo que se refería a novelas y series, prefería las comedias o las novelas de amor y aventura. Por favor, ni siquiera había visto “Crepúsculo” sólo porque salían vampiros en ella. ¿Y ahora resultaba que la gente creía que había vampiros en Reykjavík?

- ¿Y esa gente cree que hay vampiros? Eso va más allá de una alucinación, no sé.

- No necesariamente. Ya te digo que estarían colocados. No sería tan raro tampoco.

- Ya, pero…- la idea atravesó su mente como un latigazo de hielo. A pesar de las diferencias de estilo y las comparaciones con referencias a series que ella no conocía, tanto ellos como Angie coincidían en el dato de ver un bulto negro con figura humana. No se lo dijo a Aislin, era un temor del que no se sentía orgullosa. Rebuscó en la información que tenía almacenada en su cabeza, intentando encontrar una explicación racional. Lo primero que le vino a la mente fueron los arquetipos de Jung. Sabía que había uno que era una figura humana oscura. Se intentó dar ánimos a sí misma pensando que no era más que producto del miedo que todos habían sentido en aquella situación tan terrible, en la que una parte de su subconsciente había hecho aflorar esa iconografía antigua.

- Me tengo que marchar… -dijo- Tengo que volver a la universidad…

- Vale.- Aislin se encogió de hombros.- Yo me quedo aquí, tengo que seguir escribiendo la tesis…

La española asintió con la cabeza y marchó hacia la universidad.

En el camino, siguió pensando acerca de lo que había hablado con Aislin. La idea del arquetipo Jungiano iba calando con fuerza en su mente, mientras andaba, trazaba deprisa un borrador de la posible línea de investigación. Trabajar sobre los arquetipos no era algo muy bien visto, puesto que Jung era una figura mucho más utilizada por los estudiantes de literatura que por psiquiatras. Además, él mismo cayó en una especie de locura en sí mismo. Era original. Bueno, no demasiado. Al menos era original respecto a lo que ella estaba acostumbrada a estudiar.

Por primera vez desde que estaba en Islandia, se sintió emocionada por la visita a su director de tesis.



El despacho de Gabriel estaba en penumbra. Estaba observando una bolsita de plástico con un trozo de bronce en ella. Era el fragmento que Helga había estado examinando la noche en que murió. Le hacía sentir intranquilo todo aquello, incómodo. Nunca había metido a alguien en la organización, y no conocía a aquella chica de nada.

Había estado reflexionando acerca de la mejor manera de afrontar el tema. ¿Cómo podía decirlo sin que sonase pretencioso, a locura? Al final, había sido su esposa la que había dado con la solución. Le había llamado la atención sobre asistir a la representación de una nueva obra de teatro dejando sobre su mesa el periódico abierto con el anuncio. Era una buena idea, al menos, no tenía que enfrentarse directamente a las preguntas y la reacción de la chica, le daba tiempo a reflexionar sobre lo que leía, sacar conclusiones y tomar una decisión al respecto. A Gabriel le parecía que esa era una actitud un tanto cobarde, pero era lo mejor. Siempre le parecía cansado tratar con muchachas jóvenes, eran irritantes, hablaban demasiado. Y a él le gustaba el silencio por encima de todo.

Prestó escasa atención al parloteo ilusionado de la chica. Tenía una especie de guión aprendido, y solía seguirlo al pie de la letra cuando las cosas se ponían delicadas como en aquel momento. Le dio la razón en todo, todo le parecía maravilloso. “Sí, es una idea genial”, “Ánimo, estoy deseando leerlo”, “Guárdate algo para cuando escribas la tesis, me gusta la sorpresa”... cosas así. Luego, en el calor de su casa cuando leyese los resultados de la investigación, tendría tiempo más que suficiente como para rebatir cualquier argumento o idea con el que no estuviese de acuerdo. Después de un par de horas, cuando la reunión acababa, se decidió a revelar cuál era el auténtico motivo por el que la había citado.

Miró unos instantes la carpeta que tenía sobre la mesa. Suspiró.

- Sara -llamó, cuando ella ya estaba saliendo. La chica dio un respingo. Parecía que tenía miedo a lo que tuviera que decirle. Normalmente hubiera pensado que era una estupidez, pero teniendo en cuenta en qué iba a meter a la muchacha, no la culpaba por ello. –Quiero que leas esto.

Vio la expresión incrédula de la joven cuando alargó el brazo para coger la carpeta. Era gruesa, un gran dossier en cartón azul, con copias de documentos de los últimos cincuenta años. Le parecía que remontarse más atrás era un tanto inútil. Aquello debería de ser suficiente.

- ¿Qué es?

- Tú sólo léelo.

- ¿Cuándo tengo que haberlo leído?

Descartó con un gesto. No había prisa, no sería él quien metiese presión, mucho menos en esa clase de asunto.

- No tengas prisa.

- Gracias, yo…

- Tranquila. Trabaja sobre lo que me has contado, te llamaré para una próxima reunión.

Cuando la chica se fue del despacho, Gabriel escribió un mensaje circular a todos los miembros de la organización con los que tenía trato. Había dado el primer paso. Se quedó pensativo después. Había dado un paso para descubrirle la verdad a la muchacha, sí. Pero aún no sabía qué hacer con lo que estaba pasando a su alrededor. En un impulso que sabía no le valdría de nada, acarició la cruz de plata que llevaba colgada del cuello.

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