viernes, 17 de mayo de 2013

Primera parte: Draugar (III)


- A ver, a ti te interesaban las alucinaciones y esa clase de cosas, pero que no tuvieran que ver con enfermedades mentales serias ¿no?

-Ahm… ¿sí?- Sara no sabía qué contestar a eso. Realmente no acababa de acostumbrarse a su director de tesis. No había resultado ser el amargado que ella imaginaba, pero se comportaba de una forma extraña. A veces parecía muy comprometido, pero de pronto se quedaba mirando por la ventana, ignorándola, y tenía que repetirle las cosas más de dos veces para que la escuchara. Había terminado por pensar que era raro simplemente porque era francés.

- ¿Cómo, por ejemplo… un paciente que tiene visiones después de una experiencia traumática?

- Como eso, sí. –No era capaz de seguir el hilo de su razonamiento. El tema, interés y necesidades para el proyecto ya lo habían hablado el primer día. Así que esa especie de reafirmación no venía a nada.

- Pues estás de suerte. Hace un par de días, encontraron una chica en el puerto. Checa. Estaba con hipotermia y apenas podía hablar, pero parece que se encuentra mejor y que lo que dice es bastante raro.

Sara esperó. Suponía que le estaba ofreciendo visitar a la paciente, pero quería más información antes de decir nada. Gabriel tamborileaba con los dedos rechonchos sobre la mesa. Parecía que estaba esperando que dijera algo, y al final tomó aire para contestar, pero él la interrumpió.

- ¿Sabes dónde queda el hospital? –Sara negó con la cabeza. 

El hombre se levantó. Le costó levantarse de la mesa y bordearla. Andaba tambaleándose un tanto, como si no pudiera con su propio peso. Se puso una chaqueta larga y guardó las gafas en el bolsillo interior.

- Yo te llevo.

En el camino al hospital, Sara aprovechó para observar el paisaje. No tenía ni idea de por dónde estaban yendo, se sentía completamente perdida. Habían tomado la carretera principal que separaba la universidad del enorme parque con los cisnes, cuyo nombre Aislin le había dicho un par de veces pero no conseguía recordar. Y de ahí, habían llegado a una especie de autopista. A mano derecha veía casas de tres pisos, del tipo que uno suele ver en las películas, solo que no era una casa unifamiliar, sino a piso por familia. A mano izquierda, en cambio, veía los edificios de los bancos, varios hoteles y la torre de la catedral. Gabriel tomó de un volantazo una desviación a la izquierda. Así que era verdad que los islandeses conducían mal. Sara se agarró a la guantera.

- Vamos al hospital universitario. –Informó Gabriel.-La chica no era de aquí, pero con la tarjeta sanitaria europea le vale para tener la asistencia. Sólo que nos permiten echar un ojo de vez en cuando.

No se sorprendió. Otra de las cosas que le había atraído de Islandia era la calidad de su sanidad y lo accesible que esta era. Daba igual quién o de dónde fueras, era un derecho que nadie te iba a negar.

- ¿Qué más sabes de la chica? ¿Qué cosas raras dice?

- No mucho más. Dejé recado en el hospital de que me llamasen si había algún caso que pudiera interesarte y me llamaron anoche. Quieren dejar pasar un par de días y ver si se le pasa el estado de shock antes de ponerle tratamiento. Y hacerle más pruebas, claro. Creo que están buscando lesiones cerebrales por la hipotermia.

Sara se obligó a pensar rápidamente.

- ¿Y a nivel personal? ¿Qué sabes sobre ella?

- Que tiene 32 años.

- ¿Nada más?

- No.

Dio un volantazo y frenó de golpe enfrente de un edificio blanco contra el que casi choca. Sara suspiró aliviada cuando le vio salir del coche y pensó que cogería un autobús para volver, sin importar lo caro que fuera.

Salió del despacho dando un portazo. No le importaba en absoluto lo que pudiera pensar de ella, estaba harta. Por mucho que Meike tuviera treinta años más de experiencia que ella, sabía lo que estaba haciendo. Y no iba a permitir que la trataran como a una cría, ni que consideraran que no tenía suficiente capacidad de adaptación.

- Eso no encaja en las teorías de Dumézil sobre las funciones. Cámbialo. –había dicho Meike. Y Aislin estaba hasta las narices de cambiar cosas porque no se adaptasen a las teorías de otros. No estaba hablando sobre tríadas de dioses, si no sobre las creencias en dioses domésticos, espíritus ayudantes, familiares. ¿Qué tenía que ver Dumézil en ello?

Daba igual. Se tomaría tres o cuatro días libres, lejos de aquella arpía. 

Mientras tomaba esa decisión, caminaba rápido por la calle que llevaba de la universidad a su casa. Quería deshacerse por un rato de las cosas de la universidad y tirarse en la cama a leer algo mientras comía patatas fritas. Era una de las mejores formas de evasión que conocía. Más aún, se iba a dar el lujo de freír ella misma las patatas, nada de patatas de bolsa. Así, mientras las picaba, liberaba stress. Y falta le hacía.

Pasó por delante de las excavaciones del Althingi y sonrió. Por supuesto, allí sólo estaban los estudiantes y los trabajadores contratados, no podía esperar desahogarse charlando con Hákan. Aunque el extraño brazalete de bronce venía a su cabeza cada vez que pasaba por delante del sitio. ¿Qué hará un brazalete de bronce en el Althingi del s. X? 

Al final, le vencieron las ganas. Estaba rodeado con una verja, pero conocía a un par de los estudiantes. Se quedó plantada delante de la puerta cerrada con los brazos en jarras, observando los movimientos de los trabajadores. Quitaban tierra cuidadosamente, midiendo a qué profundidad cavaban para archivar perfectamente cualquier cosa que encontraran. Aislin encontraba relajante tanto el trabajo como la observación del mismo. Finalmente, alguien se levantó del suelo rojo con algo en la mano y la vio por casualidad.

- ¡Helga!- llamó Aislin a la muchacha. Apenas la conocía lo suficiente para saber su nombre. Era menuda y tímida. Tanto, que agachaba la cabeza y se ruborizaba cuando hablaba con ella. La vio sonreír.

- ¡Aislin! ¿Cómo por aquí?- La chica se acercó a ella sonriendo.

- Quería saber si Hákan estaba aquí.

- ¡Oh! No, lo siento. No creo que se pase hasta el final de la semana.

No es que le sorprendiera, sólo se había acercado como forma de evadirse.

- ¿Algo interesante?-se interesó.

- ¿Esto?-respondió Helga señalando la pieza que llevaba en la mano- No creo, algún tipo de vasija o algo. Me lo llevaré a casa y lo miraré mejor esta noche.

Aquella parte también la echaba de menos. Poder llevarse pequeños trozos de historia a casa y examinarlos a su antojo sin nadie observando su trabajo por detrás. Sólo le permitían el capricho a los que demostraban que eran capaces de manejar los restos sin contaminarlos, de forma que Helga debía ser una buena profesional debajo de toda la capa de timidez y autocompasión que mostraba. Aislin sonrió.

- Ten suerte. –se despidió. Las patatas la esperaban en casa.




No se parecía en nada a los hospitales a los que estaba acostumbrada. Para empezar, las habitaciones eran todas individuales. Pero también estaba el hecho de que las paredes estaban pintadas de azul, y el suelo era de madera. Los enfermeros trataban a los pacientes como iguales, y, a juzgar por las habitaciones atestadas de gente, no había límite en el número de visitas.

Se sintió cómoda todo el tiempo. El médico que les recibió, hablando en inglés con un marcado acento islandés, les condujo hasta la habitación de la paciente, poniéndoles al día con los datos más fisiológicos. Al parecer, salvo las pruebas para descartar daños internos, la chica estaba perfectamente. Excepto por lo que decía que le había pasado. El médico frunció el ceño al mencionar esto, como si no quisiera hablar de ello, y eso sí que sorprendió a Sara.

- ¿Qué es lo que dice que le pasó?

- Escúchalo tú misma.

Y no dijo más. Señaló con un gesto de la mano una habitación pequeña, y Sara entró en ella respirando profundamente, intentando mantener la calma. Gabriel la seguía. 

No era que nunca hubiera atendido a un paciente, ni que tuviese miedo de lo que se iba a encontrar o dudase de sus capacidades. Aunque sí que era la primera vez que tenía que atender a alguien en inglés. Agradeció que Gabriel estuviera con ella en la primera visita que hacía en Islandia.

De pronto, cayó en la cuenta de que ni siquiera había preguntado su nombre. Aquello sí que era un error de principiante. “Pero bueno” –pensó- “Puedo utilizarlo como forma de romper el hielo”. Trataba de darse ánimos a sí misma. Suspiró y levantó la mirada de sus botas para encontrarse de frente con la paciente.

La chica estaba de pie, mirando por la ventana. Vestía el camisón que le habían dado, color azul claro, y se abrazaba a sí misma con los brazos desnudos. El cabello rubio le caía sobre el rostro. 

- ¿Hola?- saludó Sara, probando el tono.

El resultado fue que la chica dio un respingo y, casi de un salto, se movió por la habitación de tal forma, que dejó el sillón entre Sara y ella. La miró de arriba abajo, como si esperase encontrar alguna prueba en su aspecto de que no era la persona que decía ser. Los ojos estaban exorbitados, pero enseguida reaccionó. Suspiró y se sentó en la silla.

- Lo siento-dijo.

Sara miró a Gabriel sorprendida. Aquella no era la actitud de una desequilibrada. Tal vez de alguien asustado, pero no de un enfermo mental.

- Soy Sara. ¿cómo te llamas?

- Angie.

- Bien, Angie, yo…. ¿sabes por qué estoy aquí?

- Me lo imagino. –la chica sonrió con desdén. Otra actitud que no esperaba.

- Y… ¿qué te imaginas?

Miró a Sara fijamente, desafiante. Parecía que hubiera pasado por eso mil veces y estuviese cansada de los rodeos. Lo que, por otra parte, era bastante posible.

- Quieres saber qué me pasó.

- Bien… sí. Quiero saber qué te pasó. ¿Qué te pasó?

- ¿Otra vez? Lo he contado ya 4 veces, ¿por qué no coges uno de los informes? Puedes elegir entre el policial, el del médico de urgencias, el del médico normal y el del psiquiatra. 4 informes. Y todos dicen lo mismo, no sé qué más quieres saber.

Sintió un ramalazo de impotencia. Miró a Gabriel en busca de ayuda, pero sólo obtuvo un encogimiento de hombros. O sea, que encima, estaba siendo puesta a prueba. Suspiró.

- A ver. No estoy buscando una contradicción, no estoy buscando descubrir que mientes. Sólo quiero… yo que sé, saber. Soy curiosa.

La chica se rió.

- Ya, claro.

- ¿Por qué piensas que creo que mientes?

- Porque nadie me dice nada de Janet. 

Sara volvió a mirar a Gabriel. Tenía el ceño fruncido, lo que seguramente significaba que aquel dato era tan nuevo para él como para ella.

- Ah… ¿quién es Janet?

Ahora sí que la muchacha internada parecía desconcertada. Jugueteó un momento con el camisón.

- ¿Nadie te ha hablado de Janet?

- No… ¿quién es?

- ¡Mi novia! Y creo que está muerta, joder.

- Ah… yo…no lo sabía, lo siento. ¿Puedes… explicarme qué pasó? Intentaré ayudarte.

- La han matado

- ¿Quién la ha matado? ¿qué pasó?

- Vinimos al desfile del orgullo ¿vale? Y nos gustó mucho. Así que decidimos quedarnos un mes más, ver la isla, conocer la zona, ya sabes. Hacer turismo. Cuando… pasó, era nuestra última noche aquí. 

- ¿Qué… pasó?- Sara sentía miedo. 

No sabía exactamente porqué, pero aquello no era simplemente el relato de una alucinación. Angie parecía muy consciente de dónde estaba y de lo que estaba diciendo. Y con cada palabra que decía, Sara podía sentir que se le erizaba el vello de la nuca. Había oído relatos increíbles y había presenciado ataques de histeria o arrebatos que le habían impresionado profundamente en otros pacientes, mientras hacía el MIR… pero nada tan aterrador como la forma lógica y serena de hablar que la muchacha que tenía delante presentaba.

- Estábamos en el puerto. Queríamos ver las estrellas y esas cosas, Janet era muy romántica. Y, entonces… entonces… algo pasó. Estábamos a la altura del barco y oímos gente que venía detrás de nosotros, como es bastante normal, no nos preocupamos, pero… algo saltó sobre Janet. Grité cuando vi la sangre y cuando la cabeza hizo un giro raro. Me miraba con las cuencas salidas y supe que estaba muerta. Pero había mucha sangre, por el cuello y por el pecho. Y eso la tenía agarrada aún cuando saltó sobre mí. Sé que grité y grité, pero no recuerdo más que que dos días después me desperté aquí y me cosieron a preguntas.

- Pero… y… ¿Janet?

No consiguió más que un encogimiento de hombros y un gesto cansado. Supuso que era una idea que le había hecho llorar tan a menudo, que se había quedado sin lágrimas para Janet. También le pareció injusto que nadie le hubiera avisado de la existencia de esa chica. 

Suspiró. Tenía suficiente información. Entendía a qué clase de alucinación post traumática se referían. A veces, como mecanismo de defensa, la mente se negaba a recordar algo demasiado horrible. Entonces, creaba una fabulación que lo sustituyera. Supuso que Angie había sido violada y que el mismo violador había hecho algo con Janet. Posiblemente matarla. Incluso se planteó la posibilidad de que Angie hubiera matado a Janet y hubiera intentado suicidarse. Que el arrepentimiento fuera tan doloroso que su mente creó esa historia. Y de pronto se dio cuenta de que esa era, posiblemente, la opción más barajada.

Miró a Angie con nuevos ojos. Realmente nunca se había enfrentado a algo así.

- Creo… que mejor seguimos mañana ¿vale?

Angie asintió, claramente agradecida. Y después de ver marchar a su nueva psiquiatra, se acostó. Contar aquello sin llorar, sin demostrar ninguna debilidad, le costaba muchísimo, y la dejaba agotada. Pero tenía que fingir entereza. Sabía lo que pensaban de ella. Sabía que pensaban que era una alucinación, así que evitaba cualquier manifestación de sentimientos exagerada, trataba de mantener la calma en lo posible y ser tan fiel a sus recuerdos como pudiera. Lo único que quería era que alguien llegase a la conclusión de que lo importante era buscar a Janet. En el fondo de su ser, confiaba en que fuera una alucinación. Porque asumir que fue real, era asumir demasiadas cosas para las que su mente racional no estaba preparada. A fin de cuentas, ella también era psiquiatra.

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