- ¿Si? – Sara había tardado en levantarse de la cama. El teléfono había sonado al menos cinco o seis veces antes de que se sintiese con fuerza suficiente como para levantarse. Había confiado todo el tiempo en que Aislin se levantase antes y lo cogiese. Pero no, se había levantado, más cansada que nunca, con las primeras luces del amanecer, para coger el teléfono.
- ¿Eres la chica que vive con Aislin Dooran…? ehm… ¿Sara?- dijo la voz al otro lado del teléfono.
- Sí, soy yo.- No se lo esperaba, pero reconocía el tono de voz frío, sin expresión, que le hablaba. Ella misma la había utilizado en alguna ocasión, mientras hacía el periodo de residencia en el hospital.- ¿Qué ha pasado? –preguntó como por instinto.
- Está ingresada. Le hemos hecho una transfusión y parece estable, la cambiaremos a planta sobre el mediodía.
- Ah… ¿Una transfusión? Pero… ¿qué ha pasado?
- No puedo decírtelo por teléfono, si te pasas por aquí sobre las doce o la una, te informarán de todo.
- Está bien, ehm… eh… ¿en qué hospital está?
- En el universitario, pregunta en recepción.
- Ok, yo… allí estaré. Gracias.
Para cuando colgó el teléfono, pese a seguir cansada, no tenía nada de sueño. ¿Qué podía haberle pasado a Aislin? Tenía la sensación insana de que tenía que ver con lo que le había pasado a Helga, pero no podría decir porqué. Los sueños inquietos y el cansancio acumulado, así como el cúmulo de acontecimientos, eran demasiado para ella. No quería pensar más, ni hacer cábalas. Era mejor dejar que las cosas y la información llegasen cuando tenían que llegar. Era uno de esos momentos en los que echaba de menos su casa, el calor de inicios del otoño, los olores de la cocina y la conversación sobre intrascendencias.
Pensó que no tenía nada que hacer hasta medio día, y que tal vez lo mejor fuera volver a la cama a pesar de todo. Lo pensó por un momento. La forma en que se levantaba después de dormir por la noche le hacía pensar que era mala idea. Incluso estaba desarrollando una suerte de temor a la noche y a dormir. Estaba amaneciendo, así que la idea le pareció tan buena como cualquier otra: no tendría fuerzas para enfrentarse a lo que fuera que pasase en el hospital si no descansaba.
Sorprendentemente, en aquellas seis horas que durmió después de meterse en la cama de nuevo descansó muchísimo mejor que en todo el tiempo que llevaba en Islandia y para cuando se levantó, se sentía con mucha más energía, olvidados todos los temores de la madrugada. Incluso se rio de ello. Es curioso cómo los miedos que por la noche parecen tan reales se tornan en objeto de burlas en cuanto brilla el sol y pierden su poder. La gente, al igual que Sara, tiende a pensar que se debe a que la oscuridad crea temores o libera aquellos que tenemos normalmente olvidados. En realidad, es el sol el que brilla demasiado como para permitir ver lo que se oculta en las sombras, solo que hemos preferido ignorarlo. Tal vez porque nuestra mente no podría soportar la verdad.
De cualquier modo, cuando llegó al hospital estaba de buen humor. Por supuesto que le preocupaba qué le había pasado a Aislin, pero estaba mucho más dispuesta a asumir la responsabilidad ahora que estaba descansada.
Después de casi una hora y media esperando, le dijeron que había sido atacada por alguien, que tenía marcas en el cuello, como si le hubieran mordido o cortado con un algo punzante, que desgarrase. El principal problema era la pérdida de sangre, pero parecía que la transfusión había surtido efecto. Sin embargo, querían que se quedase un par de días más en observación y hacer un par de pruebas, para descartar la posibilidad de que al haberla mordido, hubiera contraído algún tipo de infección. Luego la remitieron a la segunda planta.
Sara no conocía suficiente de la lengua islandesa como para saber qué tipo de patologías se trataban allí, pero mientras iba por los pasillos buscando la habitación 249, sintió que el ambiente no era especialmente preocupante. Había trabajado en tres hospitales diferentes, y aunque cada uno tenía una forma de organización diferente, era fácil diferenciar las plantas de enfermos graves de las de enfermos leves por el ambiente que en ellas se respiraba.
Los enfermos leves solían tener menos visitas, pasar más tiempo en los pasillos y las salas comunes que en la habitación, conversaban animadamente. Los enfermos graves era difícil verles, puesto que solían pasar gran parte del tiempo tumbados. Por supuesto que había alguno que se levantaba y daba cuatro vueltas por ahí, pero eran una minoría. En cambio, había un trasunto constante de visitas con expresión grave y un sonido constante de presagios susurrados. El pabellón psiquiátrico solía estar apartado del edificio principal, o bien en las plantas más bajas.
La habitación de Aislin era pequeña, parecida a la que había visitado el lunes anterior. Parecía que habían pasado meses desde entonces. Su compañera de piso estaba despierta, incorporada en la cama, jugueteando con los cables del suero que tenía enganchados en el brazo. Tenía el cabello revuelto y vestía la bata blanca de hospital que le habían proporcionado. Sobre una de las sillas estaba doblada la ropa que había llevado la noche anterior, manchada de sangre.
- ¡Hey!-saludó cuando la vio. Tenía el rostro maliciento, pero parecía de buen humor.
- Hola…- se acercó a la cama y se sentó en el borde.- ¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado?- lamentó no haber cogido nada de ropa para Aislin. No estaba acostumbrada a estar en hospitales más que como trabajadora.
Llamó su atención el vendaje en el cuello. Cubría casi la totalidad del mismo, como una especie de bufanda siniestra. Aislin no parecía especialmente preocupada por su estado de salud, ni por lo que había ocurrido. Cuando habló del asunto, su tono era tan natural como si hablase del tiempo.
- Nada, un gilipollas me quiso robar y me mordió en el cuello porque no llevaba dinero.
- ¿Qué?- aquello no tenía ningún sentido.
- Yo qué sé, estaría colocado.-parecía que no quería hablar del tema. No podía culparla por ello, pero no tenía la actitud esperable después de haber sido atacada por un yonki en mitad de la calle. Parecía, de hecho, que tenía un subidón de adrenalina.
- Pero…
- Ya lo he denunciado, la policía se te adelantó.
- Bien. Veo que estás perfectamente…
No dejaba de sorprenderse con la personalidad de Aislin. En un análisis rápido, supuso que estaba reprimiendo los sentimientos más oscuros que ello le causaba. Daba un poco igual, pero nunca había visto a alguien tan capaz de ver las cosas desde fuera como ella. O, al menos, dar la impresión de que nada le importaba.
Oye, Sara… ¿me harías un favor?- Aislin se inclinó un poco hacia ella.
Claro.
¿Puedes volver a casa y traerme un par de libros o algo así? Me han dicho que tengo que estar aquí como dos días más, y me aburro horrores.
Si, como no. Te traeré también un pijama y ropa limpia para cuando salgas ¿vale?
Muchas gracias.
Sara se levantó de la cama y ya se marchaba cuando Aislin volvió a llamarla.
- ¿Me traes algo de chocolate también? Esta gente dice que no me conviene ahora…
- ¡Soy médico, no voy a hacerlo!- respondió.
Aislin se encogió de hombros en un gesto que parecía querer decir “había que intentarlo”. Sara salió, incrédula de lo que estaba viendo.
Por su parte, la enferma suspiró aliviada cuando vio que su compañera se iba. No es que le desagradase su compañía, simplemente estaba demasiado cansada como para fingir que todo iba bien, para mantener la mentira que había estado contando desde que se había despertado: que un tipo, posiblemente colocado, la había atacado cuando llegaba a su casa. No estaba dispuesta a decir la verdad y que la tomarán por loca. Necesitaba descansar, y se abandonó al sueño provocado por los analgésicos encantada.
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