Cuando Sara volvió al hospital, era ya de noche. Había tardado más de lo que se había propuesto, porque no tenía ni idea de la disposición que Aislin utilizaba en su habitación, y le había resultado complicado encontrar lo que le había pedido. Bueno, además, había parado para comer y tomar un café, y se había entretenido con los cisnes del parque. Había ido andando en las dos ocasiones, puesto que no conocía la ruta de autobuses aún, y el camino eran más de cincuenta minutos.
Había supuesto que no la dejarían pasar, que tendrían unos horarios rígidos de visitas, como todos los hospitales que había conocido. Sin embargo, Islandia era diferente también en eso. La única restricción al número y los horarios de visitas era la fuerza que el paciente tuviese en ese momento. Aislin debía de encontrarse mejor, porque dejaron que Sara subiese a su habitación a pesar de la hora y a pesar de que le habían dicho que ya tenía compañía.
No conocía lo suficiente a su compañera como para saber quién era la persona que estaba con ella durante la noche, y se sintió incómoda con la perspectiva de conocer más de la vida de Aislin. Pensó que lo mejor que podía hacer era mantenerse tan lejos como fuera posible: le daría la bolsa con la ropa y los libros y marcharía de nuevo a casa. El día siguiente era lunes, y aunque no tenía cita para hacer nada en la universidad, quería aprovechar para hacer algo, tal vez dar una vuelta larga por la ciudad para conocer algo más que la calle principal, su casa y la universidad.
Al entrar en la habitación, dio un respingo.
Aislin seguía en la cama, aunque el color maliciento de su rostro había desaparecido casi por completo y estaba sentada en lugar de recostada. Aún llevaba suero y se tapaba casi recatadamente con la sábana. Sonreía, parecía sorprendida de que Sara llegase a esas horas.
- No te esperaba hasta mañana- Dijo a modo de saludo.
Lo siento, me he retrasado… sólo…- dejó la bolsa encima de la cama.- Ya me voy.
Por favor, no te vayas ya, no será necesario. Quédate.
La cortesía del acompañante de Aislin tenía un deje de imperativo. Al entrar en la habitación no se había permitido demasiado observarle, le parecía de mala educación y a pesar de todo Sara era una persona tímida.
- Sara, este es Kjell. Un viejo amigo. Ella es mi compañera, ya te he hablado de ella.- Aislin hizo las presentaciones como si aquello fuera un evento social en lugar de estar en el hospital recuperándose del ataque de un yonki.
-Un placer, Sara.
Y lo peor era que el tal Kjell actuaba de la misma manera. Se levantó de la silla en la que estaba sentado y que había arrastrado a la altura del cabecero de la cama y extendió la mano hacia Sara. Respondió al saludo tan educadamente como pudo.
- Igual.
Se sentía rara. No le gustaba ese hombre, le hacía sentirse incómoda. No era muy alto, tal vez un metro setenta y poco y rondaría los cuarenta años, la clase de hombre que viste con vaqueros y americana como si fuera un maniquí. Tenía facciones cuadradas, marcadas. Si le hubieran preguntado a Sara, hubiera dicho que eran afiladas, igual que su mirada, fija, inquisitiva, azul. Tenía esa pose recta de hombros que uno se imagina en los militares, con hombros anchos, pero se movía como un gato. El cabello rubio y lacio le caía sobre la frente, desentonando un tanto con el resto de su aspecto.
Voy… voy a por un café- se disculpó Sara.
En cuanto estuvo en el pasillo tuvo que reprenderse a sí misma por su estupidez. Se había quedado fascinada como una estúpida sólo porque había visto a un hombre atractivo. Eso era lo que le hacía sentir incómoda, la posibilidad de sentirse atraída por un hombre que no fuera su novio. Además, ella no era la clase de chica que va por ahí perdiendo la cabeza por un tipo guapo.
Fue a la máquina de café y, en un intento de subsanar el error de colegiala que había cometido, sacó otro para Kjell. Luego suspiró e intentó convencerse a sí misma de que estaba sometida a demasiada presión, que tenía que relajarse en cuanto pudiera o iba a estallar un día cercano. Tenía que dejar de pensar tanto.
- Te he traído uno a ti también. –dijo al regresar, alargándole uno de los vasos a Kjell.- No sabía si lo querías dulce así que no le eché azúcar.
- ¿Me has traído uno?¡Vaya, has acertado de pleno!- agradeció él, tomando el vaso que le ofrecían y llevándoselo a los labios. –Muchísimas gracias, ha sido un detalle.
-No pasa nada.
Miró a Aislin. Observaba la escena divertida, como si hubiera ocurrido algo que ella no había podido identificar. Sintió un arrebato de furia, siempre parecía perdida cuando estaba con Aislin, como si se moviesen en dimensiones diferentes aunque coincidieran en el mismo espacio-tiempo.
Bueno, -dijo, casi a modo de venganza- ¿De qué os conocéis?
Kjell dejó el vaso de café a un lado y respondió a la pregunta.
Nos conocimos hace bastantes años, cuando Aislin vivía todavía en Irlanda. Nos hicimos amigos, y nunca hemos dejado de serlo.
Creo que tenía quince años, dieciséis a lo sumo.-añadió Aislin.
Ya…- Sara no tardó en atar los cabos. Era psiquiatra, en eso consistía su trabajo. Así que Kjell era el hombre “un poco mayor” por el que Aislin había renunciado a su familia y a su tierra. Bueno, había que reconocer que tenía buen gusto. Y también que se había equivocado en las conclusiones que había sacado la primera vez que escuchó la historia. Estaba claro que no la había abandonado, aunque sintió curiosidad por la clase de relación que existía entre ellos.
¿A qué te dedicas, Kjell?
¿A qué me dedico? ¡Vaya! Eso son muchas preguntas…- Sara se ruborizó, y el detalle hizo que Kjell riera.- Depende del momento. Principalmente, arqueólogo e historiador.
¿Depende del momento?
Sí, depende del momento. También soy médico y he trabajado alguna vez de profesor.
- Wow- fue lo único que pudo decir, sinceramente impresionada.
Tal vez era mayor de lo que aparentaba. O increíblemente inteligente. Estaba tentada de preguntar qué edad tenía, pero le pareció que era demasiado. Había pasado de ser como una adolescente estúpida a ser una cotilla metomentodo. Y decidió que era el momento oportuno para salir de allí. En cualquier caso, podía ver que existía algún tipo de intimidad entre ambos que, de alguna manera, había interrumpido.
Se sentía estúpida de nuevo por la reacción que había tenido al conocerle, y, un tanto avergonzada, se levantó para marcharse.
Bueno, mañana madrugo, así que… creo que debo marcharme.
Claro. Gracias, Sara- se despidió Aislin.
No ha sido nada, tú mejórate ¿vale? Un placer, Kjell –añadió.
Igualmente. Supongo que nos volveremos a ver por ahí.
Contestó al cumplido con un asentimiento y salió a la calle. Desde la entrada del hospital podía ver la universidad, el parque… y el cementerio. Siendo sincera consigo misma, no le apetecía volver a casa y dormir sola. Dirigió una mirada anhelante al hospital, preguntándose si podría quedarse allí aquella noche. Tuvo que admitir para sí misma que uno de los motivos por los que había tardado en llegar al hospital era que estuvo barajando aquella posibilidad todo el tiempo. No contaba con que Aislin tuviese ya alguien que pasara la noche con ella.
Se estaba portando como una niña malcriada. Tenía miedo, pero era un miedo que ella misma se provocaba pensando tanto y dando tantas vueltas a las cosas. Lo que sí era cierto era que no quería volver andando a casa. Revisó cuánto dinero tenía en la cartera. Cinco mil coronas. Supuso que sería suficiente y se dirigió, casi a la carrera, hacia la parada de taxis que tenía delante de sí.
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